14 de febrero de 2010

Del relato.-

Cada palabra era una lucha. Intentaba que las letras corrieran por la pantalla, pero apenas si habían aprendido a gatear. Las frases parecían paridas, y ni hablemos de las metáforas. Su personaje, el de Greta, se me transformaba cada vez en más complejo, impredecible y agobiante. Su némesis, Vera, era simple y fresca, casi que se sentía mágicamente natural. Creo que en esa antítesis estaba la magia de recrearlas, pero algo seguía sin congeniar. Frenaba al punto y aparte, y releía lo escrito hasta entonces. Al principio fueron doscientas, luego dos mil y alcanzaron a ser cientos de miles. Era un proceso agotador, pero cada movimiento tenía que ser coherente,  y cada suspiro de mi anotador se expresaba en lo que mis dedos tecleaban. No quedaba demasiado de la historia original, sencillamente porque el tiempo cambia todo, incluso las historias escritas. Quizás los nombres,algo en el brillo de los ojos de los personajes y en el sonido que tenían las palabras en mi mente al salir de sus bocas. Greta era de mediana estatura, morena, ojos marrones e inteligentísima. Vera, por el contrario, brillaba a cada paso, con sus cabellos rosados y sus ojos verdes, que combinados con la magia de su piel trigueña, la transformaban en alguien sensual y audaz.
Sus diálogos se daban en mi imaginación como si ya estuvieran guionados y programados en la televisión. Transcribirlos, por su velocidad, se volvía un tanto confuso e inocuo a la realidad, pero era necesario soltarlos. Es que la lucha dentro de mi cabeza parecía no tener fin, y no encontraba otra solución a la situación de sus dudas que dejándolas sueltas en los caracteres de la pantalla. Entiendo que no todo el mundo puede comprender lo que significa ser acosado por la naturaleza vivaz de sus personajes, particularmente cuando no han desarrollado la capacidad de compartir sus vidas con las creaciones de su imaginación. Para muchos, lo más sencillo es hacerlos desaparecer en la nebulosa de lo olvidado, y seguir adelante. Para algunos otros, descartarlos no es una real opción. 
En un momento explosivo, todo terminó. Su historia, y una parte de la mía. Releyéndolas, cada una se parecía tanto a mí que asustaban. Sin embargo, noté que no podía leer sus palabras en voz alta. Ahora era mi voz la que no podía escupir. Me dolía la garganta cada vez que intentaba nombrarlas o leerlas. Siempre supuse que lo escrito es tan parte de uno como lo dicho. Siempre creí en la sinceridad de la voz. Porque, seamos honestos, todos nos deschavamos cuando hablamos. Si nos duele algo, si estamos felices, si todo se cae a pedazos alrededor nuestro y no podemos hacer nada para salvarlo. No importa si sonreímos o si estamos llorando, en cuanto abrimos la boca no hay forma de evitar ser completamente sinceros. Y ahí estaba yo, sentada frente a ellas, frente a mí, completamente inútil. 
Me recosté pensando que había cumplido con mi obligación, pero angustiada. Toda mi vida se había desmoronado en cuanto leí esas líneas, esas que probablemente transformarían mi existencia en trascendental, pero que ahora eran crueles, casi masoquistas. Las palabras de Vera, esa fabulosa dama que se escapaba por debajo de mis yemas. Y Greta, que no dejaba que me escapara por la tangente. Amablemente me retiré de sus miradas, suplicando que ésa fuera la última vez que las veía. 

1 comentario:

Ragnar dijo...

Genial el texto. Y muy bien descripta esa sensación de que los personajes lo han superado a uno. Que no solo tienen vida propia, sino que saben más que uno, son más vivos, más rápidos, y ya no se les puede mentir, o decir que hacer con su vida.. porque están un paso adelante...