La gorra.-
"...lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado..." - Las Pastillas del Abuelo
Cuando abrió el ropero, la gorra cayó desde el estante más alto, a sus pies. La levantó con tranquilidad, hacía años que no la veía. Sin embargo, no tuvo ningún problema para recordar de dónde había salido. Alguien que en un recuerdo ahora parecía extrañado se la había dado, en una mezcla de amor con idolatría y necesidad de cariño. Se sentó en el borde de la cama, sin poder dejar de pensar en aquella persona, ahora tan lejana en el tiempo y posiblemente en el espacio, que con un gran sentimiento le había regalado algo tan sencillo y maravilloso al mismo tiempo. "Una gorra...", pensaba y repetía en su mente. Pocas veces había recibido un regalo tan simple, pocas veces había recibido un regalo tan sincero, pocas veces había recibido un regalo tan certero. Lo que sí, cientos de veces había olvidado regalos, sentimientos y personas que en algún momento de su vida la habían desconcertado y, quizás, hecho feliz. Por supuesto, la tarde húmeda, pesada y lluviosa no le dio permiso para que retomara sus tareas habituales.
Sentada en la cama, con la gorra entre las manos, decidió que ya era momento de redescubrir sus propios recuerdos. Dejó la gorra apartada y se acercó a su placard, para sacar una caja que creyó perdida en alguno de los agujeros negros que llamamos "mudanzas". Revisó papeles, fotos, cartas, notas y tarjetas de cumpleaños que había acumulado durante los años. Lo que más la impresionó no fue la cantidad de papeles que había acumulado, sino la cantidad de gente que ya no estaba en su vida, o no lo estaba de la misma forma que aparecía antes. Ahora bien, quizás, lo que más la aterrorizó fue su imagen distorsionada que los recuerdos le trajeron, y la imposibilidad de reconocer si la presente o la pasada era la real.
Al cabo de un par de horas de rodearse de papeles y memorias, la primera lágrima cayó. Atrás de ella vino otra, y otra, y otra...
A la mañana siguiente, se despertó rodeada de los mismos papeles que la durmieron. Los tomó con delicadeza uno por uno, los guardó de nuevo en la caja, y en ella agregó la gorra. Mientras preparaba el desayuno, nuevamente lagrimeó un rato. Otro poco más cuando lo comía, y salió impecable a trabajar. Sin embargo, no pudo sacarse de su mente a todos los que habían acompañado el camino que la había llevado a ser quien ahora era. A algunos los extrañaba, y mucho, sobre todo a aquellos que le habían demostrado que la alegría y el amor existían; a otros, agradecía tenerlos lejos, en particular a los que le habían demostrado que el mundo está completo de personas que no entienden lo que es la amistad; a otros, agradecía por tenerlos a su lado todavía.
Mientras el colectivo doblaba por la entrada al barrio, respiró hondo. Suspiró todavía más profundamente y sacó de su mente la imagen de tiempos pasados, añorando la época en la que no sentía.
Cuando bajó y lo vio, tan temprano, tan lejos, tan dormido, en la puerta de su trabajo, todo desapareció de su mente, y disfrutó de su primer comienzo de año besando a quien la amaba.
1 comentario:
Francisco Luis Bernárdez. Las pastillas las pelotas. Con cariño.
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