27 de diciembre de 2009

El camino de piedras.

Me despierto, abro los ojos y veo a mi alrededor todo aquello que ya existía cuando me dormí, pero mucho más brillante y mágico. Los lugares que me recordaban el dolor de perderte, ahora se convierten en recuerdos de una juventud que creía perdida. Las personas que me traían imágenes de saberte lejos son ahora compañeros de caminos que me acercan únicamente a algo mejor. Cada paso que doy por las veredas que recorrimos juntos, cada una de las pisadas parecen querer destrozar solamente el aire que hay entre mi felicidad y tu recuerdo. Veo tu rostro en aquellas anécdotas que nos hacían únicos, pero poco a poco tu foto se desvanece y surge un vacío que sólo espera por una nueva persona o por una nebulosa que termine por borrar por completo esa memoria que trae tanto mal. 
Me despierto, como todos los días, como siempre desde antes y después de tenerte, pero ahora me descubro olvidándote, dejándote pasar como quien roza un secreto, pero no intenta opinar. 
Y finalmente, una noche, me despierto en el mismo escenario, en el mismo tiempo, en la misma escena y con el mismo elenco, pero todo parece gris. Tus ojos son una neblina espesa, casi imposible de cruzar. Tu alma, oculta detrás de semejante opacidad, no parece ser la misma que la que alguna vez me regalaste. Incluso tu cuerpo, siempre tan sincero, siempre tan sutil, ahora es tosco, siniestro y sencillamente inútil para lo que intentás crear. Te veo y sé que quien fue mío se desvaneció en esta nueva certeza de inseguridad. Te veo, pero por más sencillo y vacío que sea, sé que no estás. Es entonces, en cuanto lo único que me abarca es la desilusión de saber perdido aquello que alguna vez quise, que transformás en real aquello que quise creer que era una broma que me jugaba mi sentir. Pasás a mi lado, ignorándome. De repente, te burlás de mi suavidad. Y te vas, destrozando lo poco que te sostenía en mi ser. 
Me despierto nuevamente en el mismo escenario, pero entiendo que la escena, el tiempo y el elenco son distintos. El guión ya no es improvisado, todo está escrito. La siguiente línea me delata: todo lo demás fue un sueño (o pesadilla, vaya uno a saber) y es este momento el que me lleva de nuevo a la realidad. Te sonrío, porque sé que ya no sos quien imaginé, porque ya no te puedo culpar por el despliegue de mi propia imaginación. Te sonrío, porque disfruto de saber que deje una piedra marcando el camino, el camino que ya no quiero volver a caminar. Te sonrío, porque me enseñaste por dónde no volver a pasar. Y no veo que me sonrías, pero lo entiendo, no creo que jamás puedas volver a despertar. 

11 de diciembre de 2009

Mundos.-

"...la más linda del amor/que un tonto ha visto soñar/metió mi rocanrol bajo este pulso..."
No había otra opción. Bailar con ella era la única posibilidad que quedaba. Me acerqué, lenta pero confiadametne, y la tomé de la cintura, como debía ser. Me miró con sus brillantes ojos marrones, con esa sonrisa que sólo destinaba a que mi mirada encontrara y que nunca le había visto compartir con nadie más. Desarmé el camino hasta la pista de su mano, procurando que bajo ningún punto de vista la perdiera. Llegamos y tal como suponía, todo a nuestro alrededor se había apagado. Quedábamos nosotros, la música, el silencio de nuestras bocas y el piso a nuestro pies. El tiempo pasaba y era milagroso que nada de todo eso se acabara. Todos los temas parecían conectados, unidos, interminables, infinitos. Nuestro andar se convertía en uno con cada paso que dábamos, e incluso ahora que estábamos bajando del auto, todo parecía continuar. Llegamos a la puerta y abrimos los dos juntos aquello que no pensábamos encontrar. Detrás de esa entrada vimos un mundo, o en realidad, varios mundos.
Uno de ellos era turbio, inconexo, desarmado en nuestras imágenes individuales y retrógrado en nuestra posibilidad de volar.
Otro, era un mundo casi fantástico, indescriptible, tanto como irreal; parecía mágico, pero sólo era onírico. Nuestro cuerpos y nuestras almas parecían una, nuestros sueños se acuñaban en una sóla y eterna imagen que no acababa jamás.
El tercero, era un mundo complejo. Amplio, no infinito pero sí inmenso, con una cielo no del todo despejado, donde otra vez estábamos los dos, cerca, interseccionados, como si fuéramos uno pero sin dejar de ser dos. Nuestros sentimientos no eran iguales, pero eran complementarios y a veces superpuestos. Pero lo único mágico y misterioso de todo este mundo, era que esos sentimientos, nuestros cuerpos, el paisaje, las imágenes que nos exponían permanente para vivir, todo era uno. Un continuo y permanente suceder que, circularmente, nunca terminaba y siempre concluía. Se repetía cíclicamente y volvía a empezar, siempre igual y siempre renovado.
Cruzaron la puerta. Entraron a su mundo. Todo se volvió uno.

7 de diciembre de 2009

Stuff.

Sometimes we just don't get what we won't, we get what we need. Eventually, some amazing musician ends up making that knowledge into a song. But despite the fact that we are the last ones to realize that we've lost the track, somehow life finds the way to show us that we'll do just fine.
Then, when everything shows up like it's all right, TV turns on o a movie comes up. A character acts like no one we know. That's the moment when we have a choice: we watch it as the imaginary expressed on a channel, or we hope for it to be the nearest to our reality as it can. Once you've started to go through that way, there's no coming back. You begin to think that there's the possibility of something of what you've just seen to be magically real.
I have no doubt that sometimes our senses are overrated. We trust them too much, and nobody warns us about the dangers of that believing. And we go for it, we go from 0 to 100 in 1 second, and when the wall comes up in front of our face, we pray with all our faith to get to our brakes before that wall gets to us.
At least, from where I came, feelings are bigger than brains when trouble appears. We spend all our lives trying to reach that point where we can leave our hearts behind, and decide about almost everything with those experiences that tell us we should run away or stay and fight, because either we or someone we know have been there or done that. But somehow, explosions happen. Things blow up and we have half a second to choose between being real or being smart, being true to ourselves or being true to our century. It's hard to think when nobody thinking, it's hard to take responsibility for the actions we didn't think about. And in the middle of all that, we, standing there, confused, scared, childishly behaving. We really wanna scream with all our voice that we cannot be more ashamed and that we need mum and dad to help us. But we can't. We can't because now people are watching. People don't watch, stare, and we know that. And we are more afraid of what people may say, than what we could say to ourselves if we saw us doing that.
I don't know if I'm wrong, I have no idea if what I feel it's right. I've stopped thinking about right and wrong a long time ago. Thankfully, I've realized that no matter what I do or what I choose, someone it's gonna be unhappy, upset (and I'm gonna be sad because I cannot fulfilled his or her expectations). Then, all I hope it's for love. For someone to love me, and who allows me to love back. Without fear, without taboos. Without nothing between us, just who lets me enjoy life. Like in the movie, like in fake life.

