12 de enero de 2009

Ojos en la nuca.

Silencio detrás de las paredes que me rodean. Pareciera que me adentré en una selva absurdamente trastornada. Si alguien leyera esto sin conocerme, creería que soy otro más de los tantos héroes de la literatura fantástica. Si alguien leyera esto conociéndome, sabría que no soy más que otra de las tantas víctimas de los villanos de la literatura fantástica.
Mientras la jungla de neón que me rodea parece ser cada vez más extensa, escucho con cuidado los ruidos que significan que jamás saldré de aquí. Siento, a mi derecha, el clamor de unas campanadas que parecen más rocío de enero que tormenta de otoño. A mi izquierda, por el contrario, lo único que veo son pequeños entes que, como si no estuvieran, me miran a los ojos atravesándome, como si no les fuera útil a sus necesidades. Lejos, en el horizonte, diviso un monstruo de enormes dimensiones, estruendosos gritos y patéticos intentos por sobrevivir a este infierno que llaman ciudad. Adentro de él, lo único que observo son todas las víctimas que, como alguna vez lo fui yo, creyeron en su dulce sabor a modernidad y avance.
Lo único que realmente me preocupa en mi andar es mi espalda: siempre creí que la gran deficiencia del hombre es no tener ojos en la nuca. Por suerte, una de esas tantas decisiones de la naturaleza de otorgar las mismas posibilidades a todos sus hijos impuso que ningún animal tuviera ojos en la nuca. Por suerte, el hombre cada día más dedica su vida a destruir las decisiones naturales mediante la genética. Ya seremos animales perfectos, ya tendremos ojos en la nuca. Mientras tanto, lo suplantamos con la paranoia, el pánico y la desconfianza. La violencia también ayuda a destruir esa sensación de indefensión.
Pareciera que la selva no tiene fin, y que los peligros que enfrento a cada paso son incontables. Sin embargo, cualquiera que luchara junto a mí creería que las esperanzas en este caso son lo primero que se pierden. Es que pareciera que no hay ningún escape, ninguna forma de sobrevivir a esta aventura. De todos modos, creo que yo tengo la posibilidad de vencer los habernos que me enfrentan y todo lo vale cuando el precio es tu propio hogar.
Como dije al principio, quien me conociera sabría que soy víctima de esta selva y no héroe de ninguna clase. Soy el producto del destino, de un destino que creó en mí al más terrible de los engendros, al más odioso de los monstruos, al más vil de los animales. Una de las tantas víctimas de este planeta de villanos, donde lo más valioso es lograr luchar con todo el resto. Y es que cuando se tienen ojos en la nuca, la vida es más fácil. Y es que cuando no se tienen, es momento de crearlos.

1 comentario:

Ragnar dijo...

De rompebolas nomás, me parece que el word te autocorrigió un "Avernos" por un "habernos".