30 de julio de 2007

Negro compuesto*

Y mientras leo las palabras rebuscadas de una serie de insulsos intentos de escritores, la adolescencia me pasa por encima y me hace notar que no son más que extraños tratando de ser comunes. Cada uno de los versos resuena en mi mente como un trueno: instantáneo, fugaz, vacío de sentido sin algo que lo ilumine. Ahora repaso lo que la autora quiso llamar poema. No lo entiendo; o quizás lo entiendo demasiado bien. Ya no comprendo cuál de los dos es peor: será que me harté de entender a insuficientes creadores de combinaciones lingüísticas que se cuelan en mi escritura simple y humana, tratando de llevarme hacia lo que todos los leídos por mí denominan "literatura".

Retomo en el texto que sigue al último que leí. No queda en él nada del anterior, y la conexión entre ellos es más nula que factible, pero trato de crearla para así, sin más motivo que mi imbecilidad, lograr entender el porqué de tanta impaciencia frente a la mera y más específica realidad y sencillez. Algún incrédulo artista de los suburbios de la niñez intenta hacerme creer entre sus líneas que sabe lo que dice, que entiende lo que escribe y, sobre todo, que su misión únicamente se corresponde con hacerme mejor a mí. No soy digna de que entres en mi mente, pero una palabra tuya bastará para enseñarme. Cierro las cuatro hojas fotocopiadas con el vacío de mi mente en el cual había comenzado a leer los párrafos de tantos ridículos textos, y con la necesidad de convertirme en una insolente emperatriz, quizás joven, quizás bella, quizás lo suficientemente poderosa y brillante como para transformar todos mis pensamientos en letras y todas mis críticas en realidad.

Me acerco a la tinta que me consume mientras la consumo, y como mi mente se va llenando de lo que no modificaré, vacío mi alma de las sensaciones que me provocaron esas sílabas tan bien pensadas y tan poco sentidas o ancladas en sentimientos. Rememoro lo que tan astutas vocales y consonantes provocaron en mi silencio, entre los jingles del último comercial y las notas del primer compás de la primera canción propagandeada: bronca, impotencia, asco, desazón, mal augurio para las letras del futuro. Intento escribir en la hoja que ahora se me escapa mientras se transforma bajo mi estricta mirada de blanco a negro y advierto que no tengo porqué escribir: las palabras escritas lo hacen por mí. Mi inconsciente me juega una mala pasada, y recordando a un autor un poco loco y otro tanto desquiciado, reitera la idea de no escribir, sino sentir por medio de la escritura. De no pensar, sino de disfrutar del silencio que se produce en la mente mientras los significantes salen solos.

Acuerdo c0n el último párrafo escrito que será el último. Me tiento de recorrer cada una de las letras que acompañaron mi éxtasis, mi clímax, pero me reprimo y disfruto también de la represión que no es represión. Ahora intento elegir qué significará el último punto, el último vestigio de tinta en semejante océano de leche. Me apresuro a dejar de imaginar a futuro y a simplemente realizarlo. Me quedo con la curiosidad de saber qué significa. Tendré que contentarme con saber que quizás, algún día, alguno de los tantos pocos lectores de mi obra entenderá qué significó. Quizás, si la suerte de Las Vegas me acompaña en ese mismo momento de la vida, ese mismo lector se tomará el trabajo de contactarme y explicarme qué significaba. Ahora bien, puede ser que Las Vegas se rebele contra mí y decida burlarse de mi pasión. Y así, me envíe en algún momento de su ingrata decisión a un torpe escritor de esas cuatro páginas, o peor aún, a un enclenque dichoso lector de esas cuatro páginas, a tratar de explicarme porqué el significado del punto es simplemente terminar mi narración.

Como se habrá dado cuenta, yo no puedo narrar, estúpido y adulador intento de entendedor.

23 de julio de 2007

el veintitrés*

There's a story in your voice both by damage and by choice

Abrí la alacena para tomar la misma bolsa de pan lactal de todos los días. Con la cocina fuera de su función y actuando como la estufa que no pudo ser, ocupé una de sus hornallas con la tostadora y esperé a que se calentara la habitación. Entonces entraste y te saludé como todas las mañanas, y rogué también como todas las mañanas que el desayuno te volviera a endulzar y a enamorar. El beso era igual al de todos los días, pero con esa magia instantánea que tenés cuando cada vez que sale el sol me deseás un muy buen día. Mirándote por detrás de esos ojos miel, busqué encontrar qué era lo que esperabas de ese día pero, para variar, no pude entenderte.