5 de diciembre de 2009

Espectralmente.-

Sombría y seria, camina por las calles como si el mundo no existiera frente a ella. Cada paso que da atraviesa las baldozas, y cada mirada que regala al transeúnte de turno lo atraviesa como si no existiera. En su cabeza solamente existe la música y su imaginación, ésa que le permite creerse en un mundo del cual es el centro, sin notar que a su alrededor el mundo gira en torno a ella. No descansa en su afán de desaparecer en el reflector. La luz que la enfoca parece diluirla y, como si no existiera, a su paso queda una estela de algo que no debería haber estado jamás. Suspira en su silencio, y desarma su alma en su respiración. Contempla a la ciudad con la más patética de las ironías y disfruta de saberse ajena a la inmortalidad. Entre las sombras de los tacos y los portafolios aparece, portando solamente su desesperación por alejarse de lo que la rodea y su misterio de no saber quién es. Recorre las calles sin caminarlas, roza a los otros peatones, a los colectivos y a los autos con la frialdad de la muerte. Abre los ojos detrás de sus lentes y mientras sus labios rodean cada sílaba de sus canciones, lo único que busca es su lugar en el mundo. A veces pareciera que no existe, a veces simula estar parada allí. Lo único que le falta para saberse completa es que alguien le confirme que del otro lado del límite no hay nada, o está todo.
Las mejillas acaloradamente rosadas, las piernas temblorosamente debilitadas y la mente livianamente superflua. Se sienta sobre la hierba y ve un refugio que está a punto de desplomarse. Mientras, el azar le elige aquella canción que la divide en tantas partes como heridas tiene, como historias existen en el mundo. Una lágrima cae desde sus pestañas hasta sus rodillas. Una taconera pasa a su lado. Un trajeado pasa por el otro. Nadie la ve, nadie la percibe. Como si no estuviera, como si no existiera la realidad, como si nada fuera cierto, damas y caballeros se concentran en llegar, a dónde sea. Ella se queda quieta, esperando saber si quiere llegar a algún lugar. Ella se queda esperando una respuesta. Ella ya no sabe si quiere despertar una vez más.

3 de diciembre de 2009

Atravesando la rutina.-

Detrás de la pantalla, algo había cambiado. Los silencios de la casa parecían cada vez más llenos de imágenes y todo lo que podía sentir a su alrededor era compañía. De ese lado de la pantalla, ella, fuera de sus días grises y sus ampollas de tanto caminar, deseaba minuto tras minuto que se hicieran las once y volvieran a conectarse, cada uno y uno con el otro. A veces incluso creía que los días empezaban desde hacía seis meses con la única intención de que llegaran las noches y esos encuentros que, desde la tan inexorable lejanía los sentaban frente a frente, tête a tête.
Del otro lado de la línea, todas las noches era igual: llegaba, se sacaba los zapatos, tomaba lo primero que encontraba en la heladera y así, sin más y lo antes posible, se conectaba para encontrarse con ella. Después de muchos años, la rutina de la ducha, el noticiero, la cena nutricionalmente organizada y el eventual gimnasio, había desaparecido. Quizás era un error, una inconsciencia, pero en lo que a resultados concernía, nada había sido tan beneficioso en ese último tiempo como leerla, sentirla cerca.
Lo veía ahí, tan sincero como siempre, tan honesto. Escribía pero parecía que hablaba, hablaba pero parecía que le repetía lo que ella sentía. Suspiraba cada vez que lo veía conectado, y se amargaba terriblemente cuando los minutos pasaban y él no llegaba. Siempre había descreído de la Internet, del chat y de la insensibilidad de un conjunto de números 0 y 1 que transformaban los sentimientos en una innumerable sucesión de vaguedades inocuas. Siempre, hasta ahora. Con él, las palabras resultaban reales; las onomatopeyas, sensaciones; los silencios, enormidades. Es verdad que a partir de que empezaron a verse por las cámaras, las cosas resultaron mucho mas verdaderas. Pero incluso antes, nada había sido nunca tan sincero como lo que entre ellos crecía. Y ahora, estaban por conocer sus voces, lo único que impedía que todo fue prácticamente real.
Él no podía evitar responder a cada una de sus preguntas con la única respuesta verdadera que salía de su alma. Había intentado mentirle, engañarla, atraerla con sus ilusiones, pero le había sido imposible: el magnetismo de sus palabras hacía imposible que desarmara su vida para presentarle una película de vaya a saber quién. Lo único que le quedaba, cada vez que ese "buenas noches" llegaba, era dejarse ser y permitirse volar, guiado por la imaginación que cada día parecía más infinita en ella. A veces, se quedaba sin palabras, y resultaba fantástico como encontraba en una milésima de segundo, la palabra adecuada para que la risa o la lágrima siguiera surgiendo.
Otra vez se cortó la conexión. Otra vez, a rezar a quien fuera que siguiera del otro lado. Los minutos pasaban y no había forma de solucionarlo. Rogaba porque del otro lado se hubiese cortado también, o siguiese esperando, o algo. Algo que impidiera que la magia desapareciera, como la magia siempre hace, para siempre.
"Volvió".
Tres meses habían pasado desde la última charla. El silencio que tantas veces le había parecido increíblemente completo, ahora era vacío, ligero y absurdo. Arbitrario en su decisión de reaparecer con esa soledad repentina, increíblemente hiriente en su necesidad de hacerle notar que nada era tan grande como su pasión. Destrozaban los segundos, y todo parecía desarmarse a su alrededor. Redescubrir cada uno de los rincones de la habitación con la humedad de saberse perdido. La rutina había vuelto: llegar, ducharse esperando que por primera vez en meses el agua se llevara la desesperación, sentirse desahuciado al no lograrlo, dejar de comer al dejar de vivir, ir a la PC y rogar que apareciera; mandarle un mail como todas las noches y dormir con la esperanza de volverla a leer.
Ese domingo se conectó y no supo qué hacer. Abrió la ventana y lo pensó. Sabía que tenía poco tiempo, sabía que si no lo hacía y perdía la oportunidad no se lo iba a perdonar jamás. "Buenas noches". Silencio. "Hola?" "Hola".
Se fue a dormir cambiando la rutina. La esperanza de volver a sentir lo que alguna vez compartieron, ya no estaba. Esa noche el sueño vendría acompañado de la impotencia de saber que ya no podría cambiar la historia. Sabía que en cuanto se durmiera, el despertar se transformaría en uno de esos momentos cuasi imposibles. Pero tenía que hacerlo, para acompañarla, para estar con ella, aunque fuera por última vez.
El traje negro era una de esas vestimentas sobre las que tanto bromeaban, porque su profesión de artista plástica no le permitía entender porqué una persona dedicaría su vida a repetir normas y vivir de negro. Por primer vez se acercó a ella y le dio las fresias coloridas que tantas veces le había prometido. El salón enmudeció frente al contraste con las calas.

