6 de julio de 2009

La identidad de la valentía.

Tiempo atrás hubiese comprendido la importancia que la ignominia presenta en algunos casos, donde la falta de identidad es casi tan valiosa como lo que permite promover. Ideologías, procesos de cambio, posiciones minoritarias y deseos de mejorar se escondieron durante décadas en el anonimato de individuos que por saberse únicos promovían desde la fuerza de la sorpresa sus movimientos, o de grupos que de tan amplios que eran, entendían que sus fuerzas se dispersaban menos detrás de semejante herramienta de promoción.
En el siglo XXI, el anonimato se ha transformado en el medio principal de la cobardía absurda. Veo calumnias, injurias, agresiones y deshonras impresionantes escritas por desaparecidos en la web, que quedan registradas en línea y letras hasta que su receptor entienda que corresponde hacerlo desaparecer. No creo que el anonimato sea absurdo de por sí, pero como siempre, depende del uso de cada herramienta, el resultado que promueve en las distintas personalidades. Yo ya no puedo entender la necesidad de atacar o criticar las creaciones de otros (si quieren, simplemente opinar sobre ellas) desde esa posición. Desde chica aprendí que de lo único que no podemos escapar es de las consecuencias de nuestros actos. De grande aprendí que tampoco de las consecuencias de nuestras expresiones. La magia está en aprender y aprehender esa consigna, y desde allí hacerse responsable de nuestras ideas y posiciones aceptando lo afable y lo poco agradable que surja en respuesta a las mismas.
El anonimato ha logrado que la gente se olvide de la responsabilidad del pensamiento y la expresión de ideas. Proponer una respuesta ideológica a otra postura es casi tan desgastante como una pelea a 12 rounds. En las últimas palabras se puede expresar la debilidad o la fortaleza de quien se está proponiendo como competidor. Pero en cuanto el boxeador aparece en el ring con una máscara, todos las victorias y derrotas van a parar a la desaparición detrás de la máscara. Así, en las luchas ideológicas, son los grupos más expuestos los que ganan verdaderamente las batallas o finalmente terminan explotando en el dolor de la derrota más terrible.
Propongo, desde mi humilde posición, terminar con el anonimato ideológico. Propongo hacerse cargo primero de la visión de vida de cada uno, para después poder entender la importancia de nuestros actos. Propongo, sin más que mi propia postura, aceptar que lo que pensamos nunca va a estar mal hasta que lo confrontemos y tratemos de defender frente al blanco de nuestro negro. Propongo, que de ahora en más, se reivindique la magia de ser esclavos de nuestras palabras, pero dueños de nuestros silencios.

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