23 de septiembre de 2007

ayer*

¿Sabes qué hicimos ayer? ¿No lo recuerdas? No te preocupes, acabarás por recordarlo. No es tan difícil de explicar.
Sonó el despertador y me besaste como todas las mañanas. Te levantaste y sonreíste a una ventana gris. Admiraste el paisaje urbano que opacaba nuestro estilo country interior. Caminaste sincero hasta la cocina y repetiste la rutina diaria tan preciada. Podrías dormir media hora más, siempre te lo dije, pero preferís tu desayuno completo y caliente.
Pero para variar, preparaste uno para mí y, media hora más tarde, me despertaste con una bandeja en la que sólo vi una flor. Sonreí, pero no a un paisaje frío y gris, sino a una esplendorosa vista llena de sol y luz. Quizás demasiada luz.
Después de disfrutar de tu alma en la forma de un café doble fuerte, me levanté y empecé con una rutina que ya habías logrado romper. El día fue igual al día anterior para todo el mundo menos para mí. Destrozaste mi coherencia diaria, mi sabida escala horaria, que empezaba con dormir y terminaba, bueno, con dormir.
¿Sabes que hicimos ayer? ¿No lo recuerdas? Dejamos de lado al mundo y, como el mundo es mundo si nosotros lo vemos y lo creamos con nuestra vista día a día, ayer destruimos el mundo.