14 de noviembre de 2009

Nervios.-

Nervios. Esas horas antes siempre parecían agotadoras. Preferiría simplemente levantarme dentro del teatro y arrancar desde la manta que me rodea. Pero no, me toca tener que despertarme, acordarme de la función, acordarme de que cualquier error va a repercutir en el examen de los que me estén viendo, y sobre todo, en mí y mi performance. Cambiarme, arreglarme, maquillarme, sonreír. Sí, en el medio del caos interno, en el medio de la 3° Guerra Mundial interior, sonreír y asumir que todo va a salir bien. Saludar, desayunar, seguir sonriendo. Decir que estoy tranquila, cuando lo más parecido a mis manos son la de un enfermo de Alzheimer. Respirar hondo y mientras tomo el tibio café con leche, repasar las piezas, una por una, con sus partes preciosas y aquellas que todavía no puedo cantar. Desarmarme cada vez que recuerdo un error de los ensayos, y rogar que se repita cada vez que recuerdo un acierto en otro. Atravesando mi conmemoración a las notas caídas, los comentarios del profesor, de los compañeros, de los que me escuchan y ven algo en mí que a mí todavía me cuesta ver.
Freno, abro los ojos y suelto el aire que contenía. Disfruto de la posibilidad de subirme a esa cantante que se me para enfrente, de ponerme en su traje y de mostrarme más allá de mi cabeza. No tengo que ser brillante, no tengo que ser preciosa, no tengo que descubrir la teoría de la relatividad. Tengo que demostrar que adentro mío hay algo que me permite la magia de cantar y de cruzar de esternón a vértebra al que está en frente escuchándome. Quizás, no sea Callas, quizás no lo sea aún. Mis manos empiezan a dejar de temblar. Mis piernas de repente se vuelven ombúes y sostienen a mi cuerpo como nadie. Pongo a mi cabeza en tercera y empiezo a mirar el paisaje.
Abro la puerta y salgo para la presentación. Los nervios quedan por la escalera, la cocina, el comedor. La calle se vuelve un paraíso y su calma me llena. Cualquier error puede ser subsanado. Cualquier acierto va a ser relevante. Y en el medio de un día gris, un rayo de sol atraviesa las persianas que no me lo permitían ver. Sólo tengo que caminar.

6 de noviembre de 2009

Despertarse.-

Gris, húmedo y pegajoso. Ariadna se levantó pensando en quedarse durmiendo, pero se levantó. Marcos se levantó pensando en levantarse, y se levantó. Beso de buenos días silencioso de por medio, ambos dos encaminaron el ritmo de sus rutinas. Ella fue a la cocina a desayunar, él a la ducha. Mientras leía el diario y hacía como que disfrutaba de esa tostada, escuchaba la radio y el calor atroz que le enviaba con la máxima temperatura le pegaba en cada una de las células de su piel. En el baño, caía el agua cada vez más fría, y reventaba el enfriamiento en un estruendoso grito que no era acorde a la distancia que el dos ambientes establecía entre ellos. Una vez recompuesta la temperatura del agua, el silencio mental que trataba de alcanzar no le resultaba para nada sencillo. Esa radio que escuchaba no le permitía alejarse de la realidad, pero casi que estaba acostumbrado. Cerró la canilla y salió deseando salir.
Cuando cruzó la puerta, la rutina se volvió inútil, el hastío estúpido y la violencia innecesaria. Estaba ahí, con calor, con hartazgo, en silencio, desayuno mediante. Estaba ahí, como siempre, tan morocha y tan blanca, tan silenciosa en el medio de tanto ruiderío. Se acercó despacio, como para no despertarla antes de tiempo, temeroso de lastimar su tranquilidad. La abrazó y le dio un beso que no encajaba en la rutina, porque no era gris pero era húmedo y pegajoso, como el verano aquel en el que se habían conocido.
Lo miró y después de mucho tiempo lo volvió a reconocer. Era él, tal y como lo había conocido, hacía casi 15 años. Siempre con esos ojos negros que resplandecían al verla, y que le reflejaban su imagen más bella. Hacía años que no le mostraba que seguía siendo la reina, por lo menos, de su palacio de dos ambientes. Y le devolvió el beso con todo el amor que su mirada podía reflejar.
Húmedo y pegajoso sí, pero de gris ese día no tenía nada. Salieron a la calle juntos, trajeados, llaves del auto en las manos. Pero les alcanzaba con saber que habían vuelto a tener 17 otra vez, y habían decidido no volver a crecer nunca más.

14 de octubre de 2009

La guerra de los sexos III - Sobre la victoria de la histeria

Hoy monologo yo. La victoria de la histeria llegó para quedarse. De ambos lados, en todos los campos, en todos los batallones. Pequeños grupos insurgentes de histéricos, que cada vez se amplían más, avasallan a todo aquel que tiene la insensata decisión de tener una relación alguna vez denominada sana.
No pretendo ser idiota o minimalista: nobleza obliga a aceptar que un cierto nivel de histeriqueo codificado es interesante y hasta divertido por un período breve de tiempo. Que te paso mi teléfono pero te contesto uno de cada tres mensajes hasta la primera salida; que te llamo y no estás, y cuando estás, llegaste agotadísimo y sólo tenés tiempo para organizar nuestra visita al cine; que pierdo tu mail y te hago recorrer a todo el muestrario de mis amigas para que lo consigas de nuevo. A todos nos gusta ser presas y ser cazadores, es la gracia del juego. Pero un rato, hasta que queda establecido dentro de las reglas de juego que esto va a algo serio, o puede llegar a serlo. Y ahí, la histeria la ponemos en nivel 1 o 2 de 10, y jugamos con todos los demás botones de la consola que nos arma la mezcla de la relación con otra persona.
Pero cada vez más, y a mi pesar, me cruzo con historias que lo único que hacen es demostrarme lo rápido que se propaga esta peste de la individualización y el egoísmo entre la gente, por lo menos, entre los chicos y jovenes de la veintena de años, en todas sus combinaciones con otras cifras. Chicos enamorados, que no saben si ella quiere estar con él, lo ve como un amigo, o que no le dice como lo ve, pero de a ratos es el mejor amigo, y de a ratos el mejor amante. Y claro, atrás está ella, la que quiere ser conejita de playboy pero no le da para cadeta de McDonalds, la que necesita sentirse deseada y lo usa a él, el pobretón de turno que osó enamorarse de ella, para nunca perder a ese uno que siempre la desee. Y para eso, no lo suelta jamás, mostrándole solamente en los momentos en los que parece perderlo en brazos de otra, que ella en realidad también está ahí para su disposición.
Del otro lado, él, el que cuando le cuento a cualquiera mayor de 50 años no me cree que existe: la novedosa raza del histérico argentino. Generalmente fachero, este chico no lo hace por sentirse deseado, lo hace para sentirse poderoso (ojo, los dos combinan ambos aspectos, pero la mujer busca más el deseo, y el hombre más el poder). Sabe que la puede controlar, que puede no llamarla y lo va a llamar, que puede no hablarle y le va a hablar, que puede decirle que está con otra, y ella esperarlo a los pies de la cama. Tiene su pequeño séquito para controlar, que quizás no lo vean como un Adonis, pero seguro lo ven como un dios, y eso para él es suficiente.

