2 de agosto de 2008

Andrómeda

Andrómeda estaba todavía demasiado lejos y aún así parecía más cercana que su mirada. Con sinceridad le pregunté por sus sentimientos, pero para variar, no dijo nada. Me dejó con la intrida y la curiosidad insoslayable que nos convierten en los más completos humanos. Y así, detrás de esa pregunta sin respuesta me quedé yo, atento, esperando de ella lo que una mujer es incapaz de regalarte: honestidad.
Ahora Andrómeda parecía haberse acercado unos cuando miles de kilómetros. Me hizo recordar que el viaje se acababa y una vez más le cuestioné su alma. Ella, ahora un poco más compasiva, me miró, pero reiteró el ya conocido silencio. No sé si era conciente del arma que estaba utilizando y lo que con ella lograba, pero si lo era, su piel debía ser de acero. Suspiré imaginando que finalmente me regalaba una respuesta.
Andrómeda parecía ahora más lejana que antes, pero ya sabía yo que eso era imposible, que la única opción era que estuviésemos acercándonos. La miré y por un segundo no supe qué tan atenta estaba al camino. Me arriesgaría a decir que si me hubiese desviado en la oscuridad de la noche, ella jamás se hubiese percatado. Pero fue su sonrida, más cómplice que pícara, que me asustó de más: ¿es que quizás tenía idea de hasta lo que yo pensaba? Hasta el día de hoy me asusta.
Me encontré mirándola nuevamente, contemplando su belleza más absoluta. Ya no importaba la distancia, Andrómeda parecía brillar más que de costumbre. Nunca había logrado ver con tanta claridad todas sus figuras como lo podía en hacer en aquel momento. Fue entonces que entendí todo: la sonrisa, la falta de respuesta, la piedad. Ahora yo la miré y logré que se quedara estupefacta. Eso era lo que quería, alcanzarla, mostrarle que podía acompañarla hasta ese punto. Y creo que logré hacerla feliz, pero no estoy seguro.
Finalmente llegamos. Ahora sí que Andrómeda parecía inigualable. Los dos en silencio nos encargamos de adorarla. Es que, cuando una estrella une dos almas, todo alrededor desaparece. Pero cuando una galaxia une dos alamas, todo el universo aparece. De todos modos, a nadie le importa, por lo menos, mientras dura el amor.