17 de diciembre de 2012

De destruirte sin querer.

Se la comía con los ojos. Y eso solamente porque sabía que no podía tenerla entre sus brazos. De todos los vicios que se había cruzado, su voz resultaba uno de los más adictivos. La miró de nuevo. Ciertamente no era la mujer más hermosa del mundo, pero tenía su atractivo. No estaba seguro de si eran sus ademanes certeros, su risa desaforada o su cara cubierta de juventud, pero algo en ella la hacía brillar. Quizás también tuvieran alguna importancia en la imagen el alcohol o sus otros vicios, pero en la combinación resaltaban únicamente sus dotes de estrella. 
Le sonrío mientras le contaba lo que no debía contarle. A esas horas de la noche, cuando sólo se derrapa, únicamente elegís entre humillarte o dejarte llevar. Todo su contexto le decía que no debía. Las imágenes en su cabeza (cada vez más borrosas) le insinuaban que la noche invitaba a respirarla. Cuanto más trataba de amedrentarla, más escurridiza se volvía. No dejaba nunca de ser inocente, se balanceaba todo el tiempo por la cornisa del erotismo. Y en su cabeza ruidos y silencios.
Quizás fuera una apuesta del destino, quizás una movida sucia del diablo. Lo único que sabía en aquel momento era que si controlaba sus manos, era por puro milagro. Ella bailaba con el viento mientras se dejaba envolver por un halo blanco de felicidad. Lejos, de toda su belleza, la sonrisa le ganaba a sus piernas (y eso que le gustaban sus piernas). 
Él no creyó nunca en dios, ni mucho menos en el demonio, pero si existían, estaban peleando dentro suyo en ese mismo instante. No vayan a creer que los veía, pero podía sentirlos, arrancándole el corazón para un lado y la piel para el otro. 
Mientras, en el otro lado del puente, ella flotaba. Le veía en los ojos las ganas de devorarla, y en las manos la impotencia de no deber. Sentía que cada vez que le hablaba, él la seguía con el intento de poderla tener. Los miedos de él eran su autoestima, y cada vez que se contenía la hacía crecer. Ella no tenía miedo, no tenía nada que perder, pero sabía que él estaba entre la espada y la pared. 
Se quedó quieta. Ni sonrisas, ni sensualidad, ni sensación alguna. No le regaló más nada. Entonces él no pudo más y se entregó al infierno, a los karmas que le vendrían, a la incomodidad del viaje de vuelta. La tomó por la cintura y se dejó llevar. Y ella, en su estado aéreo más puro, le regaló un poco de aire fresco para respirar. 

12 de octubre de 2012

Soy


Soy el sistema vivo que conociste, y mantengo mi células andando
cuando respiro soy eterna y cuando sonrío aparece el mundo girando.
Soy humana o parezco, soy compulsiva, errante y aunque no quiero
soy un poco más confusa y confundida de lo que espero.
Soy la misma rosa que te pinchaba, la que rompía y lastimaba
aquella que construía cielo o infierno según callara o hablara.
Soy  luz y soy sombra, soy el viento helado que golpea bajo tu gorra, 
soy la verdad y el error, soy siempre solitaria, hace cien años y ahora. 
Soy cada una de las opciones, honesta, mentirosa, y neutra.
Cada misterio del mundo, y cada chisme que las vecinas cuentan.
Soy lo mismo que viviste, que conociste, lo que será y lo que fue,
aunque haya sido insoportablemente dulce, insoportablemente cruel. 
Soy palabra y soy olvido, soy recuerdo amargo y silencio de amigo.

Soy la que ahora logra ver lo que sos, nada de víctima, mucho de semidios.
La que te convirtió en héroe, la que te vio cercana al magno sol.
Cuando me sonreías, cuando me retabas, cuando transformabas la vida
eras el hermano mayor que me enseñaba cómo seguir día a día.
Y sin embargo, ciega, necia y renga, no aprendí cómo caminar,
no aprendí a ver lo cierto, todo lo que eras fuera de mi verdad.
Soy pichón sin alas, de esos que no pueden aunque quieran volar.
Soy la que creyó en un nuevo mañana para abrir los ojos y despertar.

Y sé que fui idiota, que convertí el mundo en fantasía y sueño
transformándote en el ejemplo de un universo absolutamente nuevo.
Porque detrás de todos los velos, los reinos y las altas montañas
no había norte que me llevara al cielo, no te conocía en tus entrañas.
Te sorprendí en oscuras cuando menos lo esperabas, te quedaste sin luz
y cuando menos lo querías mostraste tu verdadero yo, soltaste tu cruz.
Soy la que te desea el mejor de los caminos, y que las piedras desaparezcan.
La que te regala estas rimas con el dolor de todas sus letras.
Porque cuando el cielo es eterno, y la esquina es un  simple baldío,
te regalo mis mejores deseos y mi agradecimiento de un nuevo vacío,
el que me impulsa a no creer nunca más en mis propios espejismos, 
el que me impulsa a buscar mi nuevo Norte,a ir a buscar lo que es mío. 

23 de agosto de 2012

Todas las noches, toda.

