23 de septiembre de 2007

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Sacó cada una de sus ropas, para sentir la seda que sus dedos rozaron con el placer de lo incierto. Mientras, el metal, tan insulso, frío y certero, amplió la gama de sensaciones que sobrevivió en su alma más allá de esa misma noche. Angustiantes momentos se sucedieron como una cinta fílmica, uno tras otro, esperando al que estaba por venir con el aliento retenido y la pasión en su vertiente más escabrosa. Sofocó la sed de misterio, la sed del delirio de lo que le quemaba dentro, con el roce de sus manos sobre el cuerpo que sus ojos insistían en tratar de capturar en una gran imagen imposible de adaptar. Sintió sus propios labios como dos nuevos sistemas de sensaciones que actuaban de la misma manera en la que funcionaban cuando los necesitaba para su propio placer. Austera declaración de pasión pasajera, mientras ella entregaba su menospreciada alma al comercio de las sensaciones más placenteras, él pensaba en lo que tanto tiempo había esperad. Sufría la necesidad del placer mientras ella intentaba quitarle la hambruna con la visible magia de sus manos. Manos más rápidas que la vista, la estrepitosa corrida de cosquilleos y anhelos le provocan los más terribles augurios de espera. Sin tiempo de pensarlo, recibe de su Helena contemporánea lo que esperaba. Mientras la mira con sus manos, sus ojos cerrados por la luz adivinan sus límites de reina madre y tratan de recordar sus rasgos, aquellos rasgos que le atrajeron, canto de sirena en silencio y ligero. Sucediéndose lo inesperado, encuentra lejos de sus propias manos un placer sincero y nuevo: un conjunto, paquete de sensaciones recién estrenado y repetibles a continuación. La da vuelta, y sostiene mientras la sostiene todo lo que en su mente se guarda, como para evitar que corra, escape, se desarme lejos de la frialdad brillante de su mirada. Al ritmo del reloj campanero, el movimiento de su espalda, su punto G sereno, el grito de lo que espera dentro, creyéndola sabia, asume que todavía puede quitarle el sueño. Le pide que lo entienda, que es nuevo en esto, que tiene ideas, que tiene miedos. Y ella lo acepta como es y como la desea. Le mira los ojos, le mira el cuerpo. No hay más “clic clac”, no queda tiempo. Termina todo el placer extremo, extenso y certero. Rostro a rostro, cabello a cabello. No hay más entre ellos nada más sucio y mentiroso que lo que viene ahora: el adiós, el dinero.

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