Atrás de estos muchachos, hombres y mujeres que se preocupan mucho más por ser en sus mentes exitosos, que en la vida real y evitando que otras personas salgan lastimadas, los que se terminan pegando con sus paredes a 226 km/h. Hombres y mujeres que mueren por amar y ser amados, o que simplemente tuvieron la mala suerte de caer por estos pequeños monstruos de egoísmo, y que sufren de la duda de soltarlos y tratar de encontrar a alguien nuevo, con el miedo de no saber si existe; o bien, de seguir atados, a algo que saben que no es real, pero que por lo pronto se parece bastante. Lágrimas caen, puteadas se van con el viento y llegan a los oídos sordos de las nubes. Y así se sigue desarrollando el mundo moderno, con cada vez más de ellos, porque a nadie le gusta estar en el bando perdedor.


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esta es mi línea
porque detrás de todo
no quedan
ni tiempos, ni lugares
ni otras líneas que dejar
en esta línea te muestro
aunque no veas
mi alma
lo que vivimos juntos
dejo paso a paso
nuestro andar

esa es tu línea
intermitentemente paralela
a la mía
tan limpia y fresca
pareciera que nunca
jamás de los jamases
la hubieses pisado
sé que no
saltas y corro junto a tí
tratando de alcanzarte
sabiendo que no puedo

nuestra línea no existe
pero cada vez
que me muevo insensatamente
se cruzan en puntos
y se vuelve segura
y sigo corriendo
porque se que adelante
voy a chocarte
y no te liberaré más

años pasaron y mi línea
y tu línea y nuestra línea
nunca fueron una
y salteé casilleros
y escapé a líneas nuevas
y te veo aún a mi lado
pero estás tan lejos, tan lejos
que sé que indefectiblemente
tengo que dejarte
seguir con tu salteo
con tu escape de tu propia línea
y debo seguir la mía
tan segura desde un comienzo
hasta que se cruzó
[con la tuya.]

7 de octubre de 2009

Del Rock al Derecho en 21 años.

Sentada. Miro la pantalla y la verdad, o a decir verdad, no parece tan distinto. Al lado mío, el mismo televisor, la misma voz, el mismo vaso, el mismo resaltador. Detrás mío, la misma cama, el mismo conjunto de ropa desgarbada que resulta ser usada, el mismo conjunto estático de almohadones. Delante mío, la misma imagen de hace años, la misma entrada comprada con meses de anticipación, la misma cantidad de cosas que pienso que debería sacar del escritorio. Y es que nada parece demasiado distinto respecto de hace unos segundos.
Hago zapping, cambio los canales, apago el televisor y prendo la radio. Cambio los diales, voy y vuelvo entre emisoras, la apago. Reviso los diarios del mundo virtuales, los blogs de turno y el resto de las tareas que me corresponden donde me comentan la realidad del mundo. Reviso la cucha de mi perro, y me encuentro con sus ronquidos. Y es que no, todo parece igual que antes de que sucediera.
Abro los libros y las agendas, reviso los mails, reviso mi página, enciendo el teléfono y el celular. No, la temperatura, los tonos, las líneas, todo parece igual que hace minutos. Incluso, por mucho que lo intente y me mire al espejo, ni un gramo menos, ni un pelo más blanco, ni un centímetro de más en ningún lado.

12:38 am. De fondo, un tema cuyo título no parece ser evidente en el contexto en el que lo escucho: "Sunshine of your love". Pero su arpegio simple y real me recuerda que todo lo complejo puede parecer imposible de alcanzar, pero en realidad es mucho mas sencillo de entender que otras cosas. Un saludo se acerca, otro termina, uno está por comenzar. Las felicitaciones por un hecho imposible de evitar, son sucesivas. Pero así y todo, detrás de mis ganas de ser estrella de rock, y delante de mi necesidad de estudiar el derecho que organiza lo que creo que hay que desarmar y desarticular, hay una nenita que con sus rulos constantes se subía a su mecedora de caballito, y jugaba a la doctora con Juliana. Una nena que con zapatillas de danza negras y remeras de brillos, lejos de ser las sílfides que la rodeaban, hacía lo imposible por lograr encontrar eso que le iba a permitir expresar todo lo que necesitaba, mientras sus palabras llegaban mucho más lejos de los que pensaba. Una jovencita decidía dejar atrás todo lo que le molestaba, y empezar de cero, con gente que pudiera compartir con ella ciertas magias; tomaba las armas que le prestaban un ratito y saltaba por sobre las murallas que alguna vez le habían impuesto. Una adolescente completa compartía horas con adolescentes que le acompañaban en cada uno de los momentos que se suceden de la manera más feliz. Una joven que sale de su ámbito rodeado de murallas de cristal, de ideales impensados y destrucción racional, y entra en un ámbito que hubiese sido perfecto para repetir el modelo, salvo porque se cruzó con la necesidad de respirar. Una joven se mantiene firme por primera vez en la vida, en una forma de verla y vivirla, sin pensar si es buena, mala, simpática, atenta o lo que sea. La disfruta, y listo. Y ahora, esa joven, es jurídicamente capaz.

12:57 am. Y se supone que ahora sí puedo ser responsable por completo, más que hace 58 minutos atrás. Vaya uno a saber porqué. Porque lo que yo sé, es que lo único distinto, son las ganas de festejar.