De todas las noches, la primera fue la más difícil. Las piernas me temblaban, los ojos no dejaban de humedecerse y los gritos a mi alrededor se hacían más fuertes a medida que pasaba el tiempo. Quería acabar todo, pero no tenía la forma. Quería cambiar todo, pero no tenía la fuerza. Quería esperar por todo, pero no tenía la esperanza. 
Las siguientes noches fueron más suaves, pero más oscuras. Aquel mes lluvioso y gris no ayudó a llevarlas con facilidad. Cada nube era un nuevo desaliento, cada ráfaga de tormenta el milagro que decidía no parar. Encontré en el ocio y la juventud los ansiolíticos del alma que creía soluciones. Semanas pasaron, las lunas cambiaron y yo seguía creyendo que había un sol.
Como quien no espera nada, una noche ya después de muchas horas, salió una estrella entre los nubarrones. Estaba opaca, sucia, pero refulgía en el cielo borroso. Apareció y pareció ser la misma que siempre veía. Hacía tiempo que necesitaba que apareciera, y su coordinación con mi deseo parecía ensayado. 
De las noches que continuaron surgiendo, sólo aquella parecía brillante. Ninguna otra mostró la luna, u otra estrella. Todos y cada uno de los firmamentos de la ciudad se encontraron durante meses iluminados por una pequeña vela, que se encendía más con el paso del tiempo. 
Cuando menos lo esperaba, la estrella explotó. Mis ojos se cegaron y mis oídos se aturdieron. Creí que nunca más escaparía a esa pesadilla de estelas incandescentes y estruendos ensordecedores. Los segundos parecieron siglos, los minutos milenios. Cada partícula de esa estrella que se incrustaba en mi mundo repercutía en mi piel con el candor de mil fogatas. Ya no podría identificar dónde estaba asentada la estrella, la única, pero sin dudas puedo decir que ni el cielo, ni la noche ni la tierra fueron los mismos después de su desaparición.
No puedo negar que esperaba la salida del sol a la mañana siguiente. Difícil explicar el dolor en el pecho cuando al levantarme no vi más que los ojos empañados y las lágrimas de un cielo que lloraba la muerte de su última esperanza de brillar.

9 de junio de 2012

De las palabras y el miedo a sanar.

Nunca creí en las casualidades, pero ésta no era una ocasión cualquiera. El hecho de que arbitrariamente mi máquina hubiera cobrado vida justo a tiempo para sacarme de las manos semejante escrito no hacía más que proyectarme erradamente en mis ideas. Hacía tiempo que esperaba equivocarme de manera tan evidente, pero nunca me imaginé que fuera la tecnología, enemiga histórica de mis sentimientos, la que me expusiera frágil ante mi inconsistencia personal.
Calculo que no había pasado las cincuenta palabras, pero lejos de ser inocuas, resultaban las más valientes y sinceras que en mucho tiempo habían salido de mi alma. Quisiera pensar que puedo volver a escribirlas, pero incluso con toda la energía que surge de mi interior al momento de sentarme frente a las letras, no creo que pudiera permitírmelo. No es que fueran violentas, ni siquiera insultantes, pero de su honestidad surgía el dolor más poderoso que jamás había conocido.
Sentía la impotencia de siempre, regocijada en la imposibilidad de reescribir lo perdido. Había algo de escurridizo en mi sistema de escribir. Una sensación de catarata momentánea que resultaba ilógica en mi sistema de vida. De todas mis normas, mis límites, mis planes, mis ordenamientos, las letras resultaban borrosas por su espontaneidad.
De repente, con esa sorpresa que siempre me produce lo que aparece en la pantalla, reaparecieron esas palabras perdidas. Me asusté de mi misma, de lo que no podía hacer. Si ese manojo de sentidos que solos se cayeron en el papel de mentira una vez había vuelto, ¿cuántas eran las cosas que iban a volver, cuando menos las esperara, en el momento menos oportuno?
A diferencia de lo que uno espera cuando se asusta, no me paralicé. O sí, pero no de la manera en la que la gente suele paralizarse. Me paralicé al no poder evitar actuar como suelo hacerlo: respiré hondo y seguí con lo que estaba haciendo, como lo estaba haciendo, a pesar de no quererlo. La impotencia que provoca la realidad cuando resulta violenta contra uno, con tal poder que te hace creer que no podés saltar antes del precipicio, destruye los ánimos de cambiar.

Me quedé esperando que saliera de mí el demonio que arrasa con cuanto frívolo deseo del mundo, ése que creo tener cuando discuto con el silencio de mi propia consciencia. Sin embargo, nunca apareció. Corté lo escrito y miré la hoja en blanco. Sabía que con un sólo click podía recuperar lo escrito y volver a enfrentarme, pero no lo hice. Cerré todo, incluyendo mis ojos. Las palabras brotaron de nuevo, pero ahora nadie las conocería, ni siquiera yo. Enfrentarlas no era una opción, parar tampoco. Abrí los ojos y me senté al teclado. La pantalla nunca había estado más en blanco.

23 de abril de 2012

La luz y su estela.

