2 de junio de 2010

Dos.-

Dos noches pasó en vela. Dos noches, y seguía esperando para poder dormir. No es que quisiera hacerlo, pero claro, el cuerpo ya lo estaba pidiendo. Tenía todavía resto, pero el insomnio (que no lo era tanto) se prendía sin poder evitarlo, y allá caía cualquier posibilidad de volver a soñar. Respiró hondo y se dejó llevar.
Despertó aquella mañana sin recordar nada de la noche anterior, más que el momento en el que se acostó. Palabras sonaban en su mente, sombras que parecían personas se iluminaban en sus recuerdos. No estaba muy segura del día. Miró el reloj y le resultó intrusa la luz que se escabullía por las rendijas desde afuera hasta su rostro. Se levantó para darse cuenta de que había perdido dos días. Respiró hondo y empezó a pensar.
Salió a la puerta, sintiendo que el aire a su alrededor lo asfixiaba. Nunca iba a poder acostumbrarse a semejante sopor citadino. A veces, incluso, le costaba recordar porqué estaba todavía acá. “Ah, sí.”- pensó mientras subía los escalones.
Salió a la calle, sintiendo que todo a su alrededor era fantástico. “Nada es mejor que esta ciudad”. Caminó casi sin necesidad de mirar por dónde andaba, para llegar a su lugar. La peligrosa puerta del medio la vio entrar, tan airosa como siempre.
Suspendidos se quedaron, cuando una tarde de calor el pañuelo los cruzó y todo resultó perfecto y asfixiante. Nada peor ni mejor que un febrero en Buenos Aires. Todo a su alrededor se transformó en ese momento eterno. Algo quedaba de lo que pensaban hasta que se miraron. Esa necesidad de verse. Esa necesidad de verse por siempre. Esa necesidad que nunca más tuvieron que extrañar.


[Completos... Gracias por hacerme tan feliz...]

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