There's a story in your walk then you crumble just like chalk

Cerré la puerta con llave y pensé dos veces si había dejado la luz apagada. Caminé con una rapidez casi innecesaria hasta la parada de ese colectivo que no llegaría hasta quince minutos más tarde y escuché con atención durante todo el recorrido cada uno de los sonidos que me hacían recordarte. De más está decir que las bocinas de la ciudad se empecinaron en hacerme olvidarte, pero no hay nada tan poderoso como tu recuerdo, como la imagen que vive en mí de tu sonrisa brillando en tus ojos. No sé qué estarías haciendo en ese momento pero tampoco me importaba, me conformaba con sólo guardar el mayor tiempo posible tu aroma en mi piel.

There are pages I can't touch and something that's been torn out of this chapter

Bajé del colectivo no sin antes recordar que volvías a casa a las seis y que quería estar allí a esa hora para acompañarte y cuidarte como todas las tardes. Recorrí las cuatro cuadras que me separaban de mi destino comentando con mi alma la cantidad de besos que te había dado y cómo los habías recibido sin dudar, sin quejarte, sin dejarlos pasar. Hasta que a mi alma se le dio por contestarme, y demostrarme cuánto me había equivocado. No era que me amaras, era que amabas que te amara. No era que disfrutaras de estar conmigo, era que disfrutabas de lo que te podía dar. No era que habías recibido mis besos sin dudar, era que te servían para conformarte con lo que tenías y justamente no dudar. No era que llegaras a las seis para estar conmigo, era que te ibas a las seis de su casa para no estar con ella.

Once upon another time if you had the need I'd step right in the shoes that you've been walking

Buenos Aires, 23 de julio de...

Supongo que ya te habrás dado cuenta de que no estoy ni voy a estar más. Cuando saliste esta mañana decidí seguirte para solamente confirmar mis sospechas. No te voy a dejar que me destruyas, no sos quién para hacerme sufrir. No tengo más que decirte. Todo lo que te amé, todo lo que te amo, no vale más nada. No cuentes conmigo, no cuentes siquiera con mi recuerdo, con quien fui, porque si no eras quien yo pensaba, quien yo amaba, entonces lo que sentía tampoco valía.
Podés seguir con ella, podés disfrutarla, podés amarla, podés ser quién quieras ser con ella, pero jamás, jamás podrás conocer lo que es que te amen como lo podrías haber hecho conmigo.
No ganaste, no creas eso. Que tampoco lo crea ella, no dejes que lo crea.
No te olvides que todo vuelve, siempre.
Y que el 23 nunca se vaya de tu mente, jamás.


Mariposa traicionera todo se lo lleva el viento

20 de julio de 2007

amigo*

A veces no es lo que parece.
No hay más formas, no hay más color.
Queda la tinta, el papel, la brocha y el pintor.
Y aunque parece limpio, sabemos que se ensució.

A veces no es lo que parece.
Elegimos palabras para completar una definición que en el fondo
no vale.
Llenamos de significado a la nada.
Y aunque lo neguemos, sabemos que no es lo que parece.

A veces es lo que parece.
Y entonces perdemos el sentido.
Nos ahogamos en ese mar de preguntas que surge sólo de saber.
Y lo que parece, a veces deja de ser.

A veces no es lo que parece.
A veces es lo que parece.
A veces nos ahogamos en la desconfianza.
A veces nos ahogamos por saberlo.
A veces, pero sólo a veces,
que estés a mi lado es lo único seguro.

