Segunda oportunidad
Daiana se levantó negándose a creerlo. Otra vez le había ganado el silencio. Había tantaas palabras que ella conocía, y tan pocas para utilizar en ese momento. Pasó semanas pensando como unirlas, cruzarlas y hasta relacionarlas de modo sutil y mágico, con el único fin de dejarlo anonadado y a su vez extasiado en esa pasión que sólo crea lo que uno quiere cuando no puede tener.
Separó la llave de la puerta de su casa una cuadra antes, más preocupada de que no se le subiera la minifalda que de que la llave fuese la correcta. No se equivocó, quizás gracias a ese sexto sentido que llamamos rutina. El monoambiente cambiaba tantas veces de tamaño en el día que no le alcanza con entrar una sola vez para descubrir cada uno de sus rincones. Ahora solamente sabía que era infinitamente chico para albergar toda su pena y vergüenza.
Sonó el timbre. Esperaba que fuese alguien equivocado, como cuando no queremos hablar por teléfono pero suena y no podemos no atenderlo; pero no. "No es mi día de suerte", pensó. Esquivó su mirada de manera casi furtiva, como una presa a punto de ser cazada, porque en el fondo, antes de mirar por la mirilla, ya sabía de quién se trataba.
- ¿Qué pasa?
- Te escapaste, de nuevo. Era tu segunda oportunidad. ¿Cuántas pensaste que ibas a tener, que te iba a dar?
- Lo sé, por eso no me quejé. Simplemente decidí que no estaba lista para enfrentarme.
- En fin, como siempre, te acobardaste. ¿Tanto te cuesta quererte?
- No es que no me quiera, es que no me quiero tanto.
- No importa, el punto es que tenías una segunda chance y la dejaste ir. No quiero oírte después.
- No lo vas a hacer.
- No pienso darte otra oportunidad.
- Y si me la dieras, probablemente haría lo mismo que ahora.
- Cobarde.
- Ojalá al menos me sintiera bien de no enfrentarme, pero solamente me lastima más.
- Me voy, y espero que te acuerdes de mí, porque no pienso volver.
Daiana nunca se había arrepentido de nada. Hasta esa noche. Su conciencia la estaba matando.
Separó la llave de la puerta de su casa una cuadra antes, más preocupada de que no se le subiera la minifalda que de que la llave fuese la correcta. No se equivocó, quizás gracias a ese sexto sentido que llamamos rutina. El monoambiente cambiaba tantas veces de tamaño en el día que no le alcanza con entrar una sola vez para descubrir cada uno de sus rincones. Ahora solamente sabía que era infinitamente chico para albergar toda su pena y vergüenza.
Sonó el timbre. Esperaba que fuese alguien equivocado, como cuando no queremos hablar por teléfono pero suena y no podemos no atenderlo; pero no. "No es mi día de suerte", pensó. Esquivó su mirada de manera casi furtiva, como una presa a punto de ser cazada, porque en el fondo, antes de mirar por la mirilla, ya sabía de quién se trataba.
- ¿Qué pasa?
- Te escapaste, de nuevo. Era tu segunda oportunidad. ¿Cuántas pensaste que ibas a tener, que te iba a dar?
- Lo sé, por eso no me quejé. Simplemente decidí que no estaba lista para enfrentarme.
- En fin, como siempre, te acobardaste. ¿Tanto te cuesta quererte?
- No es que no me quiera, es que no me quiero tanto.
- No importa, el punto es que tenías una segunda chance y la dejaste ir. No quiero oírte después.
- No lo vas a hacer.
- No pienso darte otra oportunidad.
- Y si me la dieras, probablemente haría lo mismo que ahora.
- Cobarde.
- Ojalá al menos me sintiera bien de no enfrentarme, pero solamente me lastima más.
- Me voy, y espero que te acuerdes de mí, porque no pienso volver.
Daiana nunca se había arrepentido de nada. Hasta esa noche. Su conciencia la estaba matando.
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