La luz y su estela.
De todas las luces de la ciudad, sin dudas ésa era la más brillante. No había ojo que no cegara, ni alma que no pudiera atravesar. Corría como el agua entre los dedos, y el viento no hacía más que proyectarla a todos y cada uno de los seres de este mundo.
Avanzaba confundida mientras buscaba su rumbo. Había abandonado todo lo que creía creer y ahora, sin más que sus sueños a quien rogarles un camino, recorría las calles urbanas con el miedo de no ser más que un espejismo. Ahora sí, de todas las luces que podrías conocer, sin dudas ésta te convertiría en todo aquello que jamás pensarías poder ser.
Había un silencio incómodo rondando en el aire de la ciudad. No me refiero a ése que se había producido entre la señora con su cartera gigante y el niño al que había golpeado durante la última hora en un colectivo atestado de almas. Era un silencio más parecido al que se mal ubica entre dos compases perfectamente compuestos. Ése que se oye a lo lejos, aunque uno no le esté prestando atención. Algo similar a lo que falta sin que se note, pero que no debería faltar.
Se frenó y miró alrededor. Buscó al reflejo en el cuadro que la enmarcaba, pero no logró ver nada más que su propia estela. Corrió aún más rápido hasta el siguiente espejo, pero nuevamente no pudo ver más que el reflejo de lo que en algún momento fue.
Solamente cuando pudo atravesar una lágrima que caía desahuciada hacia la tierra descubrió que era mucho más que su pasado. Era todo aquello que quisiera ser, en cuanto color deseara, en cuanto brillo buscara. Ya no resultaba tan difícil ver todo lo que se escondía dentro suyo. Ahora lo imposible estaba en encontrar nuevamente la gota que la transformara en arcoiris en lugar de estela desfalleciente.
Otra vez las cabezas rotaron. Pero ya no se cegaban, sino que ahora buscaban entender ese relámpago que tanto se parecía a un difuminado arcoiris. Lamentablemente, semejante estrella no iluminó tanto como para que los ojos tan grises pudieran salir del cemento permanentemente.