9 de julio de 2007

Afrodita

Ahí la vi. La belleza personificada. Entusiasmaba, excitaba, despertaba en mí los más fuertes sentimientos (y los más profundos). La miré a los ojos y traté de decifrarla, letra por letra, símbolo por símbolo.
Rubia; ojos verdes, de esos que no muestran nada más que lo que quieren mostrar; más alta que yo, pero no me molestaba; la boca con una sonrisa brillante; la nariz respingada; los bucles amplios y suaves. Traté de entender qué intentaba mostrar con esa imagen, pero cuánto más trataba de entenderla más me daba cuenta de que no había nada destrás de esa imagen, de que era simplemente bella.
Irradiaba luz, era una estrella, o una especie de fuente de luz. Algo así como un brillo que llegaba a todos y nos empapaba, que nos despertaba y nos hacía sentir vivos. Cuanto más la miraba, más me encendía, más me hipnotizaba con su mirada, su voz, su ser.
Y llegó ese momento en el cual todo desaparece, todo se rearma, todo vuelve a ser como al principio de los tiempos y entré en el inexistente limbo. Sentí que por primera vez salía de mí y entraba a otra persona. Ya no era yo, era ella, pero al mismo tiempo la que sentía eso era yo. Era yo entiendo lo que era no ser yo.
Las seis de la tarde en el subte en la porteña ciudad de Buenos Aires no es el mejor momento ni lugar para dejarse llevar por la belleza más pura y hundirse en un limbo de perfección. Evidentemente, por lo menos eso pensaba la mujer que sin ningún cuidado se encargó de hacérmelo saber cuando me pegó ese codazo en las costillas. Volví a la Tierra para verla salir por la puerta del vagón en esa antigua estación del centro, populosa y heterogénea, con su porte de diosa Venus al mejor estilo Boticelli, pareciendo pintada con los trazos más dulces, suaves, sensuales, maravillosos y exactos.

Cuando salió, en el vagón no quedó más nada, salvo la aureola de lo divino que se fue, y lo mortal de las presentes, que sin importar lo mucho que nos esforzáramos jamás podríamos competir con Afrodita. Ellos ya habían caído en la tentación, quizás mucho antes de que alguna de nosotras pudiese haber hecho algo para salvarlos de perderse en su irrealidad.

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