25 de febrero de 2009

Palabras Sinsabor

Me contaron una vez

que no hay amor del amor después
que no existen los porqués
y que si te acordás, ya no me ves

Me dijeron al pasar
que por mí hoy no lo harás
que no hay río por alzar
y que el francés es un amor más

Es que no creo en tu música
mundo perverso, no vuelvo atrás

Escuché de un señor
que no oye más el corazón
que no queda escape al dolor
y que sigo esto porque tengo compasión

Me contaron otra vez
que no hay más once ni seis
que dejé mis lágrimas en tus pies
y que no tengo más sentimientos para perder

Cuando parecía que el sistema estaba
todo se cayó con tu voz.

Sabés que te estoy cantando
Yo sé qué es lo peor
Lo peor se esconde en mi alma,
lo peor es el rencor.
Cada segundo que se pasa
me queda menos perdón.
No sé si es el clima, la lluvia o la calma
No sé si hay temor.
Sólo quiero que sepas ahora
y no lo olvides más.
Mi vida no es tiempo perdido
y por eso no te espero más.

19 de febrero de 2009

Dando vueltas.

Mientras una canción sonaba por detrás de mis sienes, Rita sonreía al ritmo de una tonada gallega que nada tenía de torpe. Las letras se dispersaban por el cuarto y un halo de terror rodeaba todo aquello que parecía infernal y caluroso en aquella refrigerada habitación. Unos cuantos minutos más tarde, era otra la imagen del mismo espacio, y Rita ya no sonreía, sino que dejaba entrever lo que sus ojos querían gritar pero su mente no dejaba escapar: el pavor de conocer la verdadera soledad.
En otro lugar del mundo, más lejos o cerca según se lo mire, Felipe describe al peor de los pecados como el mejor de los inventos, y ahora que cree en lo que vende, convence al resto del Universo de que aquel mágico producto no es más que la nueva creación bajada casi por el mismo Salvador para la solución de todos nuestros problemas. Un par de canciones después, Felipe entiende que si no fuera por las multitudes que convoca y los millones que estafa, ninguno de los segundos que dura su vida sería mucho más útil que el de una gota de agua salada agregada al mar.
Días después, en la misma habitación, Rita supone que nada puede caer más bajo que su vida en ese mismo instante. La ignorancia de cómo sobreponerse a la impotencia de no saber manejar el poder la llevan a pensar que nada ha cambiado, que no importa lo mucho que se esfuerce, todo termina en el hecho de que no puede hacer nada para retenerlos junto a ella. Él, por otra parte, ostenta todo lo que ella jamás tendrá ni querrá para ostentar: la desidia, el poder, la soberbia y la mayor de las frialdades para arrancar de los brazos de una madre a sus hijos. Ya no hay tonada gallega que alegre, sino pasajes a Barcelona que destruyen el alma de una mujer más fuerte que cualquier diamante. Ya no hay melodía sincera que haga sonreír, sino notas sueltas que permiten lagrimear como si no hubiese otro día por delante.
Años después, el producto se ha vencido. Felipe entiende que lo único que requería la felicidad era destrozar unos cuantos miles de personas que se lo merecían bajo la exucsa de su propia estupidez. Y es que, como buen abogado, sabe que nadie puede alegar su propia idiotez como causal de invalidez frente a la insatisfacción de haber cometido un error. Sonríe para afuera, llora para adentro. Ya no hay forma de escapar a la culpa que lo rodeara y destruirá en lo que le queda de vida. Quizás los caballos de fuerza y el sonido de sus exóticos tucanes le permitan reforzar su alma al punto tal de liberar toda la penuria que lo acongoja.
En un bar de un barrio cualquiera, en la peor de la ciudades, en el mejor de los mundos, Rita y Felipe se encuentran tras haber dejado atrás, en un puente, la posibilidad de solucionar de la manera más fácil todos y cada uno de sus problemas. Rita lo conoce, Felipe también. Saben lo que va a pasar ahora. Saben que ya nada va a ser igual esa noche. Saben que la gira empezó. Saben, mejor que nadie, que ya no hay vuelta atrás.

16 de febrero de 2009

De cómo la esperanza que quedaba se transformó en la tristeza que faltaba

Y cuando menos lo esperaba, él apareció. Era una mezcla agridulce entre mis ganas de saber que pensaba en mí y esa decisión de dejarlo atrás que tantas horas me había llevado tomar. No lloré, no pataleé, no me asusté, no hice nada. Eso fue todo, no hacer nada más. Lo vi, eran cuatro líneas, un mensaje y todo lo que sabía él que me iba a transformar en la persona más desdichada del mundo. Inquieta frente a la pantalla, atiné a hacer lo que cualquier mujer en sus cabales haría: recurrir a otra mujer aún más complaciente con el amor que una misma. Así sin esperar un segundo y gracias a la inmediatez de Internet, mi pena ya no era solitaria, sino que la había compartido con la más nueva y romántica de mis amigas. Aunque ella me intentó convencer sobre la posibilidad de que él no fuese así de insensible y vulgar, en el fondo yo sabía que el único que me conocía lo suficiente como para saber qué y cuándo hacer para convertirme en una idiota era él. 

Y cuando menos lo esperaba, ella apareció. Un par de palabras me hicieron que creer que había otro ser en este mundo que se interesaba por mí como sus ojos lo habían hecho una vez. Volví a pensar por una milésima de segundo que uno de los tanto príncipes azules que daban vueltas por este mundo en realidad podía ser lavado con agua hirviendo y sobrevivir. La esperanza de volver a encontrar la felicidad justo en el momento en que no creía más que en el dolor se volvió tan abismal como el tamaño de la descepción cuando me explicó que era una tonta por leer entrelíneas cosas que no existen. Supuse que era otra vez el momento de encontrarme con el infierno de mi propia desazón y con el destino de solterona que me aguardaba drásticamente.

Y cuando menos lo esperaba, la esperanza que me quedaba en el corazón, la idea de que en realidad la muerte es de lo único que no se vuelve y de que una vida näif donde el amor después del amor te reviva es posible, se transformó en la tristeza que faltaba para convertirme en la mejor de las abogadas, en la peor de las personas, en la más egoísta de las mujeres, en la más insensible perra que jamás se ha visto. 

- Mucho gusto, encantada.