19 de julio de 2007

arte puro*

Ariana precede la reunión. Los más grandes artistas del mundo se han reunido bajo el manto insospechable e insoslayable de quien los puede llevar a saber quiénes son. Con las capuchas en las cabezas, amas y amos del ridículo actúan como normales y prefieren simular que nunca se perdieron, que nunca se fueron del lugar.
Ariana anuncia que comienza la sesión. Los más humildes creadores esperan su turno afuera de llenar los espacios con fonemas, las mentes con remodeladas ideas nuevas. La apertura de puertas acompaña al protocolo que rige la función que han armado detrás de tan pesado telón.
Ariana decide terminar la discusión. Los más sinceros acordes resuenan detrás del silencio de la despedida, que espera ser lo suficientemente corta para que sea larga. Los músicos hacen oídos sordos, los escritores intentan no leer, los pintores duermen con los ojos abiertos, y los hipócritas profesionales desarrollan sus más altos talentos al momento de actuar.
Ariana cierra con llave las puertas del recinto. Los más excelsos autores de historia escapan a sus aposentos hasta la próxima junta, soportando la idea de no volver a despertar o a acompañar la lógica del mundo.
La nota en el diario se tituló: "Gran reconocimiento de los críticos a la nueva exposición de arte moderno".
¿Desde cuándo moderno significa dormido?

13 de julio de 2007

La parada

Lo dejé esperando la próxima parada. Mientras me bajaba del colectivo arrimé mis ojos a los suyos, hipnotizados por esa insulsa pantalla miniatura, angosta , fría y aburrida. Creí que no me veía, aún no lo sé. Quizás preguntándole el nombre, o si me veía hubiese contestado muchas de mis preguntas.
Lo dejé viajando en ese próximo camino, quizás irrepetible o quizás inolvidable. Quizás rutinario o quizás aburrido para tantos. Quizás, en algún punto, en alguna similitud con un casino, azaroso, pactado por el destino para que lo conociese.
Lo dejé al lado de la puerta, al lado de la salida, listo para seguirme, listo para olvidarme, listo para reconocerme, listo para no mirarme. Podía elegir cualquiera de las opciones y ninguna de ellas era perfecta. Muchas eran fáciles, otras más complicadas, otras más divertidas, otras más rebuscadas. El punto es que lo dejé teniéndolas en la palma de su mano, en la planta de sus pies, en el tono de su voz.
Lo dejé en la parada, cuando lo choqué mientras llegaba a esperar el colectivo que nunca debería haber tomado.

9 de julio de 2007

Afrodita

Ahí la vi. La belleza personificada. Entusiasmaba, excitaba, despertaba en mí los más fuertes sentimientos (y los más profundos). La miré a los ojos y traté de decifrarla, letra por letra, símbolo por símbolo.
Rubia; ojos verdes, de esos que no muestran nada más que lo que quieren mostrar; más alta que yo, pero no me molestaba; la boca con una sonrisa brillante; la nariz respingada; los bucles amplios y suaves. Traté de entender qué intentaba mostrar con esa imagen, pero cuánto más trataba de entenderla más me daba cuenta de que no había nada destrás de esa imagen, de que era simplemente bella.
Irradiaba luz, era una estrella, o una especie de fuente de luz. Algo así como un brillo que llegaba a todos y nos empapaba, que nos despertaba y nos hacía sentir vivos. Cuanto más la miraba, más me encendía, más me hipnotizaba con su mirada, su voz, su ser.
Y llegó ese momento en el cual todo desaparece, todo se rearma, todo vuelve a ser como al principio de los tiempos y entré en el inexistente limbo. Sentí que por primera vez salía de mí y entraba a otra persona. Ya no era yo, era ella, pero al mismo tiempo la que sentía eso era yo. Era yo entiendo lo que era no ser yo.
Las seis de la tarde en el subte en la porteña ciudad de Buenos Aires no es el mejor momento ni lugar para dejarse llevar por la belleza más pura y hundirse en un limbo de perfección. Evidentemente, por lo menos eso pensaba la mujer que sin ningún cuidado se encargó de hacérmelo saber cuando me pegó ese codazo en las costillas. Volví a la Tierra para verla salir por la puerta del vagón en esa antigua estación del centro, populosa y heterogénea, con su porte de diosa Venus al mejor estilo Boticelli, pareciendo pintada con los trazos más dulces, suaves, sensuales, maravillosos y exactos.

Cuando salió, en el vagón no quedó más nada, salvo la aureola de lo divino que se fue, y lo mortal de las presentes, que sin importar lo mucho que nos esforzáramos jamás podríamos competir con Afrodita. Ellos ya habían caído en la tentación, quizás mucho antes de que alguna de nosotras pudiese haber hecho algo para salvarlos de perderse en su irrealidad.