30 de agosto de 2010

El niño interno.-

El sueño que vislumbraba se agotó.
Nuestras miradas quietas se ahogaron en la 
ignorancia de sabernos vivos. 
Y así, de repente, la nada.

Tengo un par de secretos
que guardo con rencor
(con el miedo de perder lo que sabemos
que no podremos recuperar).

Supongamos que no hay silencios
sino que todos los ruidos
se aúnan en un sólo pueblo,
en una calle, en una canción. 
Cuanto más gritamos
menos nos herimos.
Cuanto más callamos
menos te siento.

A lo lejos, una balsa.
A lo lejos, cientos de miles de 
hogueras.
Nosotros, inertes, nos amamos,
suponiendo que todo pasa sin ser.

Cuando los aullidos de la noche
me llaman al silencio, 
te espero.
Éramos únicos,
todo, no había más.

Un rayo aniquila mi imaginación.
Tus ojos, la hiel que me carcome.
Y acá yo, esperando a que tu sensatez se vaya.

[Necesito que te rías]

24 de agosto de 2010

La historia del amor.-

Hacía tiempo que había dejado de escribir historias de amor. Es que, a diferencia de la historia en general, la historia de amor se escribe por los que pierden. Seamos honestos, ¿a quién le gusta leer que efectivamente en algún jardín vecino el pasto es más verde? 
Me van a decir que los cuentos de hadas sí terminan bien, y que todos nos cansamos de leerlos. Lamento tener que corregirlos, pero los cuentos de hadas no terminan bien, sino que sencillamente no terminan. El encuentro inicial mágico del amor lo conocemos todos, pero después del beso del príncipe azul, ¿qué? ¿Conoció a la familia de la novia y fueron todos felices? ¿Pasó noches enteras con la mejor amiga de su princesa y nunca se le cruzó un diablito que otro? ¿Jamás se pelearon por la frazada? Vamos, los cuentos de hadas son la mitad de la historia.
Las historias completas que escuchamos siempre terminan mal. Y no hay otra forma: cuando una historia de amor termina, termina mal, insinúa algún músico popular por ahí. Ya sea que uno disfrutó de siglos con el amor de su vida, y de repente nuestro amor se decidió por aburrirse de la Tierra e irse; ya sea que lo conocimos por unas cuantas horas y nos dejó esperando con el corazón en la mano en la puerta de nuestros sueños.
Yo estoy convencida: las historias de amor las escriben los que pierden. Y por eso, hacía tiempo que no podía escribir. De buenas a primeras, él volvió a recalar en mi vida. Él, que parecía haberse esfumado con la simple necesidad de ser un recuerdo, había vuelto a despertarme. "La historia del amor la escriben los perdedores, porque nadie gana con el amor. Es una fantasía colectiva de dos que confluye los silencios solitarios en un silencio más hondo. Si alguien gana, no es amor, es consumo. El ganador se está llevando cosas de la otra persona, que lo que gana, pero siempre sabe que es como robarle un caramelo a un chico, lo que le impide estar orgulloso de ello (y mucho menos, contarlo)".
Debajo de la lluvia volví con sus palabras en mi mente, revoloteando como mariposas. Llegué a mi cuaderno sabiendo que no tenía razón. Es verdad, la historia del amor no la escriben los ganadores ni los perdedores. La historia del amor la escribe él mismo, que como todos nosotros es amo y señor de su destino; y nosotros acá, esperando a ver cuando le toca toparse con nosotros, para poderlo contar. 

19 de agosto de 2010

Del misterio de la ciudad y el bosque.

Era una noche como cualquier otra y tan distinta a las demás que asustaba. Sus ojos de cristal se habían transformado en brillantes llenos de magia, y cuanto más se despertaban, más iluminada parecía la realidad. Todo a nuestro alrededor era sincero (creo que jamás conocí otra luz tan brillante como aquella), dejando que corriéramos por la verdad como quisiéramos. Cuanto más corríamos, más necesitábamos seguir. Nos sentíamos eterno, inmunes a la verdad y a la mentira, únicos en el planeta y acompañados por una humanidad que no tenía la menor idea de lo que la vida era en realidad. Subíamos escaleras, escalábamos balcones, atravesábamos milenios, cumplíamos nuestra misión de cambiar el tiempo a la perfección. Si algo nos impedía seguir, no frenábamos ni nos sentíamos perdidos, ah no. Respondíamos con lucha, pasión y risas. A cada paso, los obstáculos aparecían y desparecían con la misma facilidad que un sueño desaparece cuando nos despertamos.
Contábamos con la ayuda de la oscuridad de la ciudad para seguir todos los pasos, pero no significa eso que sin ella no lo hubiésemos podido hacer. La valentía de su mirada le respondía a mi pavor que la más suculenta recompensa nos esperaba al final de semejante recorrido. Sumaba más misterios a su increíble pero oculta imaginación. Ninguno de los dos teníamos en claro si era suficiente con nuestro plan, pero creíamos en la suerte del principiante, y no nos dejábamos amedrentar por uno o dos que nos trataban de disuadir.
Acomodamos nuestros cuerpos y mentes a la tarea a terminar, y continuamos por las sinuosas calles de la urbe, que poco a poco se transformaban en desiertos a medida que la noche les absorbía la vida con su penumbra. No voy a mentir, no podría: no podía estar más aterrorizado. Pero era así cuando estábamos juntos: nada era demasiado fácil, nada demasiado imposible, nada era absoluto. La relatividad de la posibilidad de caer no era una opción para nosotros.
Volamos alto, muy alto, soñando con paraísos infinitos y universos del tamaño de un alfiler. Las estrellas que nos encandilaban se fundían lentamente con la imagen de nuestros deseos, y los árboles que nos rodeaban se volvían inertes al paso de los minutos. Todo en nuestro cielo se fusionaba con espejos de colores y monedas de chocolate. Cualquiera hubiese tratado de entenderlo, nosotros nos conformábamos con agradecer que podíamos vivirlo.
De repente, un horizonte en carne viva nos avisaba del final de nuestra empresa y el comienzo del retorno a casa. Héroes los dos, salvados por la vitalidad misma de la naturaleza y la felicidad absoluta de sabernos inmortales en nuestra finitud. Bajamos escaleras, descendimos balcones, volvimos el tiempo atrás. Nos dejamos vegetando en un amanecer de furia y dulzura, con la necesidad de volver a vivir lo antes posible, sabiendo que el deleite de esa noche era nuestro y que en nuestra misión, era el punto final.-