16 de septiembre de 2009

Parecía.-

Suspendido y único, pero tan complejo como siempre. Parecía que flotaba, parecía que no era, parecía tantas cosas que llegaba a desaparecer. Pestañeó y se levantó, con el esfuerzo de sus pocos años que tantos parecían al lado de los míos, riéndose, como siempre. Parecía tan cercano, y todo el tiempo me resultaba extrañamente distante en su sonrisa. La baldosa floja y su poca estabilidad hicieron que una carcajada en estéreo se escapara, haciendo que lo que estaba alrededor pareciera un simple contexto, una mera casualidad. Cruzamos con miradas infantiles al alma ensordecedoramente abrumada del otro, y encontramos lo que no veíamos en nosotros mismos: nuestra sencillez. Lo ayudé a levantarse nuevamente, y con la risa todavía entre los labios, las ganas de cambiar el mundo se hicieron más palpables. Paso a paso las utopías que minutos atrás parecían increíblemente imposibles ahora no eran otra cosa más que proyectos a futuro. Había en su voz una sutil e innata mentira, y en sus palabras, la ironía que llevaba a sus entrelíneas un poco más allá. Ya no era la queja, era la diferencia. Ya no era el mundo inentendible rodeándonos, era el próximo bienestar que parecía no sólo alcanzable, sino reveladoramente acogedor. Una bocanada de aire con aroma a lluvia se entremezcló con la esencia de menta y recorrió en un abrir y cerrar de ojos desde la punta de mi nariz hasta el dedo meñique de mi pie derecho. Todo mi cuerpo sintió la frescura que su alma parecía proyectarme, y aunque era peligrosamente inalcanzable, me dejé llevar por la idea de que la posibilidad de volver a ser una niña estaba frente a mí. La gravedad me jugó una mala pasada y, entendiéndome par, sencillamente sonrió mientras a través de sus ojos estallaba en carcajadas una atrás de la otra. Me reí yo para liberarlo de semejante presión, y el no pudo contener más lo que él creía burla, pero yo entendía como libertad. Hábilmente me dejó llevar por su mano, y fue entonces, no sé si en el momento en el que planté firme los dos pies en el suelo, o en el que lo solté, volví a la realidad. Nunca, jamás en mi vida, la realidad había parecido tan cercana a la irrealidad de la locura.

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