De todas las luces de la ciudad, sin dudas ésa era la más brillante. No había ojo que no cegara, ni alma que no pudiera atravesar. Corría como el agua entre los dedos, y el viento no hacía más que proyectarla a todos y cada uno de los seres de este mundo.
Avanzaba confundida mientras buscaba su rumbo. Había abandonado todo lo que creía creer y ahora, sin más que sus sueños a quien rogarles un camino, recorría las calles urbanas con el miedo de no ser más que un espejismo. Ahora sí, de todas las luces que podrías conocer, sin dudas ésta te convertiría en todo aquello que jamás pensarías  poder ser. 
Había un silencio incómodo rondando en el aire de la ciudad. No me refiero a ése que se había producido entre la señora con su cartera gigante y el niño al que había golpeado durante la última hora en un colectivo atestado de almas. Era un silencio más parecido al que se mal ubica entre dos compases perfectamente compuestos. Ése que se oye a lo lejos, aunque uno no le esté prestando atención. Algo similar a lo que falta sin que se note, pero que no debería faltar. 
Se frenó y miró alrededor. Buscó al reflejo en el cuadro que la enmarcaba, pero no logró ver nada más que su propia estela. Corrió aún más rápido hasta el siguiente espejo, pero nuevamente no pudo ver más que el reflejo de lo que en algún momento fue.
Solamente cuando pudo atravesar una lágrima que caía desahuciada hacia la tierra descubrió que era mucho más que su pasado. Era todo aquello que quisiera ser, en cuanto color deseara, en cuanto brillo buscara. Ya no resultaba tan difícil ver todo lo que se escondía dentro suyo. Ahora lo imposible estaba en encontrar nuevamente la gota que la transformara en arcoiris en lugar de estela desfalleciente.
Otra vez las cabezas rotaron. Pero ya no se cegaban, sino que ahora buscaban entender ese relámpago que tanto se parecía a un difuminado arcoiris. Lamentablemente, semejante estrella no iluminó tanto como para que los ojos tan grises pudieran salir del cemento permanentemente. 

13 de septiembre de 2011

Las uñas rojas

Las uñas rojas completaban el look de solterona empedernida nomás. Si hubiese estado en batón y acariciando un gato con 70 años,la idea clicheana hubiese sido completa. Pero no,le alcanzaba con 22 años,la mala cara,el resentimiento y sus uñas golpeando contra el vaso de cerveza.
Escuchó que alguien preguntaba por ella. No en el buen sentido. No lograba congeniar con nadie,aunque su cara de pocos amigos tampoco la ayudaba. Y sin embargo,no comprendía su soledad ahí. La familia se convirtió en deseo,la ruina en costumbre,y ahora todo a su alrededor se desmoronaba. Pero sin embargo,luchaba x creerse reina.
Subió la escalera sin más prisa que quien camina a su aguja envenenada por última vez. Quizás el error lo cometía ella,creyendo que el mundo cambiaría alguna vez y jugaría a su favor. Es más,estaba casi convencida de ello. Y seguía adelante.
Las uñas rojas eran lo último que quedaba de su mácara. Abrió la puerta del auto y vomitó. Otra vez se sintió morir,con la maldita reencarnación a la vuelta del amanecer.

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Ojos marrones

Ella tenía los ojos marrones y enormes. Miraba a su alrededor como si recién hubiera llegado a donde siempre estuvo. Todo a su alrededor le parecía tan suyo y al mismo tiempo,tan extraño. Siempre intentaba encajar,y siempre caía fuera de lugar. Ostentaba el lujo de contagiar su sonrisa,pero sufría el karma de no poder sacarse de encima sus lágrimas.
Era ella la que lograba que todos la escucharan y la siguieran,y era ella la que siempre perdía frente a los que le tiraban para atrás. Todas las noches era algo nuevo. Sufría por los cambios,y no podí esperar el día en que todo arrancara de nuevo.
Otra vez miró a su alrededor con los enormes ojos marrones y esa dejadez en su interior. Abrió la boca para tomar aire fresco y se durmió. Nada de lo que la rodeaba era ya cierto. Todo se transformó en la pesadilla que siempre soñó. Y así,como de repente,corrió,y corrió y corrió...

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17 de julio de 2011

Como Siempre (rutina)