2 de octubre de 2009

La guerra de los sexos II - De la aceptación y la negación (Lo que me costó la posesión de mi media naranja)

Pero vos no entendés, lo que pasa es que siempre hace lo mismo. Viene, se va, y después yo tengo que andar justificándola. No, si yo no soy un boludo, yo sé lo que anda haciendo cuando sale con las amigas... Sí, cómo no lo voy a saber. Esas pibas son una más trola que la otra. Seh... Acordate Lali. Sí, ESA Lali! La de Marquitos, la del Chino, la de Tomy! Sí, ésa. Bueno, es la primera en prenderse en las salidas que arma. Y sí, con compañeras de salida como ésa... Pero no seas pelotudo por dios! Vos me estás jodiendo? Que vaya con ella? Me estás jodiendo?! Ni en pedo. Con todo el cotorrerío ése, no me agarran ni en pedo. Que Pupi estuvo con Toti, que era el ex de Manu, que salía con Leo, que... No, boludo! Ni en pedo. Y los novios de las pendejas esas, los sometidos esos, ni en pedo. La última vez que se cruzaron con la redonda, fue cuando se chocaron con la bocha de polo los tarados. La otra vez venía de ver Instituto - Belgrano. Partidazo. Bueno, estaba uno de estos flacos... Nicky le decía la novia... Buah, cuestión que yo me puse a hablar del partidazo que recién terminaba de ver. Y el pelotudo salta y me dice "Belgrano... Y qué jugaban, cerca de Barrancas?" No, casi lo mato al imbécil. Pero la verdad, había garpado una banda porque ella se moría por ir y bueno... Vos decís que Carla va? Vos la dejás ir? Buah, si vos decís que sale joya, todo bien. Clara es un toque más tranqui que las otras locas... No, quiero decir, que es re tranqui, así que si la acompaña a Maru, va todo bien. Sale La Reina?

Vamos a Pachá no? Viene Lali no? Ah, menos mal. No, bolu', pasa que el otro día me dijo que Tomy se re calentó porque se enteró lo del chino...Y sí, pero también, si le cuenta a Luli que es la mejor amiga... Qué sé yo... Que se joda, también.. No, nada, a mí me encanta salir con ella, porque es como siempre, como cuando estábamos en quinto...Sí, buenísimo, las mejores noches con Lali. No, Car, no te enojes... Con vos también la paso increíble, pero vos me entendés, es que Lali es más zarpada, vos sos como más tranqui. Pero la pasamos re bien cuando salimos, lo sabés! Jajajaja... Bueno, dónde nos encontramos? En lo de Romi, ajá. Y Sofi? No viene? Por qué? Ah, el novio... Sí, ese pibe... No, es un desastre. Yo le dije que lo controle. Sí la otra vez fui yo con Fede, porque sabía que salía con él y un par más de los chicos, y Sofi no quería ir sola con ellos. Pero sino, ya sabíamos que iba a cagarla mal. Así que lo convencí y fui con mi bebé. Sí, igual, un embole, porque claro, como estaba ahí se hacía el buen pibe, pero estoy segura de que cuando sale con los pibes solo, yo lo conozco, se debe hacer el langa mal... CÓMO QUE VAN HOY A LA REINA?! NO ME DIJO NADA!! Ves?! Ves?! Después me dice que no, que no pasa nada, que sale con los chicos, pero no, yo lo conozco...Ah, ahora me va a escuchar. Pero no importa, porque entonces cuando salimos, olvidate, hoy la rompemos. Y que termine como termine. Si el se puede ir de joda con los amigos, yo también!

29 de septiembre de 2009

La guerra de los sexos I - La batalla de la cordura emocional

Hola? Hola? Estás ahí? Ah, no... Bueno, cómo andás? Yo bien, como siempre, eh... Bueno, nada, quería saber cómo andabas, cómo seguías, cómo habías terminado la noche... A la noche te llamo de vuelta... Besos.-

Hola, cómo andás? Nunca te encuentro eh? La verdad, no me gusta nada esto de dejar mensajes... Odio no saber si los escuchás, si te enterás de que te los dejo. Quería saber cómo andabas, si todo estaba mejor. Un beso.

Dani? Hola? Ahh... Cómo odio este contestador... Bueno, espero que esté todo bien. Ehhh... Bueno... Cuando puedas, si querés, llamame. Yo tengo el celular prendido. Besos.

"hola!como tas?todo bien?te deje un mje en el contstador.me llamas?besos"

Quince-Cuatro-Tres-Ocho-Cuatro-Doce-Setenta y siete... Hola? Hola! Por fin te encuentro! Cómo andás? Ah, andás ocupado? Podés hablar?... No, nada... Te llamé, te llegaron los mensajes? Ah, no tenés crédito...Esta bien. No, nada, quería saber cómo andabas, porque como no me llamaste...Sí, claro, estuviste ocupado. Sí, claro... Sí, perdoname, no quería molestar, pasa que... Ah, mucho laburo. No, todo bien yo. Acá, lo mismo de siempre, con la facu... No! No te preocupes, sólo quería preguntarte cómo andabas...Dale, dale, buenísimo, espero tu llamado entonces. Suerte en la reunión! Besos!

Hola? Hola? Tututututut.

Hola?...

"che,como andas?"

Contactos - Juli Kimia - Llamar... Hola? Ah, cómo andás? No, todo bien. Sí, mucho bardo, un kilombo estas semanas... Che, qué hacés esta noche?... Bueno, vamos a cenar? Dale, paso tipo 9 entonces. Cómo era tu dirección? Ah, cierto... No, después vemos qué hacemos, no te preocupes. Te veo a la noche entonces, besos.

Hola, Dai? No sabés! Me llamó! Sí, viste? Yo sabía que era un tímido... Claro, es que estaba a full con el laburo, pobre... Sí, me invitó a cenar, un divino. Sí, y seguro que después me lleva a pasear por algún lado. No, cómo decís eso? Él es distinto, no es como el resto. Nah, nada que ver, boloa'. Él es más tranqui, un pibe simple, nada que ver con los últimos. Seh... Que vos lo conocés? Cómo? Ah, salió con Nani? Pero sigue con ella? No sabés... ahora la llamo a Nani y le pregunto... No, claro, con razón se acordó de salir conmigo... Claro, se debe haber peleado con ella, y ahora para darle celos quiere salir conmigo. Que hijo de...Ah, pero no sabés? Bueno, ya fue, yo lo llamo y le digo que no. A mí de tarada otra vez no me toman... Vos te das cuenta? Siempre lo mismo yo! Soy una boluda... Por Dios...No lo puedo creer que siempre me pase lo mismo... Che, Dai, te dejo así lo llamo a este pibe y después a Nani, que ya me va a escuchar la conch...!!

