Nervios.-
Nervios. Esas horas antes siempre parecían agotadoras. Preferiría simplemente levantarme dentro del teatro y arrancar desde la manta que me rodea. Pero no, me toca tener que despertarme, acordarme de la función, acordarme de que cualquier error va a repercutir en el examen de los que me estén viendo, y sobre todo, en mí y mi performance. Cambiarme, arreglarme, maquillarme, sonreír. Sí, en el medio del caos interno, en el medio de la 3° Guerra Mundial interior, sonreír y asumir que todo va a salir bien. Saludar, desayunar, seguir sonriendo. Decir que estoy tranquila, cuando lo más parecido a mis manos son la de un enfermo de Alzheimer. Respirar hondo y mientras tomo el tibio café con leche, repasar las piezas, una por una, con sus partes preciosas y aquellas que todavía no puedo cantar. Desarmarme cada vez que recuerdo un error de los ensayos, y rogar que se repita cada vez que recuerdo un acierto en otro. Atravesando mi conmemoración a las notas caídas, los comentarios del profesor, de los compañeros, de los que me escuchan y ven algo en mí que a mí todavía me cuesta ver.
Freno, abro los ojos y suelto el aire que contenía. Disfruto de la posibilidad de subirme a esa cantante que se me para enfrente, de ponerme en su traje y de mostrarme más allá de mi cabeza. No tengo que ser brillante, no tengo que ser preciosa, no tengo que descubrir la teoría de la relatividad. Tengo que demostrar que adentro mío hay algo que me permite la magia de cantar y de cruzar de esternón a vértebra al que está en frente escuchándome. Quizás, no sea Callas, quizás no lo sea aún. Mis manos empiezan a dejar de temblar. Mis piernas de repente se vuelven ombúes y sostienen a mi cuerpo como nadie. Pongo a mi cabeza en tercera y empiezo a mirar el paisaje.
Abro la puerta y salgo para la presentación. Los nervios quedan por la escalera, la cocina, el comedor. La calle se vuelve un paraíso y su calma me llena. Cualquier error puede ser subsanado. Cualquier acierto va a ser relevante. Y en el medio de un día gris, un rayo de sol atraviesa las persianas que no me lo permitían ver. Sólo tengo que caminar.