22 de agosto de 2009

Morocha (La manera de perder)

¿Sabés cuántas veces quise tenerte? No, no te hacés una idea. Mirándote fijamente, sonriéndote y aislándonos de todo lo que nos rodeaba. Vos, como siempre, ligera, fluyendo entre las piedras que te tiraban y el viento en contra que de algún modo parecías esquivar. A tu lado, yo, caminando como si no existiera camino, gente, faroles, semáforos; siendo fiel al hechizo de tu pelo despeinado, anudado, ondulado, libre. Tu voz hacía de mi mente un torbellino y de mis sentimientos un alarido. Las palabras, cada una de ellas que osaba salir de tu boca, entraban por mis oídos con la fuerza de un rayo, e inmediatamente atravesaban de sien a sien toda mi razón, dejándome anonadado frente a semejante frialdad.
Todavía llevo la cuenta de las baldosas que pisamos juntos. Pienso en el tiempo que compartimos y se me escapa el recelo frente al que ahora te acompaña por las mismas baldosas que todavía cuento. Me ahorro decirte que los días decidieron durar mil horas desde que te perdí. Y vos, con tus ojos perdidos y tu desinterés en el que te quiere, seguís diciendo que duran solamente veinticuatro. Es ese el momento en el que te gritaría (y a los cuatro vientos) que no vas a vivir nunca si no te dejás amar.
Entiendo que el invierno te haga guardar. Nunca lo quisiste, no me sorprende no verte caminar por estas calles en las que te espero. Pero eventualmente va a llegar la primavera y vos, con tu insanía bohemia y desubicada, vas a volver a pasar frente a esta esquina en la que estoy, siempre, con tu imagen en los ojos y en la memoria. Vas pasar, aislada del mundo, dejando que se destruya atrás de cada uno de tus pasos. Vas a pasar, sin verme, sin sentirme, sin siquiera recordarme, retraída en con la música en tus oídos, sonriendo a los que pasan pero sin dejarles conocer tu sonrisa. Vas a pasar y yo, dejándote pasar, voy a volver a esperarte, como siempre.
Retorcida, fría y calculadora. Con el miedo de permitirle a alguien que te conozca, que atraviese esa muralla y pueda doblarte. Boicoteando tu vida para evitar vivirla. Morocha, no te queda más tiempo para perder, es tu única opción. Morocha, soy yo. Morocha, soy tu manera de perder.

13 de agosto de 2009

Nadar en la oscuridad.-

Se había cansado de leer. Se había cansado de escuchar al mundo parlotear a su alrededor. Atrás de tantas palabras y voces, lo único que podía oír eran silencios. Y vacíos, muchos vacíos. ¡Cuántas horas y ondas se habían ocupado con cantidades de vibraciones inútiles y infinitamente vanas!
Cerraba los ojos y lo único que podía imaginar era un gran vacío. Un espacio libre de gente estúpida, donde su mente y sus pensamientos fueran llenando de a poco todo el lugar. Un silencio permanente que se cortaba, no ya por chácharas inservibles y detalladamente insulsas, sino por sus ideas que después de mucho tiempo volvía a entender. Ella, ella sola, pero no solitaria. Abría los ojos y encontraba la realidad pegándole bastonazos en los tobillos ya quebrados. Pararse sin pegar un grito era imposible. Seguir todo el camino gateando, aún más horrible. Trataba de dejar fuera de su alma todo lo que era incoloro. inodoro y acongojantemente habitual: cada vez se le hacía más difícil, más imposible. Incluso, por momentos, creía entender a aquellos cuya elección de vida era flotar. Flotar. "¡Qué situación más placentera y sencilla!" - pensaba. No era más que tomar la corriente, hacerla propia y, al mismo tiempo, dejarse llevar por ella. Toda vez que las cosas se ponían complicadas, quienes flotaban parecían salirse con la suya. Y en ese momento, en aquél en el que estaba a punto de dejar de nadar, lo recordó. ¡Cuántos flotantes había visto hundirse frente a la primera gran ola, simplemente por no saber andar!Desesperada, se despertó. Notó que súbitamente había cortado un movimiento muy similar al de una brazada. Miró el reloj y las tres de la madrugada la terminaron de iluminar. Se vistió, caminó las tres cuadras que la separaban de la plaza y se acostó en aquella noche de verano, bajo las estrellas que parecían cada vez mñas brillantes, en la soledad de la nocturnidad porteña, de la simpleza barrial, del calor hogareño de su plaza. Cerró los ojos y ahora vio, a su alrededor, a nadie, a nada, sólo lo que quería sentir. Abrió los ojos y ahora vio, a su alrededor, a nadie, a nada, sólo lo que quería sentir. Finalmente, nadar en la oscuridad era la respuesta.

11 de agosto de 2009

No me vas a hacer el juego.

- ¡Qué es así!

- ¡NO!
-¡SÍ!
- ¿Ves? Esto pasa por no tener las reglas escritas.

En ese momento, los dos corazones cerraron el tablero, tomaron sus cosas y se fue cada uno a su casa, con las heridas de la lucha todavía abiertas.