Después del mareo, sentí la cabeza más liviana que antes. No sabría explicarlo, pero imagínense sus cabezas con un sombrero de cemento, que de un momento a otro alguien viene y se lo lleva. Algo como eso, pero más aliviador. Fue entre el tiro en el travesaño y la señal del árbitro. De todos modos, no me asustó no recordar lo que pasó en el medio (supuse que era común para un mareo tan intenso e inesperado).
Un par de horas después, la cabeza no parecía haber vuelto a su mismo peso. “¿Sabías que cuando la gente se muere, pierde 21 gramos inmediatamente y nadie sabe el porqué?”, me contó una vez, cuando era muy chica, Sabrina. Era la prima mayor que todos hubiesen querido tener y que yo hubiese querido perder. Le encantaba arruinarme todas las buenas cosas de la niñez. No esperó a mi octavo cumpleaños para destruirme la ilusión navideña, junto con el ratón, los magos y demases felicidades de infancia. Ahora, venía a decirme que cuando uno se muere, encima tiene que seguir vivo en algún lado, lejos de lo que le gusta y solo. No me gustó nada, así que me convencí, como siempre, de que mentía.
Sin embargo, esa noche me pareció que no podía dejar de pesarme. Hacía ya tiempo que mi vida se encontraba acotada, entre otras cosas, por la mágica balanza. Por supuesto, como todas las mañanas a las 7, me levanté y fui directamente a saludarla. Me respondió como siempre en números poco agradables. Su construcción digital me permitió observar a esa tardía hora de la noche, el número menos agradable de todos. 21 gramos menos. “No, es mentira”, me convencí, como siempre, desde chica.
Otra vez sábado a la noche y yo seguía tratando de concentrarme en esa frase que empezaba el libro. Los carnavales de 1927 y el sueño de Emilio Gauna no parecían atraparme como lo había hecho ya en otras tantas ocasiones. Me resultó extraño, pero confié en que era sólo mi cansancio, gritándome que no tenía energías ni siquiera para empezar a acompañarlo nuevamente en su aventura por Buenos Aires. Apagué mi lámpara y giré hacia la pared, como siempre.
Los gritos y la canción de turno se mezclaron en mi despertar. Apagué el despertador y mientras los chillidos parecían no tener fin, volví a esconderme del mundo en mi cama. La luz del día por entre las persianas del balcón no me dejó disfrutar de mi guarida por mucho tiempo más, así que declaré la paz con el día abriéndolas (como siempre, ganaba). En general, la resolana nunca me había gustado, me hacía doler la cabeza. “Qué raro, no pareciera hacerme nada hoy…”. Recordé la pesadilla de la noche anterior: de un momento a otro, mi cabeza pesaba menos. Cuando giré para verme en el espejo, me extrañó que no me dolieran las cervicales, mi trauma de toda la vida.
Inevitablemente corrí a la balanza (ya eran las 8, mi horario se encontraba atrasado y debía recomponerlo lo antes posible). De nuevo, ese numerito: 21 gramos menos. Lo único que quería era encontrar una respuesta. Miré a mi alrededor y nada parecía tan brillante como siempre, ni siquiera mi reflejo. Me cambié rápidamente y sacrifiqué mi desayuno para disfrutar de mi tranquila rutina diaria. Insólitamente, noté que ninguna de las tres personas que me chocaron en la calle y en el colectivo repararon en mí, siquiera para mirarme. El colectivero apenas escuchó mi voz cuando pedí el boleto al centro, y casi me tira cuando bajaba del colectivo, como si no me hubiera visto por el espejo.
Qué resulta todo cuando uno desea abrir los ojos. Después de mi rutinario lunes, tal y como estaba planificado, fui a encontrarme con él. Me besó y se alejó velozmente. Me miró como si no me conociera. Lo besé nuevamente, y volví a sentir lo mismo de antes: nada. Caminamos los dos hacia la puerta del café de siempre, sin decir una palabra. Nos miramos a los ojos y mientras él se alejaba hacia Libertad, yo caminaba para Cerrito. Sólo volteó al escuchar el grito de la mujer que trató inútilmente de frenarme ante el semáforo en rojo. Si no tenía alma para amarlo, entonces la vida se volvía realmente inútil y rutinaria.
Vi cuando Sabrina trataba de consolarlo. La vi llorando y diciendo cuánto me había querido. La vi enojada por no saber qué era de mí y si yo estaba en algún lugar mejor, culpa de la desconfianza en sus ideas que mis negativas le habían impuesto. Sabiendo que no me oiría, le respondí: “Perdón, tenías razón. Como siempre la tuviste”. 

6 de octubre de 2010

La gorra.-

"...lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado..." - Las Pastillas del Abuelo


Cuando abrió el ropero, la gorra cayó desde el estante más alto, a sus pies. La levantó con tranquilidad, hacía años que no la veía. Sin embargo, no tuvo ningún problema para recordar de dónde había salido. Alguien que en un recuerdo ahora parecía extrañado se la había dado, en una mezcla de amor con idolatría y necesidad de cariño. Se sentó en el borde de la cama, sin poder dejar de pensar en aquella persona, ahora tan lejana en el tiempo y posiblemente en el espacio, que con un gran sentimiento le había regalado algo tan sencillo y maravilloso al mismo tiempo. "Una gorra...", pensaba y repetía en su mente. Pocas veces había recibido un regalo tan simple, pocas veces había recibido un regalo tan sincero, pocas veces había recibido un regalo tan certero. Lo que sí, cientos de veces había olvidado regalos, sentimientos y personas que en algún momento de su vida la habían desconcertado y, quizás, hecho feliz. Por supuesto, la tarde húmeda, pesada y lluviosa no le dio permiso para que retomara sus tareas habituales.
Sentada en la cama, con la gorra entre las manos, decidió que ya era momento de redescubrir sus propios recuerdos. Dejó la gorra apartada y se acercó a su placard, para sacar una caja que creyó perdida en alguno de los agujeros negros que llamamos "mudanzas". Revisó papeles, fotos, cartas, notas y tarjetas de cumpleaños que había acumulado durante los años. Lo que más la impresionó no fue la cantidad de papeles que había acumulado, sino la cantidad de gente que ya no estaba en su vida, o no lo estaba de la misma forma que aparecía antes. Ahora bien, quizás, lo que más la aterrorizó fue su imagen distorsionada que los recuerdos le trajeron, y la imposibilidad de reconocer si la presente o la pasada era la real. 
Al cabo de un par de horas de rodearse de papeles y memorias, la primera lágrima cayó. Atrás de ella vino otra, y otra, y otra... 
A la mañana siguiente, se despertó rodeada de los mismos papeles que la durmieron. Los tomó con delicadeza uno por uno, los guardó de nuevo en la caja, y en ella agregó la gorra. Mientras preparaba el desayuno, nuevamente lagrimeó un rato. Otro poco más cuando lo comía, y salió impecable a trabajar. Sin embargo, no pudo sacarse de su mente a todos los que habían acompañado el camino que la había llevado a ser quien ahora era. A algunos los extrañaba, y mucho, sobre todo a aquellos que le habían demostrado que la alegría y el amor existían; a otros, agradecía tenerlos lejos, en particular a los que le habían demostrado que el mundo está completo de personas que no entienden lo que es la amistad; a otros, agradecía por tenerlos a su lado todavía.
Mientras el colectivo doblaba por la entrada al barrio, respiró hondo. Suspiró todavía más profundamente y sacó de su mente la imagen de tiempos pasados, añorando la época en la que no sentía. 
Cuando bajó y lo vio, tan temprano, tan lejos, tan dormido, en la puerta de su trabajo, todo desapareció de su mente, y disfrutó de su primer comienzo de año besando a quien la amaba. 