Nico? Cómo andás? Seh, una loca la flaca. Sí, la piba esa, la de Kimia. Sí, la llamé ayer para ir a cenar. Todo bien, parecía una mina bárbara la verdad, pero quince minutos después me llamó llorando y re loca la flaca. Seh, un desastre. Me dijo que era un hijo de puta, que no sé que más... No sé, la verdad que no le entendí nada. Creo que me dijo algo de Mariana, pero ni idea. Sí, capaz que la conoce, qué se yo. Otra loca la verdad. Che, qué hacen con los pibes hoy? Sale partido? Bueno, avisale a Nacho que yo voy... Sí, dale, y hoy invito yo, que ando con plata encima, jajaja....

24 de septiembre de 2009

Simulando.

El pelo suelto para disimular el tamaño de la cabeza. Los lentes con marco angosto, para no ensanchar más la cara. El flequillo largo que disimula el frentón que llevo por delante. El delineado que abra mis ojos chiquitos. Un labial rojo que resalte mis labios pequeños. Un par de pantalones ajustados que muestren mis piernas no tan macetonas. La camisa abierta para ocultar los 5 kilos de más. El corpiño push - up para ocultar la falta de ataque. Las zapatillas que disimulen los pies anchos. La malla al cuerpo bajo todo que forme la figura que no existe. Las uñas semipintadas para parecer un poco menos falsa. El cinturón rockero comprado en Once igual al que las colegas mueren por comprar en Palermo. El reloj pulsera infaltable para ocultar mi natural impuntualidad. Mi pulsera negra que desaparece bajo las mangas largas de la camisa grunge. El aspecto general que me categoriza, me conforma, me define, me ubica en tiempo - espacio - ideología - capacidad - resistencia - conformidad.


Y en mis auriculares, sonando de fondo al paisaje urbano que me rodeaba, "Live Forever" de Oasis. Mi cabeza lo más abierta posible, el cerebro lo más desarrollado posible y las ganas de seguir avanzando para hacer avanzar, ocultando la imbecilidad social.

16 de septiembre de 2009

Parecía.-

Suspendido y único, pero tan complejo como siempre. Parecía que flotaba, parecía que no era, parecía tantas cosas que llegaba a desaparecer. Pestañeó y se levantó, con el esfuerzo de sus pocos años que tantos parecían al lado de los míos, riéndose, como siempre. Parecía tan cercano, y todo el tiempo me resultaba extrañamente distante en su sonrisa. La baldosa floja y su poca estabilidad hicieron que una carcajada en estéreo se escapara, haciendo que lo que estaba alrededor pareciera un simple contexto, una mera casualidad. Cruzamos con miradas infantiles al alma ensordecedoramente abrumada del otro, y encontramos lo que no veíamos en nosotros mismos: nuestra sencillez. Lo ayudé a levantarse nuevamente, y con la risa todavía entre los labios, las ganas de cambiar el mundo se hicieron más palpables. Paso a paso las utopías que minutos atrás parecían increíblemente imposibles ahora no eran otra cosa más que proyectos a futuro. Había en su voz una sutil e innata mentira, y en sus palabras, la ironía que llevaba a sus entrelíneas un poco más allá. Ya no era la queja, era la diferencia. Ya no era el mundo inentendible rodeándonos, era el próximo bienestar que parecía no sólo alcanzable, sino reveladoramente acogedor. Una bocanada de aire con aroma a lluvia se entremezcló con la esencia de menta y recorrió en un abrir y cerrar de ojos desde la punta de mi nariz hasta el dedo meñique de mi pie derecho. Todo mi cuerpo sintió la frescura que su alma parecía proyectarme, y aunque era peligrosamente inalcanzable, me dejé llevar por la idea de que la posibilidad de volver a ser una niña estaba frente a mí. La gravedad me jugó una mala pasada y, entendiéndome par, sencillamente sonrió mientras a través de sus ojos estallaba en carcajadas una atrás de la otra. Me reí yo para liberarlo de semejante presión, y el no pudo contener más lo que él creía burla, pero yo entendía como libertad. Hábilmente me dejó llevar por su mano, y fue entonces, no sé si en el momento en el que planté firme los dos pies en el suelo, o en el que lo solté, volví a la realidad. Nunca, jamás en mi vida, la realidad había parecido tan cercana a la irrealidad de la locura.

10 de septiembre de 2009

El deshormiguero más grande del mundo.-

Millones de ellos se mueven, siempre tan apurados, bajo el rayo de sol o la lluvia, haciendo lo que corresponde. Se golpean, se atropellan, sa aplastan, y siguen haciendo lo que corresponde. Todos casi negros, todos casi grises. A su alrededor el maravilloso color de la vida, pero no les compete anexarse a ese movimiento alegre de hojas, flores, pájaros, agua, rayos, viento. No, porque no es lo que corresponde.
Siguen derecho, siguen caminando. Rompen las barreras de las vías para acelerar el paso. Llegan temprano a lugares vacíos, llegan tarde a lugares llenos. Nada de eso importa, ellos continúan con su movimiento constante y sin pausa, pues es lo que se corresponde.
Siempre con pasos increíblemente marcados y seguidos uno del otro. Con ojos más parecidos a cataratas que a lagos, siguen andando, pasando. Se mueven, van, vienen, se cruzan, se anudan. Y siempre tan solos. Pero eso sí, siempre haciendo lo que corresponde.
De repente, estrepitosa y sorpresivamente, colapsa su armazón de metal. No sé si los agobia el miedo o siguen haciendo lo que corresponde.
Caído el Parlamento, la ciudad no colpasa. Los niños siguen, portando sus mochilas. Las madres siguen susurrándelos que los aman. Los abogados siguen ajetreadamente vacíos. Y los médicos, fríamente encamillados. El movimientos no se frena ni por un momento. Simplemente siguen, procurando moverse lo suficiente como para evitar ser ellos la próxima víctima. Si hace falta, desarmarán el origen del mundo. Si es lo que corresponde.-

