El nacimiento de un amor no correspondido
Calle Corrientes. Enero de un año cualquiera que empieza como todos los anteriores: con calor. De hecho, creo que el Diablo dejó Buenos Aires para irse a un desierto más fresco. Detrás de esta ventana, todo parece más simple. Los hombres son hormigas y el aire acondicionado impone un ambiente de confort y comodidad que ningún hombre, porteño o no, está dispuesto a dejar pasar. Mientras un grito mudo se ve tras la ventana, seis metros en el vacío, yo escucho una conversación que jamás hubiese existido si no fuera por este ficticio paraíso primaveral.
Una damita (apodo que amablemente le regalo a una bebé que no tiene más años que la TV satelital ni más experiencia que la de mi abuela con internet) sonríe frente a la barrabasada que un señorito (otro apodo que también regalo, no ya porque me cause una impresión de ser mayor de lo que es, sino porque no creo que nunca pueda pasar de eso) escupió tal cual llama de apodos pocos felices.
Pero esto no es lo más interesante, sino el diálogo de gestos que este diálogo entre vergüenza y desvergüenza impidió que observara el citadino estándar. El insulto halagador fue acompañado de una mirada descendida y trunca que solamente implicaba la mentira que lleva al amor no correspondido. Los cachetes sonrojados y la media sonrisa completaron el panorama del primer enamoramiento de aqulla pequeña niña, más pequeña y niña ahora que nunca.
Detrás (o delante) de toda esta escena, yo. Junto a mí, mi incapacidad de advertirle a esta damita lo que ocurriría. Junto a mí, mi inutilidad para ayudar a este señorito a no cometer el peor de los errores. Es que yo parecía un pequeño anexo a esta situación donde la protagonista no era otra que mi impotencia: ellos saben que los observo, yo sé que ellos están a punto de cometer el peor de los pecados.
Termino de escribir esto mientras se alejan volviendo a meterse en el infierno que en este momento se convirtió Buenos Aires. Y es que, de toda la situación, lo único que me parece adecuado es este movimiento. Porque el Diablo parece jaber decidido volver a la ciudad porteña. Y qué mejor escenario que los habernos para congraciar el nacimiento de un amor no correspondido.