13 de septiembre de 2010

Felicidad / Infelicidad (La vida no siempre es sueño).-

¿Alguna vez sentiste que no tenías motivación para seguir con casi todo? ¿Que lo que te quedaba a futuro no era más que un proyecto de alguien que no estabas muy seguro de querer ser? Quizás sí, quizás no. Muchas veces la esencia de no tener nada a futuro es la seguridad de tenerlo todo hoy.Saber que mover un dedo significa creerse Dios, y que pegar un grito nos puede transformar en un segundo en basura descartable. Somos los que los demás quieren que seamos, lo que el mundo espera de nosotros, lo que la sociedad sabe que podemos dar. El gran problema de este planeta es que, a veces, nos levantamos del revés y algunos podemos ver que no necesariamente es así. Y es fácil cambiar todo cuando estamos solos, cuando nada ni nadie depende de nosotros; pero cuando algo tiene sus raíces en nuestras almas, es difícil diferenciar qué es lo mejor. ¿Seguimos el camino prefabricado que creemos haber elegido porque alguien nos vendió que somos los verdaderos dueños de nuestras vidas, o efectivamente tomamos el control de lo desconocido, es decir, de nosotros mismos, y buscamos lo que nos hace felices?  ¿Cuál de las dos felicidades es la real? ¿De cuál es de la que podemos nutrir lo trata de vivir con nosotros?

Felicidad de tener un título. Felicidad de cumplir con el sueño de mamá y papá. Felicidad de ser la mejor. Felicidad de no ser la mejor. Felicidad de luchar por lo que creemos justo. Felicidad de creer en algo real. Felicidad de ir en contra de la pantomima. Felicidad de cubrir los huecos. Felicidad de ser honestos con nosotros mismos. Felicidad de sabernos los únicos honestos entre el resto de la humanidad. Felicidad de no perdernos en la nebulosa de lo irreal.

Infelicidad de no creer más en la gente. Infelicidad de nunca llegar, aunque lleguemos. Infelicidad de nunca ser lo suficientemente buenos. Infelicidad de tener que complacer. Infelicidad de siempre dejarnos para el final. Infelicidad de cumplir tus deseos. Infelicidad de ser lo que los demás quieren por facilidad. Infelicidad de cumplir con los designios sociales. Infelicidad de ser feliz. 

Infelicidad de no poder decirte que soy infeliz, porque jamás me lo justificarías. Felicidad de que no me importe lo que pensás, tanto que te digo lo infeliz que soy.

Felicidad de tener a alguien que se preocupa por mí. Infelicidad de saber lo infeliz que lo puedo hacer. 

30 de agosto de 2010

El niño interno.-

El sueño que vislumbraba se agotó.
Nuestras miradas quietas se ahogaron en la 
ignorancia de sabernos vivos. 
Y así, de repente, la nada.

Tengo un par de secretos
que guardo con rencor
(con el miedo de perder lo que sabemos
que no podremos recuperar).

Supongamos que no hay silencios
sino que todos los ruidos
se aúnan en un sólo pueblo,
en una calle, en una canción. 
Cuanto más gritamos
menos nos herimos.
Cuanto más callamos
menos te siento.

A lo lejos, una balsa.
A lo lejos, cientos de miles de 
hogueras.
Nosotros, inertes, nos amamos,
suponiendo que todo pasa sin ser.

Cuando los aullidos de la noche
me llaman al silencio, 
te espero.
Éramos únicos,
todo, no había más.

Un rayo aniquila mi imaginación.
Tus ojos, la hiel que me carcome.
Y acá yo, esperando a que tu sensatez se vaya.

[Necesito que te rías]