6 de septiembre de 2009

Ella.-

Y volvió. Después de que había parecido que se hubiese escapado, que hubiese desaparecido, que quizás, por alguna razón, simplemente quizás, hubiese muerto. Pero no, ahí estaba, parada frente a mí tan viva como la última vez que la había visto. Incluso, describirla la haría sonar a aquella que alguna vez convivió conmigo, volviendo de mis días una pesadilla. Sus rulos ahora más amplios pero igual de castaños, sus ojos miel que parecían haber sido atravesados por meses de tristeza, menos cintura, más miedos y una voz que sonaba parecida a la última vez que le había escuchado, pero que cargaba con el peso de haber recibido los golpes de la soledad.
Anonadada en la sospecha de que llegaba para no irse pronto, la revisé de pies a cabeza y de nariz a a nuca, tratando de encontrar en ella las diferencias con la última vez, tratando de entender qué la hacía volver. No dijo palabra, incluso sabiendo que moría por preguntarle lo que mis ojos ya le estaban reclamando que explicara. Es que siempre fue así de arisca, de cínica: llegaba para no irse y para dejarme con la intriga de para qué venía hasta el momento en el que me decía "me voy", y yo sabía que ya lo había conseguido.
Suspiré hondo, tomé en mis manos la fuerza que necesitaba para pedirle que se fuera, y la tomé de un hombro. Un escalofrío recorrió cada una de las vértebras de mi columna: una catarata de imágenes que más que recuerdos eran avisos y consejos de precaución me atacaron sin darme tiempo a respirar. La solté, pero no por decisión propia, sino porque su aura estaba rodeada de la energía que un cable pelado puede proyectar. Me miró, sabiéndose victoriosa, sabiendo que ya había perdido esas fuerzas que había recolectado y que no había manera de echarla de allí.
Volví a alejarme lentamente, mirándola a los ojos, esperando que me dijera que no iba a quedarse, que esta vez iba a dejar mi vida en paz, que por más catastrófica que en ese momento fuera la sucesión de mis días, ella no iba a inmiscuirse para que fuera aún más compleja. Esperaba eso y mucho más, pero como siempre, no dijo nada. Me miró y sonrió, socarronamente, dejándome bien en claro que ella ponía las condiciones en su estadía, así como el plazo y el objetivo. Una lágrima se deslizó imprudentemente por mi mejilla dejándole bien en claro que lo había entendido, que no haría nada por detenerla y que una vez más, estaba habilitada a darle un giro de 180° a mi vida. La última vez, algo la había frenado, pero esta vez entendí que venía a terminar lo que había empezado, y nada la detendría.-

2 de septiembre de 2009

Llovizna.-

Otra vez y contando. ¿Cuál era ya, la tercera, la cuarta? No me podía acordar. La llovizna de nombre santo me golpeaba los cachetes al ritmo de mi caminar, y al ritmo de mi pensar. Pensar en todo lo que siempre estaba a punto de ser, y nunca era. Pensar en todo lo que imaginaba, y no era real. Pensar y repensar en el porqué de mi caminar solitario en esta tarde fría y húmeda de agosto, cuando debería estar acompañada y resguardada en sus brazos.
Tomo la decisión y marco el número. No por ello dejo de caminar, de sentir el viento y el frío, el agua y el agotamiento en la ciudad. Suena. Busco un lugar para frenarme y hablar. Suena. Encuentro un local acogedor, pero demasiado iluminado para mis ojos acostumbrados a la resolana lluviosa. Suena. Me decido por una esquina no tan resguardada pero más amena para mi infructuoso accionar. Suena. Me canso y corto.
La duda de saber qué hacer ahora. Mi primer impulso: insultarlo. Claro, es que la necesidad visceral de sacar la bronca reacciona antes que nada. Mi segundo impulso: insultarlo por teléfono. Claro, es que no alcanza para ciertas cosas con el grito al cielo y la resignación. Mi tercer impulso: enviar un consolador mensaje de texto. Claro, es que lo que me provoca, tan contradictorio permanentemente, sólo puedo promoverlo en un espacio tan inexpresivo como la digitalización de la palabra.
El colectivo avanza y vuelvo a verme sola. Sola, angustiada, roída por el resentimiento y todavía con ansias de que me dé la oportunidad de perdonarlo. La lluvia sigue cayendo y entiendo que no va a existir tal ocasión. Me bajo del colectivo y camino cuatro cuadras que parecen cuatro cuadras. La reja negra no podría ser más oportuna.

22 de agosto de 2009

Morocha (La manera de perder)

¿Sabés cuántas veces quise tenerte? No, no te hacés una idea. Mirándote fijamente, sonriéndote y aislándonos de todo lo que nos rodeaba. Vos, como siempre, ligera, fluyendo entre las piedras que te tiraban y el viento en contra que de algún modo parecías esquivar. A tu lado, yo, caminando como si no existiera camino, gente, faroles, semáforos; siendo fiel al hechizo de tu pelo despeinado, anudado, ondulado, libre. Tu voz hacía de mi mente un torbellino y de mis sentimientos un alarido. Las palabras, cada una de ellas que osaba salir de tu boca, entraban por mis oídos con la fuerza de un rayo, e inmediatamente atravesaban de sien a sien toda mi razón, dejándome anonadado frente a semejante frialdad.
Todavía llevo la cuenta de las baldosas que pisamos juntos. Pienso en el tiempo que compartimos y se me escapa el recelo frente al que ahora te acompaña por las mismas baldosas que todavía cuento. Me ahorro decirte que los días decidieron durar mil horas desde que te perdí. Y vos, con tus ojos perdidos y tu desinterés en el que te quiere, seguís diciendo que duran solamente veinticuatro. Es ese el momento en el que te gritaría (y a los cuatro vientos) que no vas a vivir nunca si no te dejás amar.
Entiendo que el invierno te haga guardar. Nunca lo quisiste, no me sorprende no verte caminar por estas calles en las que te espero. Pero eventualmente va a llegar la primavera y vos, con tu insanía bohemia y desubicada, vas a volver a pasar frente a esta esquina en la que estoy, siempre, con tu imagen en los ojos y en la memoria. Vas pasar, aislada del mundo, dejando que se destruya atrás de cada uno de tus pasos. Vas a pasar, sin verme, sin sentirme, sin siquiera recordarme, retraída en con la música en tus oídos, sonriendo a los que pasan pero sin dejarles conocer tu sonrisa. Vas a pasar y yo, dejándote pasar, voy a volver a esperarte, como siempre.
Retorcida, fría y calculadora. Con el miedo de permitirle a alguien que te conozca, que atraviese esa muralla y pueda doblarte. Boicoteando tu vida para evitar vivirla. Morocha, no te queda más tiempo para perder, es tu única opción. Morocha, soy yo. Morocha, soy tu manera de perder.

