Negro compuesto*
Y mientras leo las palabras rebuscadas de una serie de insulsos intentos de escritores, la adolescencia me pasa por encima y me hace notar que no son más que extraños tratando de ser comunes. Cada uno de los versos resuena en mi mente como un trueno: instantáneo, fugaz, vacío de sentido sin algo que lo ilumine. Ahora repaso lo que la autora quiso llamar poema. No lo entiendo; o quizás lo entiendo demasiado bien. Ya no comprendo cuál de los dos es peor: será que me harté de entender a insuficientes creadores de combinaciones lingüísticas que se cuelan en mi escritura simple y humana, tratando de llevarme hacia lo que todos los leídos por mí denominan "literatura".
Retomo en el texto que sigue al último que leí. No queda en él nada del anterior, y la conexión entre ellos es más nula que factible, pero trato de crearla para así, sin más motivo que mi imbecilidad, lograr entender el porqué de tanta impaciencia frente a la mera y más específica realidad y sencillez. Algún incrédulo artista de los suburbios de la niñez intenta hacerme creer entre sus líneas que sabe lo que dice, que entiende lo que escribe y, sobre todo, que su misión únicamente se corresponde con hacerme mejor a mí. No soy digna de que entres en mi mente, pero una palabra tuya bastará para enseñarme. Cierro las cuatro hojas fotocopiadas con el vacío de mi mente en el cual había comenzado a leer los párrafos de tantos ridículos textos, y con la necesidad de convertirme en una insolente emperatriz, quizás joven, quizás bella, quizás lo suficientemente poderosa y brillante como para transformar todos mis pensamientos en letras y todas mis críticas en realidad.
Me acerco a la tinta que me consume mientras la consumo, y como mi mente se va llenando de lo que no modificaré, vacío mi alma de las sensaciones que me provocaron esas sílabas tan bien pensadas y tan poco sentidas o ancladas en sentimientos. Rememoro lo que tan astutas vocales y consonantes provocaron en mi silencio, entre los jingles del último comercial y las notas del primer compás de la primera canción propagandeada: bronca, impotencia, asco, desazón, mal augurio para las letras del futuro. Intento escribir en la hoja que ahora se me escapa mientras se transforma bajo mi estricta mirada de blanco a negro y advierto que no tengo porqué escribir: las palabras escritas lo hacen por mí. Mi inconsciente me juega una mala pasada, y recordando a un autor un poco loco y otro tanto desquiciado, reitera la idea de no escribir, sino sentir por medio de la escritura. De no pensar, sino de disfrutar del silencio que se produce en la mente mientras los significantes salen solos.
Acuerdo c0n el último párrafo escrito que será el último. Me tiento de recorrer cada una de las letras que acompañaron mi éxtasis, mi clímax, pero me reprimo y disfruto también de la represión que no es represión. Ahora intento elegir qué significará el último punto, el último vestigio de tinta en semejante océano de leche. Me apresuro a dejar de imaginar a futuro y a simplemente realizarlo. Me quedo con la curiosidad de saber qué significa. Tendré que contentarme con saber que quizás, algún día, alguno de los tantos pocos lectores de mi obra entenderá qué significó. Quizás, si la suerte de Las Vegas me acompaña en ese mismo momento de la vida, ese mismo lector se tomará el trabajo de contactarme y explicarme qué significaba. Ahora bien, puede ser que Las Vegas se rebele contra mí y decida burlarse de mi pasión. Y así, me envíe en algún momento de su ingrata decisión a un torpe escritor de esas cuatro páginas, o peor aún, a un enclenque dichoso lector de esas cuatro páginas, a tratar de explicarme porqué el significado del punto es simplemente terminar mi narración.
Como se habrá dado cuenta, yo no puedo narrar, estúpido y adulador intento de entendedor.
Retomo en el texto que sigue al último que leí. No queda en él nada del anterior, y la conexión entre ellos es más nula que factible, pero trato de crearla para así, sin más motivo que mi imbecilidad, lograr entender el porqué de tanta impaciencia frente a la mera y más específica realidad y sencillez. Algún incrédulo artista de los suburbios de la niñez intenta hacerme creer entre sus líneas que sabe lo que dice, que entiende lo que escribe y, sobre todo, que su misión únicamente se corresponde con hacerme mejor a mí. No soy digna de que entres en mi mente, pero una palabra tuya bastará para enseñarme. Cierro las cuatro hojas fotocopiadas con el vacío de mi mente en el cual había comenzado a leer los párrafos de tantos ridículos textos, y con la necesidad de convertirme en una insolente emperatriz, quizás joven, quizás bella, quizás lo suficientemente poderosa y brillante como para transformar todos mis pensamientos en letras y todas mis críticas en realidad.
Me acerco a la tinta que me consume mientras la consumo, y como mi mente se va llenando de lo que no modificaré, vacío mi alma de las sensaciones que me provocaron esas sílabas tan bien pensadas y tan poco sentidas o ancladas en sentimientos. Rememoro lo que tan astutas vocales y consonantes provocaron en mi silencio, entre los jingles del último comercial y las notas del primer compás de la primera canción propagandeada: bronca, impotencia, asco, desazón, mal augurio para las letras del futuro. Intento escribir en la hoja que ahora se me escapa mientras se transforma bajo mi estricta mirada de blanco a negro y advierto que no tengo porqué escribir: las palabras escritas lo hacen por mí. Mi inconsciente me juega una mala pasada, y recordando a un autor un poco loco y otro tanto desquiciado, reitera la idea de no escribir, sino sentir por medio de la escritura. De no pensar, sino de disfrutar del silencio que se produce en la mente mientras los significantes salen solos.
Acuerdo c0n el último párrafo escrito que será el último. Me tiento de recorrer cada una de las letras que acompañaron mi éxtasis, mi clímax, pero me reprimo y disfruto también de la represión que no es represión. Ahora intento elegir qué significará el último punto, el último vestigio de tinta en semejante océano de leche. Me apresuro a dejar de imaginar a futuro y a simplemente realizarlo. Me quedo con la curiosidad de saber qué significa. Tendré que contentarme con saber que quizás, algún día, alguno de los tantos pocos lectores de mi obra entenderá qué significó. Quizás, si la suerte de Las Vegas me acompaña en ese mismo momento de la vida, ese mismo lector se tomará el trabajo de contactarme y explicarme qué significaba. Ahora bien, puede ser que Las Vegas se rebele contra mí y decida burlarse de mi pasión. Y así, me envíe en algún momento de su ingrata decisión a un torpe escritor de esas cuatro páginas, o peor aún, a un enclenque dichoso lector de esas cuatro páginas, a tratar de explicarme porqué el significado del punto es simplemente terminar mi narración.
Como se habrá dado cuenta, yo no puedo narrar, estúpido y adulador intento de entendedor.
2 comentarios:
Quiero dejar constancia de que lo leí y es muy bueno, pero en este momento estoy conmocionado por otro hecho y no me salen las palabras
Ya hablaremos
Muy bueno!
Muchas buenas imágenes, comparaciones, muy buenas adjetivaciones, me gustó mucho.
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