22 de noviembre de 2007

Yo nací para mirar /lo que pocos quieren ver

Mientras el caleidoscopio cortaba polea en tu mente, la voz de la conciencia te arrancaba todo de adentro. Esa conciencia con letras y mayúsculas y angustias y apellido que te acercaba a vos misma supuso que lo mejor era hablar y confundirte aún más. Que los peligros eran inminentes era más que sabido, pero la facilidad en no escucharlo era mucho más cercana a vos que la dificultad de esperar que se solucionara todo por tu accionar.
Horas de suspiros pasaron por tu mente, segundos de frases volaron velozmente hasta tu sentido de la supervivencia y desembocaste en la distancia que había entre vos y tu conciencia. Y ahora había que remarla, que correrla, que disfrutarla. Veías lo que había en la otra orilla, pero no es verdad eso de que siempre el otro jardín es más verde. Era como ver detrás de una neblina, detrás de un montón de ventanas sucias sin ningún futuro de limpieza.
Sonreís, pero sólo para vos, porque nadie más te ve. Sonreís, pero porque únicamente vos sabés lo que realmente hay en la otra orilla porque ya estuviste allá, y te causa gracia el esfuerzo del mundo por llegar al infierno. Y mientras tanto, tu conciencia sigue torturando al niño interno dentro de tí y al externo fuera de mí. Y la escuchamos, y otra vez le sonreímos. Suspendés por un momento toda respiración posible, mía, tuya. Un momento que se extiende, se percibe detrás de la espera del mundo y de la sociedad. Me mirás, y sabés que te miro, pero no podés recordar mi rostro sin mirarme. Tenés miedo de perderme detrás de ese cuadro, detrás de esa pintura. Y la respiración vuelve, y se vuelve a pausar.
Disfrutás de lo que dice la conciencia ahora, y otra vez te le reís en la cara pero ahora ya no porque le temés, sino porque la vez de par a par. Y me explicás por la mirada más difícil de digerir que podés conseguir que somos uno entre los tres y que no queda más para esperar que nuestra propia desidia. Y después de tanta perorata, salís a caminar por ese cúmulus de cemento, ruido y fealdad que tan preciosa hace a la ciudad de Buenos Aires.
Detrás tuyo, ella. Pero no la escuchás, te cansaste de esperarla y ahora sencillamente te dedicás a acompañarla a trabajar. Y mientras tanto, el título de "mufa" se escapa entre las letras de tu nombre y la complicidad de tu risa y tu ignorancia elegida. El libro de Dorian Gray no escapa a tu mente en nigún momento, y ahora le dejasen claro al mundo que sólo vos lo podés entender, conmigo y tu conciencia a la par.

1 comentario:

Juan Pablo dijo...

"Y después de tanta perorata, salís a caminar por ese cúmulus de cemento, ruido y fealdad que tan preciosa hace a la ciudad de Buenos Aires."


Cuántas veces me habrá invadido ese mismo sentimiento y habré salido a caminar solo por la noche de Buenos Aires...

Qué identificado me sentí con muchas de las cosas de este post, especialmente en que siempre, siempre termino sonriendo para mí mismo.

PD: Estoy consciente de que mi capacidad de redacción en este momento no supera la de un simio, es el cansancio mezclado con el insomnio que me está matando.

En fin, un abrazo muchacha

Juan Pablo.