Mi memoria y yo
Es sabido que la memoria no es infinita. También es sabido que tiene una especial predilección para retener las cosas que a uno le gustaría no recordar. Inútil es tratar de impedírselo, porque al hacerlo no estamos demostrando más que nuestra terquedad y necedad.
Hubiese esperado que mi memoria me jugara en contra, como suele hacerlo. Hubiese esperado que retuviera su rostro incluso cuando no cruzaba por mi ser en mucho tiempo. Sin duda, lo único que jamás me hubiese podido esperar era aquella reacción contradictoria que mi memoria tenía frente a su esencia. Así como lo recordaba, lo olvidaba. Así como no dejaba de aparecer en cada sueño que tenía, no podía recordar siquiera el color de sus ojos. Y así como aparecía, desaparecía.
Imprudentemente me recluí en mí para hacerlo desaparecer, mostrando así que cuando la necedad nos mueve, somos más ciegos que murciélagos. La soledad que todos tenemos dentro cuando realmente queremos aislarnos me impidió ver que no servía para nada. Me refugié en la intención de borrar de mí todo aspecto que incluyera su alma, eso que me hacía sentir. Lo borré incluso cuando me paraba en frente, cuando me hablaba, simplemente me iba de ese espacio y empezaba a borrar, recuerdo por recuerdo, todo aquello que identificaba su existencia.
Impresionante fue la forma en la que mi memoria, a causa de ese aspecto narcisista, ególatra y soberbio que tiene con respecto a la voluntad, sobrepasó todo límite imaginado, recluyendo así en una especie de caja fuerte todo lo que no tenía ganas de liberar.
Inútil es luchar contra la memoria, claro está. Lo que no saben es lo difícil que es hacerlo cuando el destino insiste negarnos una salida.
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