18 de noviembre de 2007

cuando suficiente es suficiente*

Detrás de la luz de la luna que se escapaba por detrás de unas nubes hambrientas de poder, sentía que mi alma robaba el poco tiempo que le quedaba a mi desidia en mí. Después de eso, esa mismísima noche, no sentí nada más (ni que lo hubiese pedido).
Lloré, sí, lloré cuando desperté, pero nada fue tan terrible como el simple hecho de haberme despertado. Lloré porque descubrí que el miedo a no ser lo máximo que pudiera ser a los ojos de los demás me había llevado a ser todo menos yo misma. Si era feliz siendo como era, ¿cuál fue la necesidad de cambiar, de ahogarme en el seno de alguien más?
Pensé, repensé, recontrahiperpensé, pero todo se empecinaba en terminar en la misma frase: lo hecho hecho está. Era cuestión de entender que si quería cambiar algo, si quería solucionar mi pérdida de identidad, lo único que podía hacer era hacer algo. Esperar no serviría para nada, a pesar de que parecía ser la mejor y más fácil solución.
En el medio, ellos, los otros, los que habían llegado a ser yo misma pocas horas antes: eso era lo que debía dejar atrás si quería volver a sonreir de verdad. Sedienta de vanidad, curiosa de locura, todo lo que podía significar la peor de las pesadillas para esta comunidad tan ostentosamente perversa cruzaba mi mente sin más peligro que el de revelarme la realidad.
Ahora: ¿qué capacidad podía tener un cuerpo sin espíritu y con mente para crear un espíritu que no sólo le correspondiese, sino que además se conjugara con lo que esperaba de dicho espíritu? Creí, pero como sólo un ángel puede creer, con la fe de la inocencia detrás de la insolencia. Más en un mundo donde la fe es el peor de los insultos, el más terrible de los desastres. Yo decidí tener fe en mí.
Ya no puedo echarme atrás, las cartas están echadas y es mi habilidad para jugarlas la que me permitirá volver a ser quien quiero ser o perderme para siempre. Pero para eso sé que no puedo sola, que dependo de alguien que me sostenga, que me permita matenerme en pie cuando sienta que ni el más macizo de los bastones podrá evitar que tambalee: Por lo pronto, espero poder empezar sin ese bastón, pero sé que en lo sucesivo deberé encontrarte, sí, a vos, al que me sostenga. Tengo que creer en mí, pero no en que soy intocable, inmortal e insensible.

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