24 de agosto de 2010

La historia del amor.-

Hacía tiempo que había dejado de escribir historias de amor. Es que, a diferencia de la historia en general, la historia de amor se escribe por los que pierden. Seamos honestos, ¿a quién le gusta leer que efectivamente en algún jardín vecino el pasto es más verde? 
Me van a decir que los cuentos de hadas sí terminan bien, y que todos nos cansamos de leerlos. Lamento tener que corregirlos, pero los cuentos de hadas no terminan bien, sino que sencillamente no terminan. El encuentro inicial mágico del amor lo conocemos todos, pero después del beso del príncipe azul, ¿qué? ¿Conoció a la familia de la novia y fueron todos felices? ¿Pasó noches enteras con la mejor amiga de su princesa y nunca se le cruzó un diablito que otro? ¿Jamás se pelearon por la frazada? Vamos, los cuentos de hadas son la mitad de la historia.
Las historias completas que escuchamos siempre terminan mal. Y no hay otra forma: cuando una historia de amor termina, termina mal, insinúa algún músico popular por ahí. Ya sea que uno disfrutó de siglos con el amor de su vida, y de repente nuestro amor se decidió por aburrirse de la Tierra e irse; ya sea que lo conocimos por unas cuantas horas y nos dejó esperando con el corazón en la mano en la puerta de nuestros sueños.
Yo estoy convencida: las historias de amor las escriben los que pierden. Y por eso, hacía tiempo que no podía escribir. De buenas a primeras, él volvió a recalar en mi vida. Él, que parecía haberse esfumado con la simple necesidad de ser un recuerdo, había vuelto a despertarme. "La historia del amor la escriben los perdedores, porque nadie gana con el amor. Es una fantasía colectiva de dos que confluye los silencios solitarios en un silencio más hondo. Si alguien gana, no es amor, es consumo. El ganador se está llevando cosas de la otra persona, que lo que gana, pero siempre sabe que es como robarle un caramelo a un chico, lo que le impide estar orgulloso de ello (y mucho menos, contarlo)".
Debajo de la lluvia volví con sus palabras en mi mente, revoloteando como mariposas. Llegué a mi cuaderno sabiendo que no tenía razón. Es verdad, la historia del amor no la escriben los ganadores ni los perdedores. La historia del amor la escribe él mismo, que como todos nosotros es amo y señor de su destino; y nosotros acá, esperando a ver cuando le toca toparse con nosotros, para poderlo contar. 

19 de agosto de 2010

Del misterio de la ciudad y el bosque.

Era una noche como cualquier otra y tan distinta a las demás que asustaba. Sus ojos de cristal se habían transformado en brillantes llenos de magia, y cuanto más se despertaban, más iluminada parecía la realidad. Todo a nuestro alrededor era sincero (creo que jamás conocí otra luz tan brillante como aquella), dejando que corriéramos por la verdad como quisiéramos. Cuanto más corríamos, más necesitábamos seguir. Nos sentíamos eterno, inmunes a la verdad y a la mentira, únicos en el planeta y acompañados por una humanidad que no tenía la menor idea de lo que la vida era en realidad. Subíamos escaleras, escalábamos balcones, atravesábamos milenios, cumplíamos nuestra misión de cambiar el tiempo a la perfección. Si algo nos impedía seguir, no frenábamos ni nos sentíamos perdidos, ah no. Respondíamos con lucha, pasión y risas. A cada paso, los obstáculos aparecían y desparecían con la misma facilidad que un sueño desaparece cuando nos despertamos.
Contábamos con la ayuda de la oscuridad de la ciudad para seguir todos los pasos, pero no significa eso que sin ella no lo hubiésemos podido hacer. La valentía de su mirada le respondía a mi pavor que la más suculenta recompensa nos esperaba al final de semejante recorrido. Sumaba más misterios a su increíble pero oculta imaginación. Ninguno de los dos teníamos en claro si era suficiente con nuestro plan, pero creíamos en la suerte del principiante, y no nos dejábamos amedrentar por uno o dos que nos trataban de disuadir.
Acomodamos nuestros cuerpos y mentes a la tarea a terminar, y continuamos por las sinuosas calles de la urbe, que poco a poco se transformaban en desiertos a medida que la noche les absorbía la vida con su penumbra. No voy a mentir, no podría: no podía estar más aterrorizado. Pero era así cuando estábamos juntos: nada era demasiado fácil, nada demasiado imposible, nada era absoluto. La relatividad de la posibilidad de caer no era una opción para nosotros.
Volamos alto, muy alto, soñando con paraísos infinitos y universos del tamaño de un alfiler. Las estrellas que nos encandilaban se fundían lentamente con la imagen de nuestros deseos, y los árboles que nos rodeaban se volvían inertes al paso de los minutos. Todo en nuestro cielo se fusionaba con espejos de colores y monedas de chocolate. Cualquiera hubiese tratado de entenderlo, nosotros nos conformábamos con agradecer que podíamos vivirlo.
De repente, un horizonte en carne viva nos avisaba del final de nuestra empresa y el comienzo del retorno a casa. Héroes los dos, salvados por la vitalidad misma de la naturaleza y la felicidad absoluta de sabernos inmortales en nuestra finitud. Bajamos escaleras, descendimos balcones, volvimos el tiempo atrás. Nos dejamos vegetando en un amanecer de furia y dulzura, con la necesidad de volver a vivir lo antes posible, sabiendo que el deleite de esa noche era nuestro y que en nuestra misión, era el punto final.-     

10 de julio de 2010

Excepciones.-

Éramos las excepciones. Todo tiene una excepción que lo confirma (o reafirma), y alguien tiene que serlo para los demás. Pero no somos cualquier excepción, ah no. Somos de las excepciones inolvidables. Cómo no recordar el paquete de figuritas que vino con una de más, el paquete de papas fritas que tenía un chizito adentro, la botella de Coca con el premio en la tapita, o quizás esa pregunta imposible para todo el mundo que supiste contestar. Lo que sea, cuando pasan años y todavía lo recordás, es porque es inolvidable. Y así somos nosotros, las excepciones. 
Detrás de todos, éramos los que aparecíamos relucientes en el medio de la tormenta, blanco sobre negro, haciendo desaparecer todo a nuestro alrededor. Supongo que la naturaleza de algunos es estar fuera de lugar siempre. Las encuestas no nos tienen en ninguna opción, siempre estamos entre los otros. Somos la minoría de la minoría. Además, cuanto más intentamos camuflarnos entre la gente normal, más resaltamos. Las excepciones no podemos escondernos, porque es muy difícil transformar en invisible lo incandescente. 
Además, las excepciones son precisas y necesarias. Aparecen cuando más lo necesitamos, y eso las hace tan memorables. En los momentos más inestables, en los momentos más difíciles, más confusos, brillan las excepciones, demostrando que lo inesperado puede suceder cuando realmente es vital. 
Somos las excepciones, aquellas personas que sólo aparecen una vez en la vida, de manera inesperada, repentina, directa e inolvidable. Somos los que sostenemos la casa cuando empieza el terremoto, y salimos corriendo en cuanto termina para parar la inundación. Cuando menos lo esperes, ahí estará alguno de nosotros, levantando lo caído y ordenando el rompecabezas. Pero disfrutalo mientras dure, porque las excepciones son momentáneas y lo único que queda después es el recuerdo, tu recuerdo.  

