15 de febrero de 2007

Segunda oportunidad

Daiana se levantó negándose a creerlo. Otra vez le había ganado el silencio. Había tantaas palabras que ella conocía, y tan pocas para utilizar en ese momento. Pasó semanas pensando como unirlas, cruzarlas y hasta relacionarlas de modo sutil y mágico, con el único fin de dejarlo anonadado y a su vez extasiado en esa pasión que sólo crea lo que uno quiere cuando no puede tener.
Separó la llave de la puerta de su casa una cuadra antes, más preocupada de que no se le subiera la minifalda que de que la llave fuese la correcta. No se equivocó, quizás gracias a ese sexto sentido que llamamos rutina. El monoambiente cambiaba tantas veces de tamaño en el día que no le alcanza con entrar una sola vez para descubrir cada uno de sus rincones. Ahora solamente sabía que era infinitamente chico para albergar toda su pena y vergüenza.
Sonó el timbre. Esperaba que fuese alguien equivocado, como cuando no queremos hablar por teléfono pero suena y no podemos no atenderlo; pero no. "No es mi día de suerte", pensó. Esquivó su mirada de manera casi furtiva, como una presa a punto de ser cazada, porque en el fondo, antes de mirar por la mirilla, ya sabía de quién se trataba.

- ¿Qué pasa?
- Te escapaste, de nuevo. Era tu segunda oportunidad. ¿Cuántas pensaste que ibas a tener, que te iba a dar?
- Lo sé, por eso no me quejé. Simplemente decidí que no estaba lista para enfrentarme.
- En fin, como siempre, te acobardaste. ¿Tanto te cuesta quererte?
- No es que no me quiera, es que no me quiero tanto.
- No importa, el punto es que tenías una segunda chance y la dejaste ir. No quiero oírte después.
- No lo vas a hacer.
- No pienso darte otra oportunidad.
- Y si me la dieras, probablemente haría lo mismo que ahora.
- Cobarde.
- Ojalá al menos me sintiera bien de no enfrentarme, pero solamente me lastima más.
- Me voy, y espero que te acuerdes de mí, porque no pienso volver.

Daiana nunca se había arrepentido de nada. Hasta esa noche. Su conciencia la estaba matando.

Lying is the most fun a girl can have without taking her clothes off

I wanna be naked. I wanna show you all what makes me cry about you.

That's probably everything in and out of you.

Si no hablo, nada terminará.

7 de febrero de 2007

Patetismo real

Avasallada por lo vivido, dejé que se desatara la tormenta sin quejarme. Mientras el agua caía sin rencor al sol que la había evaporado, mi mente funcionaba casi como con un piloto automático.
Prefería el anochecer en soledad que de a varios. Esa necesidad que tiene el ser humano de estar en constante conexión con el resto de la humanidad aunque no soporte más la falta de individualidad me enerva, siempre lo hizo. Sin embargo, me dejé llevar por el estado de ingravidad en el que me encontraba y me permití el secreto placer que todos encontramos en observar y sentir los dramas ajenos. Un personaje patético y empecinado en ser perfecto mejoró mínimamente mi noche, y me permitió deshacer cualquier malestar que me llevase a las pesadillas.
Desperté en algún momento surrealista de la noche, con una contractura que (ya sabía) duraría semanas, y con la cabeza donde usualmente descansan los pies. El televisor insistía en aullar suavemente, como cantando la canción de cuna más eficaz para mi sueño. Me acomodé y volví a mi espacio personal.
La mañana no se apuró en llegar para mí, pero no me preocupó. Nunca creí eso de amanecer más temprano para conseguir favores. Sin embargo, algo me inquietaba. Una de esas sensaciones que las mujeres recibimos como don con la costilla y que le sacamos al hombre. Mi llamado "Sexto sentido" me avisaba algo pero, para variar, no sabía qué. Ni si era bueno, o malo, o más o menos o qué sé yo. Era un algo indescriptible e inentendible.
Me miré al espejo y como todos los días, no me hallaba en la imagen. Pero esta vez algo era distinto, algo no cerraba en mi reflejo. Era como un juego de niños, de esos de las diferencias entre dos dibujos. Cuando me cansé de buscarlas, seguí mirando mi fotografía momentánea por puro capricho. Y como lo que no se busca es lo que se encuentra, me sentí una ganadora cunado encontré mi diferencia. Mi imagen era ese personaje patético que tan poco había hecho la noche anterior para atraer mi atención.
Lo más extraño de ese día fue que nadie pareció darse cuenta de la diferencia. O convivía con un grupo de ciegos por decisión, o se habían acostumbrado tanto a no mirarme cuando me hablaban que jamás lo notarían. Sólo mi compañero de despacho me dijo que tenía algo distinto, pero creyó que era el corte de pelo, lo elogió y se dejó llevar por la usual rutina.
Avasallada por lo vivido, dejé que se desatara la tormenta sin quejarme. Mientras el agua caía sin rencor al sol que la había evaporado, mi mente funcionaba casi como con un piloto automático. Total, no había nada que pudiese ser más raro que ese día, tan parecido al anterior y tan distinto al mismo tiempo.
Creo que debo ser la única persona que es retratada en un personaje patético y triste, y en vez de sentirse identificada, transforma su para vivir como él.