6 de noviembre de 2009

Despertarse.-

Gris, húmedo y pegajoso. Ariadna se levantó pensando en quedarse durmiendo, pero se levantó. Marcos se levantó pensando en levantarse, y se levantó. Beso de buenos días silencioso de por medio, ambos dos encaminaron el ritmo de sus rutinas. Ella fue a la cocina a desayunar, él a la ducha. Mientras leía el diario y hacía como que disfrutaba de esa tostada, escuchaba la radio y el calor atroz que le enviaba con la máxima temperatura le pegaba en cada una de las células de su piel. En el baño, caía el agua cada vez más fría, y reventaba el enfriamiento en un estruendoso grito que no era acorde a la distancia que el dos ambientes establecía entre ellos. Una vez recompuesta la temperatura del agua, el silencio mental que trataba de alcanzar no le resultaba para nada sencillo. Esa radio que escuchaba no le permitía alejarse de la realidad, pero casi que estaba acostumbrado. Cerró la canilla y salió deseando salir.
Cuando cruzó la puerta, la rutina se volvió inútil, el hastío estúpido y la violencia innecesaria. Estaba ahí, con calor, con hartazgo, en silencio, desayuno mediante. Estaba ahí, como siempre, tan morocha y tan blanca, tan silenciosa en el medio de tanto ruiderío. Se acercó despacio, como para no despertarla antes de tiempo, temeroso de lastimar su tranquilidad. La abrazó y le dio un beso que no encajaba en la rutina, porque no era gris pero era húmedo y pegajoso, como el verano aquel en el que se habían conocido.
Lo miró y después de mucho tiempo lo volvió a reconocer. Era él, tal y como lo había conocido, hacía casi 15 años. Siempre con esos ojos negros que resplandecían al verla, y que le reflejaban su imagen más bella. Hacía años que no le mostraba que seguía siendo la reina, por lo menos, de su palacio de dos ambientes. Y le devolvió el beso con todo el amor que su mirada podía reflejar.
Húmedo y pegajoso sí, pero de gris ese día no tenía nada. Salieron a la calle juntos, trajeados, llaves del auto en las manos. Pero les alcanzaba con saber que habían vuelto a tener 17 otra vez, y habían decidido no volver a crecer nunca más.