30 de mayo de 2009
24 de mayo de 2009
La similitud de llamarse Paula.-
Caminó hasta el subte como cada vez. Bajó a la terminal y subió al vagón. Miró cómo cambiaba el paisaje inerte y guardó esas imágenes en la retina de sus ojos miel. Sin contar las estaciones, supo dónde bajarse y porqué, aunque hacía rato que dormía como no había podido dormir en toda la noche. Cruzó el pasillo que la separaba del siguiente andén, y una vez allí se paró en el borde, segura de sentir el viento en su pelo suelto, una de las pocas cosas que la hacían sentir viva. Incluso si el subte jamás llegaba, los sábados la hacían sentir una persona completamente distinta. Las puertas automáticas se abrieron y caminó hacia el tren que con la más hogareña comodidad la esperaba en esa cálida mañana de mayo. La música cruzaba sus sienes dejando a su paso la paz que sólo la brisa otoñal esparce sobre las ramas de los ejemplares arbóreos mientras se deshacen felizmente de las ya marchitas y obtusas hojas cobrizas. Justamente, quizás como una parodia del destino, todo su camino había simulado un atardecer permanente, detrás de los antojos de sol marrones que la acompañaban a todos lados y que la proveían de la fachada de mujer dura que la escoltaba a donde fuera. Las puertas automáticas se bajaron a la orden de “You don’t love me/Baby, You’ve hurt me” y Paula pisó la nueva plataforma con los ojos de los pasajeros clavados en su nuca, que más allá de su conocimiento, jamás correspondía. Caminó a paso seguro por el pasillo que la separaba de la calle y subió por la escalera fija que acompañaba paralelamente vacía a los cientos de personas que avanzaban en su quietud cada vez más retardada por la escalera mecánica. “Los porteños no cambian más – pensó -. Al final, tardo menos yo con mis piernas cortas…”.
Caminó desde el subte como cada vez. Pero esta vez, todo era distinto. Él ya no estaba allí, en su mente no existían ni podrían existir más príncipes ni sapos. El azul se desteñía con cada paso que daba, tiñendo todo a su alrededor, mientras abandonaba su propio corazón. Parecía una mañana de cuento, de primavera, casi casi de mentira. Sonrió para sus adentros, escondiendo allí también una lágrima. Levantó la mirada para encontrarse con la de él, el nuevo extraño que durante una fracción de segundo cambiaría el mundo con sus ojos. Él la volvió al piso, ella la mantuvo en el horizonte que la ciudad le negaba. Siempre aparecería otra, y se repetiría la escena, y lo sabía. En el entretiempo, simplemente bastaba con seguir caminando. Porque lo que Paula finalmente no podría ya evitar era su negación a confiar, a creer, a amar. Él se había llevado sus cualidades más preciadas, y aunque la vida parecía vacía sin ellas, su cobardía y delicadeza eran demasiado grandes como para dejarla desaparecer. En ese camino, como cada mañana, el horizonte invisible le permitía seguir avanzando, con la certeza de su frialdad, de su inteligencia y de su atracción. Y junto a él, saber que nunca podría abandonarlo, porque como alguna vez había escuchado “no se deja a quien se ama. Cuando uno lo abandona, es porque ya no lo ama”. Ella jamás lo iba a abandonar, pero difícil era estar a su lado si él prefería matarla en vida.
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16 de mayo de 2009
El desatino del destino
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12 de mayo de 2009
La era del hielo
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8 de mayo de 2009
MANIFIESTO POR UNA NUEVA REALIDAD
Me rehúso a creer que la Era Dorada de la Inventiva Post Moderna ha terminado. No puedo entender que todos y cada uno de los presentes en este momento en el Planeta se instalen en la facilidad de la ignorancia, la ignominia y la delicadeza del no ver. Acobardados detrás de los escritorios de su permanente reiteración de estupidez encuentro agazapados sueños, poesías, actuaciones, milagros de la bohemia súbitamente abandonada por la juventud contemporánea. El siglo XXI ha decidido que lo importante viene en frasco etiquetado, y simplemente nuestras vidas se han transformado en una gran caja registradora, por la que nuevos y cada vez más sorprendentes productos que agotan lo poco que residía en nosotros de la antigua y abandonada “imaginación”. No hay lugar en nuestras asediadas agendas para convertir lo que queda en ellas de ocio en producción real: leer, escuchar y observar cada vez más internamente, cada vez más consciente y oníricamente, es la salida y el escape de nuestras rutinas y nuestros calmos y organizados procesos de existencia. Y sobre todo, especialmente, crear.
Las mentes modernas, que completan y construyen el espacio de sobrevivencia de este Mundo y en particular de esta sociedad, han contribuido por su experiencia, su existencia o su planificación y evolución, a destruir la posibilidad de formar un sistema de valores reales, basados en la felicidad de todos, más allá de la egoísta idealización de sus objetivos. La revolución del éxito se contrapuso con la rebelión del arte y las almas libres, y la empresa conservadora de mantenernos inocuos al cambio se llevó a cabo sin ninguna baja, sin ninguna piedra que siquiera la hiciera temblar.
Creo que somos las víctimas de esta manipulación mental y sentimental que llamamos “evolución”. Creo que somos los vividores de un excremento social que nos presentan como milagro u oasis urbano. Creo que somos los que fabricamos nuestra propia identidad de muñecos de trapo. Creo que somos muchos más de los que creemos ser: alcanza con mirar por la ventana del colectivo, por la retina del ojo que transportamos, por la voz del que pide una moneda, por la insensibilidad de quien ocupa una realidad que no le es propia y que robó sin pensarlo dos veces. Creo que somos los que pintamos las canciones del futuro, los que cantamos los poemas del misterio a venir, los que escribimos las líneas que perfilan los senderos que recorreremos, los que cada vez con más énfasis dejamos estampado en el corazón de esta publicidad circular llena de individuos la necesidad de recuperar lo que alguna vez nos convirtió en seres distintos y nos paró en dos patas: la necesidad de desarrollarnos. Estoy convencida de que los bohemios, los artistas y los reos; los abogados, los médicos y los contadores; los nuevos, los de siempre y los viejos; los milagrosos, los adictos y los ineptos; los astutos, los zarpados y los abandonados; los que saben qué hacen en esta vida y sobre todo los que todavía no, les importe mucho o no tanto; todas las personas que acompañan el andar de la que se cruzan en la calle son responsables de cambiar esta realidad, de crear una nueva realidad. Una realidad de pensamientos, entendimiento, igualdad, comprensión y destreza creciente. Somos.
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