27 de abril de 2007

La Noche

Nunca pensé que las luces del centro pudieran estar tan prendidas y apagadas al mismo tiempo. La noche las ha encendido, y las ha descendido para entusiasmarme. Lo que no sabe es que no va a ser tan sencillo, porque uno de sus ángeles me ha lastimado. Lo entiendo, esto es como un resarcimiento, pero nada podrá arreglarlo. Los mares no son tan fáciles de secar, ¿saben? El hecho es que este cuervo, que parecía increíble cisne al atardecer, removió en mi ser un conjunto de cosas que no debían ser tocadas. Las cambió de lugar, las desarmó, las investigó. No se dignó a reubicarlas, a rearmarlas, a no mirarlas. Simplemente, no se animó.
Ahora, los sonidos dentro de mí se hacen más profundos que los de afuera. Las luces no desaparecen, y el ritmo del movimiento no hace más que hacerme volcar la tinta de manera irregular, lejos de lo que deseaba. Sin embargo, nada tan real, tan parecido a mi ser ahora. El cuervo ha desaparecido hace ya largo rato, pero la noche ha entendido lo que él hizo, y no deja de hacer nada para reivindicarse. Igual no alcanza.
Las luces se vuelven más lentas. No sé si es mi relato, mi movimiento o la niebla que existe en mí lo que las desacelera, pero ahora se mueven más despacio. Creo que la música (que el azar eligió sólo para mí, en una mezcla de honor y castigo que no tiene límite aparente) también ha contribuido.
Como un suspiro, las luces terminan por desaparecer. En un delirio negro, que no fue creado por nadie más que el cuervo, la noche y todos sus intentos se alejan de mí. Puede haber sido lo sincero, lo malo, lo horrendo; puede haberme cansado el sufrimiento. Por ahora, lo único que sé, es que hasta aquí llegaron mis lamentos.

Érase una vez


Érase una vez el recuerdo de un relato. Dicho recuerdo, retenido y olvidado al mismo tiempo, descansaba paseando por interminables laberintos de tiempo y espacio, en los cuales se iba mezclando y borrando con otros relatos.


Érase una vez el recuerdo de algo. Dicho recuerdo, casi olvidado al tiempo, descansaba en interminables laberintos donde se mezclaba mientras se fusionaba con otras historias.


Érase una vez un relato. Dicho, recordado y casi al mismo tiempo, en interminables laberintos de tiempos y espacios en los cuales se iba mezclando y borrando.


Érase una vez un relato del recuerdo. Dicho ese relato, el recuerdo casi recordado, descansaba en interminables laberintos, que en tiempo y espacio, no podía ni mezclarse ni fusionarse con otras narraciones.


Érase una vez un autor que retomó todos los relatos, todos los recuerdos, todos los relatos de recuerdos y todos los recuerdos de relatos, los separó por medio de mentes en blanco y los rearmó y fusionó, borrándolos por medio de espacios y tiempos, creando otra historia.