7 de enero de 2009

Lo idílico es la fantasía de lo real

Vivimos, comemos, mamamos y morimos por una serie de ideales que en todos los aspectos de la vida se convierten en nuestro imaginario de la realidad. Creemos que en cuanto queramos lo podemos dejar y volver a tierra, para aceptar que en realidad vivimos en un mundo que no es perfecto en ningún aspecto y en el cual nosotros no vamos a ser la excepción. Lo que no entendemos es que en el siglo XXI, la voluntad de volver a la vida habitual ya no se encuentra en nuestras manos. Somos adictos de la perfección, pero no porque queramos sino porque ya no nos queda otra opción frente a la imposibilidad de alcanzar cada vez más placer del mundo real. 

Somos los seres más brillantes de todas las épocas: tecnologías, drogas cada vez más placenteras, enfermedades cada vez más conocidas, remedios cada vez menos abarcativos pero más efectivos, especializaciones cada vez más útiles para ocupar espacios sin hacer nada. Y sin embargo no sabemos todavía cómo solucionar la adicción al placer extremo que muchas veces llamamos fama o poder. Para sentir que por lo menos la aplacamos mínimamente, la atacamos con ideales que nos convierten en máquinas de alcanzar lo inalcanzable, cada vez más eficientes en el arte de la frustración. Quizás sería todo más fácil si fuéramos realmente máquinas, robots o como quieran llamarlo. 

Los sentimientos también han sido idealizados: queremos el amor eterno, la amistad incondicional, la familia perfecta, la gloria infinita, el reconocimiento máximo, la felicidad íntegra e interminable. Morir apacible y aburridamente, vestidos de gala en una cama perfumada con una sonrisa maquillada. Vivir detrás de una sonrisa hipócrita que permanentemente mantenga felices a los demás y a nosotros mismos bajo la fachada de un "Un mundo feliz". Y es que Aldous Huxley tenía razón cuando imaginó que el planeta ideal de la humanidad moderna era un espacio donde las sensaciones se cubrieran de drogas, los hijos fueran reproducción industrial de la especie y el trabajo y el alimento no constituyeran más que un espacio mínimo de la porción que ocupamos en ser responsables. Restrinjamos esta imagen de un mundo fantástico a la realidad actual: el alcohol, cigarrillos, fármacos, drogas de toda índole, "shopping", TV y trabajo hasta cubrir todo lo que el día nos permita aplacan cualquier ínfima posibilidad de sentir; los hijos se eligen en África, Asia o el primer lugar del que la última tapa del New York Times haya comentado que esta en extremo estado de destrucción, pero por supuesto siempre que sean bonitos, fotogénicos y simpáticos a la cámara; y finalmente, somos responsables por la inanición que conduce a la fama y la vagancia que constituye el máximo esplendor de las celebridades. 

Nos hemos formado en una de esas sociedades que ni el peor de los futuristas ni el más osado de los iluministas podría haber imaginado. Nos rodeamos de adultos que creen ser los más aptos para dirigir el mundo, cuyos conocimientos son supuestamente los mejores y sus ideas las más útiles para un mundo mejor. Lo que nadie dice es que fue esta generación de adultos la que construyó este mundo, en el cual lo único que se ha buscado es dicha perfección.

Somos el resultado de una historia basada en alcances de placer y perfección. Nos toca cambiar esto para que nuestros hijos y hermanos puedan vivir lejos de esta infelicidad que a muchos nos rodea. Y es que lo idílico es la fantasía de lo real. Salvo en el siglo XXI, donde lo real parece ser idílico.

2 comentarios:

yo dijo...

lo placentero es saber que no somos ni tan valiosos ni tan duraderos como para que nuestro mundito importe.

Ragnar dijo...

Y si en vez de ideales, que por definición, parecieran ser inalcanzables, ponemos metas? Entonces, cuando llegamos, nos pasa lo que al loco Houseman, que salió campeón del mundo a los.. 28? Y después no sabía que hacer de su vida. Entonces: Pongámonos ideales alcanzables pero que se renueven. Sacate la idea de perfección. Lo perfecto es enemigo de lo bueno.
Y al comentario ad supra, hablo y digo: Mi mundito (mi metro cuadrado) importa. Me importa a mi y le importa a los que lo integran. Al fin y al cabo, el mundo esta hecho de munditos. Y si cambiás el tuyo, cambiaste el mundo.