23 de septiembre de 2007

arte*

El arte no es ser bohemio. El arte no es ser bohemio, no es ser libre, no es ser nada. El arte es arte porque es arte.
Infinidades de veces, infinidades de humanos, infinidades de de tiempos insistieron en marcar al arte como algo, como lo que era o como lo que no era; o como lo que era con lo que no era. Soberbios críticos y artistas de un arte comprendido por sus compañeros crearon la farsa del arte y del “no arte”. Si insistimos en que la nada no existe entonces, ¿por qué el “no arte” debería ser real?
Los magnánimos y todopoderosos comentarios deciden qué complace al arte y qué lo destruye. ¿O es qué la destruye?
El arte es hombre, es reacio y formal. El arte expresa, oculta y es realidad. El arte explica, confunde y conmociona (o emociona). El arte es eso que todos queremos pero no podemos ni debemos explicar.
¿Quién les dijo que el arte es hombre? Tal vez sea una sirena difícil de domar, oculta detrás de su “a” inicial para no ser descubierta en realidad.
¿Quién les dijo que es reacio? Si yo no me opongo a nada, sólo quiero un nuevo idioma para (de)mostrar.
¿Quién les dijo que es formal? ¿Quién les dijo que es informal?
¿Quién les dijo que expresa? Quizás sólo sea por ser, como cuando en blanco “pensamos”, y la mente está por estar.
¿Quién les dijo que oculta? Si bien las palabras son pocas, las imágenes son ingenuas y los sonidos austeros, es claro que muchos de ellos nos muestran cosas que la mente y el alma ya no pueden ocultar.
¿Quién les dijo que es realidad? La fantasía más absurda se encuentra en la maravillosa estela del arte en general.
¿Quién les dijo que explica? ¿Alguien entiende al alma en estado puro, al amor sin besos, al aire de fresco otoño como el diccionario los nombra?
¿Quién les dijo que confunde? ¿Alguien alguna vez pudo perder el mensaje de las flores como belleza, o de un sol negro de lluvia, o de un estruendoso final de ópera?
¿Quién les dijo que conmociona? No hay sensación más placentera que, como después del sexo tras el amor, surge del final de la última línea de un texto mágico, de la última nota de una melodía eternamente nuestra, del último sentido de ka imagen más intensa. (¿Quién les dijo que emociona? Si no hay frío más eterno que el de un best seller taquillero, que el de un plástico infinito, que el de un cliché discográfico.)
El arte no se explica porque no se quiere. No poder explicar el arte es una excusa de los incoherentes e ineptos “expertos”, que bajo sus miedos más intensos, se ocultan bajo la frazada al momento de patear el penal en el minuto 90 de la gran final.
Para eso estamos nosotros, los excelsos lectores, espectadores, escuchas. Nosotros, los soberbios que nos animamos a perder esos miedos, o a pasarlos por encima (a patear el penal al ángulo con fuerza, arriesgándonos a la abucheada más letal). Nosotros, los que explicamos al arte que es arte por ser tal, más allá de los delirios de los demás.

1 comentario:

Ragnar dijo...

Me voy a ir al carajo con la comparación. Pero, por suerte, va a ser esotérica.
El final del post me hizo acordar a lo que describe Dagny Taggart sobre la música que silba the working man, en el primer capítulo de Atlas.
Y el que sepa que quise decir, que sonría. El que quiera entender, que lea y el que no, que no se asome a ese mar, porque se va a ahogar.