Mundos.-
"...la más linda del amor/que un tonto ha visto soñar/metió mi rocanrol bajo este pulso..."
No había otra opción. Bailar con ella era la única posibilidad que quedaba. Me acerqué, lenta pero confiadametne, y la tomé de la cintura, como debía ser. Me miró con sus brillantes ojos marrones, con esa sonrisa que sólo destinaba a que mi mirada encontrara y que nunca le había visto compartir con nadie más. Desarmé el camino hasta la pista de su mano, procurando que bajo ningún punto de vista la perdiera. Llegamos y tal como suponía, todo a nuestro alrededor se había apagado. Quedábamos nosotros, la música, el silencio de nuestras bocas y el piso a nuestro pies. El tiempo pasaba y era milagroso que nada de todo eso se acabara. Todos los temas parecían conectados, unidos, interminables, infinitos. Nuestro andar se convertía en uno con cada paso que dábamos, e incluso ahora que estábamos bajando del auto, todo parecía continuar. Llegamos a la puerta y abrimos los dos juntos aquello que no pensábamos encontrar. Detrás de esa entrada vimos un mundo, o en realidad, varios mundos.
Uno de ellos era turbio, inconexo, desarmado en nuestras imágenes individuales y retrógrado en nuestra posibilidad de volar.
Otro, era un mundo casi fantástico, indescriptible, tanto como irreal; parecía mágico, pero sólo era onírico. Nuestro cuerpos y nuestras almas parecían una, nuestros sueños se acuñaban en una sóla y eterna imagen que no acababa jamás.
El tercero, era un mundo complejo. Amplio, no infinito pero sí inmenso, con una cielo no del todo despejado, donde otra vez estábamos los dos, cerca, interseccionados, como si fuéramos uno pero sin dejar de ser dos. Nuestros sentimientos no eran iguales, pero eran complementarios y a veces superpuestos. Pero lo único mágico y misterioso de todo este mundo, era que esos sentimientos, nuestros cuerpos, el paisaje, las imágenes que nos exponían permanente para vivir, todo era uno. Un continuo y permanente suceder que, circularmente, nunca terminaba y siempre concluía. Se repetía cíclicamente y volvía a empezar, siempre igual y siempre renovado.
Cruzaron la puerta. Entraron a su mundo. Todo se volvió uno.
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