23 de junio de 2010

Ceguera.-

Giran, giran todo el tiempo.
Y ellas, que no paran de moverse.
Yo acá parada, espero
que todo lo que mi cabeza decide sea.
Cuadran las mentiras que fueron
sinceras conmigo, conmigo.
Etérea melodía en mis oídos
la que ahora me desarma.
Y suspicaz el viento se desplaza,
rápido por los silencios que dejo
abiertos para que crezcan.
A veces todo parece simple
                                        [todo es simple]
pero el mar nos devuelve a la
irrealidad.
Despierto rodeada de grises
en una mañana con el más
                                      glorioso amanecer.
Acierto, creo, en pensar que
cierta vez me despertaré y seré
yo misma, la que se detiene y cree
que algo puede cambiar.
Lo que se encuentra a mi alrededor
se funde en negro
y me absorbe espacialmente.
Cegada por su brillo
tan distinto a mi realidad.
Suspiro de su aliento,
revivo por su mirar.
La única excusa para no
                                   [ya no]
abandonar.

9 de junio de 2010

Otra vez.-

Lo tenían todo. La tranquilidad, la paz, el amor, la felicidad. Todo ahí, al alcance de sus manos. Todo tan simple parecía. Lo habían visto cientos de veces, tenido en frente a sus narices en miles de ocasiones. Todas y cada una de ellas habían sido oportunidades de alcanzarlo, de conseguirlo. Todo se había concluido para que fuera lo que tenía que ser, y nada más. Suponía que lo habían visto: nadie podía ser tan estúpido como para no verlo. Era claro, evidente, casi que imposible de no chocarse con ello. Y ahí seguía, tan incólume como siempre. No pudo creer lo que veía... 

Otra vez se repetía la historia. Otra vez, como hacía años pasaba, rozaban sin sentir la oportunidad de ser completamente felices, y no la tomaban. Otra vez, abandonaban cualquier posibilidad de entender lo que pasaba a su alrededor. Otra vez, se conformaban con las mismas simples palabrerías. Otra vez, se creían lo que sus propias mentes inventaban, por sobre lo que los sentidos más extasiados les indicaban. Otra vez, volvieron a abandonar a la suerte que el destino cambiara. Otra vez, dejaron que el sueño se rompiera de nuevo. Otra vez, sin demasiado esfuerzo, cortaron los hilos que mantenían tejido el cielo. Otra vez, corrieron atrás de la mentira.

Después de ese día, la vida ya no fue la que conocían. Ya no habría otra oportunidad. El perdón y la felicidad estaban perdidos. 

Ella volvió a caminar, y decidió nunca más volver a comprender o perdonar. No se lo merecían. Por mucho que lo quisiera, ya nada sería lo mismo. Ella volvió a caminar. 

2 de junio de 2010

Dos.-

Dos noches pasó en vela. Dos noches, y seguía esperando para poder dormir. No es que quisiera hacerlo, pero claro, el cuerpo ya lo estaba pidiendo. Tenía todavía resto, pero el insomnio (que no lo era tanto) se prendía sin poder evitarlo, y allá caía cualquier posibilidad de volver a soñar. Respiró hondo y se dejó llevar.
Despertó aquella mañana sin recordar nada de la noche anterior, más que el momento en el que se acostó. Palabras sonaban en su mente, sombras que parecían personas se iluminaban en sus recuerdos. No estaba muy segura del día. Miró el reloj y le resultó intrusa la luz que se escabullía por las rendijas desde afuera hasta su rostro. Se levantó para darse cuenta de que había perdido dos días. Respiró hondo y empezó a pensar.
Salió a la puerta, sintiendo que el aire a su alrededor lo asfixiaba. Nunca iba a poder acostumbrarse a semejante sopor citadino. A veces, incluso, le costaba recordar porqué estaba todavía acá. “Ah, sí.”- pensó mientras subía los escalones.
Salió a la calle, sintiendo que todo a su alrededor era fantástico. “Nada es mejor que esta ciudad”. Caminó casi sin necesidad de mirar por dónde andaba, para llegar a su lugar. La peligrosa puerta del medio la vio entrar, tan airosa como siempre.
Suspendidos se quedaron, cuando una tarde de calor el pañuelo los cruzó y todo resultó perfecto y asfixiante. Nada peor ni mejor que un febrero en Buenos Aires. Todo a su alrededor se transformó en ese momento eterno. Algo quedaba de lo que pensaban hasta que se miraron. Esa necesidad de verse. Esa necesidad de verse por siempre. Esa necesidad que nunca más tuvieron que extrañar.


[Completos... Gracias por hacerme tan feliz...]

29 de mayo de 2010

Miedo.-

Miedo de que esto nunca termine.

Miedo, mucho miedo.
Miedo de no poder decirlo nunca.
Miedo, mucho miedo.
Una pared que corre hacia nosotros, 
y nosotros que no nos movemos.
Hoy, otra vez.
Mañana será otro día 
                               [más]
Miedo de no poder esconderme. 
Miedo, mucho miedo.
Miedo de no poder de dejar de llorar.
Miedo, mucho miedo.
Alrededor mío no queda nada,
nada más que el miedo que me rodea.
Así, simplemente.
Ayer ya pasó
                   [para siempre]
Miedo de no saber cómo volver.
Miedo, mucho miedo.
Miedo de no saber cómo solucionarlo.
Miedo, mucho miedo.
Cuando todo queda tan oscuro que
lo más claro es nuestra roída sombra.
Ahora, todo.
Ahora, nada
                 [nada más]

26 de mayo de 2010

Bocanada de aire fresco.-

Una bocanada de aire fresco, eso era ella para mí. Nunca entendí si estaba en su mirada, en su voz, en su risa. Creo que era mi ignorancia en el arte de entender su intrincada personalidad, pero fuera lo que fuese, era como volver a respirar cada vez que la veía.
De lo que hablaba, no lo sé. Hablaba mucho, y casi siempre sin demasiado filtro, lo que volvía sus cuasimonólogos bastante complejos de seguir. Hablaba de una manera fluida y y casi como si fuera un solo río, pero la realidad es que era un caudal insostenible de pensamientos.
Amaba como hablaba y yo no me dejaba amar. Más que amar, avasallar por su tierna locura. A veces, incluso, parecía que ella misma era avasallada por su propia pasión. No podía soportar que el mundo se cayera a su alrededor y ella no pudiera hacer nada para solucionarlo. Pero yo no entendía lo maravilloso que tenía su incontinencia emocional, incluso cuando eso era lo que me salvaba.
Una lluvia violenta durante una calurosa tarde de verano, eso era ella. Incluso aquella mañana en la que después de atacarme, desapareció para siempre.

21 de mayo de 2010

Nudo.-

Esa necesidad que me carcome ahora no es la misma que antes.
Antes, ese antes inmenso que atacaba todo lo que me rodeaba.
Esta angustia es nueva, y coincide con esa extraña manera de amar.
Incluso creo que ya no existe mi realidad, es todo fantasía.
En mi mente, un mundo mágico se crea y reprime constantemente.
No hace a mí desarmarlo o darlo a luz, es tan independiente como mi respiración.
Tu mirada acusadora en mis ojos se repite.
La película de tu partida y mi delirio se hacen una en sí.
Misteriosa manera de extrañar esta la de sufrir.
El dolor en el pecho no para, y pareciera que nada lo hace.
Desastre a mi alrededor, ruinas que se caen a pedazos.
Somos dos, soy una. 
Cada cual recita lo de cada quien y no hay palabra austera.
Como si la noche no me conociera, así, tan igual a siempre.
Y el silencio del sufrimiento corre en mis oídos
                                               [podría ser tan irreal como parece, pero no]

Ahora todo fluye en mi imaginación pordiosera.
Caen las imágenes con la facilidad de una escena fílmica.
Mis lágrimas, tus gritos, el rencor desalmado.
Quisiera ser un cuerpo.
Los cuerpos se destruyen al dejarse estar en el tiempo.
Las personas no tenemos esa suerte.
El presente, potencialmente tan agradable, no me regala su sonrisa.
Algo no está bien, dice alguien en mi mente.
Yo misma me deshago de las bondades y las risas.
Aunque no lo parezca, no soy tan honesta ni tan amena
                                                                    [somos dos los mentirosos]

No alcanza con decidirse.
No alcanza.
La presión cada vez más inútil se apodera de mi consciencia.
Mi inconsciencia se fue cuando perdió la última batalla de voluntades.
Es que nadie se queda donde no tiene nada que hacer.
Me siento frente a mí y me miro absorta. 
Jamás me imaginé tan insulsa y desabrida. 
Soy el fantasma de lo que esperaba ser.
La pantomima de tus sueños.
Tus ojos no están al alcance de mis manos, por mucho que lo intentemos
                                                                   [y sé que los dos lo queremos]

Las letras se hacen innumerables y la somnolencia empieza a vencer.
Somos los desesperados del amor.
Ese sentimiento esquivo que no nos quiere dejar en paz.
Veo el acto de nuevo y te imagino ya devastado.
Quisiera poder evitarlo, ser la persona que debería estar siendo.
No la que vos querés, ni siquiera la que yo quiero ser.
La que podría estar siendo. 
El enemigo público número uno te habla. 
Estás rodeado, no hay donde escapar ni cómo.
Cuanto más lo escondes, más te destroza.
Otra vez la noche se vuelve negra y la ciudad su perfecta cómplice.
Supongo que ya no puedo cambiar
                                       [las personas no cambian me dijiste]

Los ojos secos ya no llueven.
La hiel me atraviesa y las manos se mueven solas.
Suenan dos o tres notas ineptas.
Cuando aprendan a sonar serán realidades.
El tiempo que no vuelve pasa.
Pasa, pero no lo suficientemente rápido.
Quisiera no tener que volver a empezar nunca más.