13 de agosto de 2009

Nadar en la oscuridad.-

Se había cansado de leer. Se había cansado de escuchar al mundo parlotear a su alrededor. Atrás de tantas palabras y voces, lo único que podía oír eran silencios. Y vacíos, muchos vacíos. ¡Cuántas horas y ondas se habían ocupado con cantidades de vibraciones inútiles y infinitamente vanas!
Cerraba los ojos y lo único que podía imaginar era un gran vacío. Un espacio libre de gente estúpida, donde su mente y sus pensamientos fueran llenando de a poco todo el lugar. Un silencio permanente que se cortaba, no ya por chácharas inservibles y detalladamente insulsas, sino por sus ideas que después de mucho tiempo volvía a entender. Ella, ella sola, pero no solitaria. Abría los ojos y encontraba la realidad pegándole bastonazos en los tobillos ya quebrados. Pararse sin pegar un grito era imposible. Seguir todo el camino gateando, aún más horrible. Trataba de dejar fuera de su alma todo lo que era incoloro. inodoro y acongojantemente habitual: cada vez se le hacía más difícil, más imposible. Incluso, por momentos, creía entender a aquellos cuya elección de vida era flotar. Flotar. "¡Qué situación más placentera y sencilla!" - pensaba. No era más que tomar la corriente, hacerla propia y, al mismo tiempo, dejarse llevar por ella. Toda vez que las cosas se ponían complicadas, quienes flotaban parecían salirse con la suya. Y en ese momento, en aquél en el que estaba a punto de dejar de nadar, lo recordó. ¡Cuántos flotantes había visto hundirse frente a la primera gran ola, simplemente por no saber andar!Desesperada, se despertó. Notó que súbitamente había cortado un movimiento muy similar al de una brazada. Miró el reloj y las tres de la madrugada la terminaron de iluminar. Se vistió, caminó las tres cuadras que la separaban de la plaza y se acostó en aquella noche de verano, bajo las estrellas que parecían cada vez mñas brillantes, en la soledad de la nocturnidad porteña, de la simpleza barrial, del calor hogareño de su plaza. Cerró los ojos y ahora vio, a su alrededor, a nadie, a nada, sólo lo que quería sentir. Abrió los ojos y ahora vio, a su alrededor, a nadie, a nada, sólo lo que quería sentir. Finalmente, nadar en la oscuridad era la respuesta.

11 de agosto de 2009

No me vas a hacer el juego.

- ¡Qué es así!

- ¡NO!
-¡SÍ!
- ¿Ves? Esto pasa por no tener las reglas escritas.

En ese momento, los dos corazones cerraron el tablero, tomaron sus cosas y se fue cada uno a su casa, con las heridas de la lucha todavía abiertas.

31 de julio de 2009

La calma que antecede a la tormenta.

Una a una cayeron las ropas, repartidas por la entrada, el ascensor, el comedor, la cocina y el dormitorio. Parecía que no quedaba otro centímetro de aire más que el que buscaban con cada paso doble trastabillado hacia el cuarto. Agitadas, las gotas de su transpiración made in Febrero Porteño corrían imparables por sus pómulos, mentones y escotes, y nada parecía detenerlas. Debajo de los jeans, culotte y boxer hacían las veces de fantasmas, y nada de lo que parecía no estar faltaba. Detrás de los párpados cerrados, la pasión insostenible de dos almas carenciadas de afecto.
La manos recorrieron ambos cellos. Cada uno de los dedos se entrecruzó con el resto y abandonó luego el lugar recorrido para darle paso al que seguí detrás de él. Sobrevino a la magia del descubrimiento la necesidad de conocer más, y así jeans y subterráneos se desconectaron rápidamente de la situación.
El silencio lo cubría todo. Lo único que se sentía en el ambiente que los rodeaba era la falta de dolor. Un beso acá, un abrazo ahí. Todo era justo y en el momento adecuado. Parecían un nado sincronizado, en una cama, sillón o silla, entre dos que no necesitaban de practicar para ser perfectamente coordinados. Los segundos pasaban mientras la arena en el frente de la casa se seguía hirviendo. Dentro, el hervor nunca había desaparecido.
Cientos de kilómetros a la redonda, no había nadie. Ellos, sólo ellos sabían dónde estaban y porqué. De a poco, el silencio se fue transformando en susurro, el susurro en agotamiento, el agotamiento en placer. Repentinamente, el mundo se terminó en un estallido. Ya no quedaba nada, ni ropa, ni casa, ni arena, ni ellos. Un flash cegador y la muerte en píldora acompañaron el momento del más extraño final.
Una hora después, todo parecía haber vuelto a la normalidad. La rutina, la ciudad de Buenos Aires, ese odiosa esquina de Pueyrredón y Corrientes de la que pretendían escapar, las llaves del auto desaparecidas, el silencio del ascensor que antecede la tormenta callejera. El orgasmo había quedado en el olvido de ambos, en el guiso para el almuerzo de los chicos y en el portafolio abarrotado de papeles vacíos. Ahora era el momento en el que el mundo volvía a la realidad, hasta el próximo encuentro, que todavía no podían planificar.

21 de julio de 2009

Tormentoso.

Finalmente, me desperté. Amanecía detrás de las persianas cerradas, pero la lluvia torrencial de aquella mañana poco ayudaba a olvidar la noche. Había en mi mente algo que no me permitía arrancar por completo. Era como haber puesto el cebador sin sacar el freno de mano. Seguí asumiendo que, eventualmente con el transcurso del día, mi mente olvidaría o escondería detrás de alguna nimiedad aquello que desde la opacidad se dedicaba a atacar mi razón.
La última media de un par desconcertantemente análogo se asentó alrededor de mi pie helado, y mientras las zapatillas que parecían tan inapropiadas para la vida laboral terminaban de ser atadas, mis oídos y mi desidia por prestar atención a lo que hacía se dejaron llevar por un intento de blues que sonaba por dos gigantescos parlantes ubicados con la coherencia suficiente como para despertar a un barrio entero. No podría repetir lo que cantaba, pero en aquel momento era la mejor conocedora de aquello que, de un momento a otro, pasó a ser una melodía entre marcha militar y jazz.
Mientras bajaba la escalera, mis pies me comentaban el error de no haberme puesto otro par de medias. La verdad es que hice oídos sordos y seguí, esperando que la tormenta que afuera torturaba a pájaros y ramas, no lo hubiese hecho así con las baldozas flojas que me guiaban hasta mi destino. Otra vez, descubrí que no tenía la capacidad suficiente como para pensar y razonar mis pasos. Lo único que eso podía causar era que cada uno de los escalones que bajaba no parecieran estar allí. Total, lo que me resultaba importante, claramente no era eso.

Fue recién cuatro cuadras después de haber abandonado todo lo que estaba a mi alrededor siempre, que descubrí qué me había llevado a sentir que flotaba; que todo lo que me rodeaba no existía; que yo no era más que lo único que importaba ese día. Fue recién cuando pisé esa baldoza, la de siempre, la que parecía haber sido ubicada en esa porción de la ciudad en los días de lluvia con la única finalidad de que yo me empapara. Fue en el mismo momento en el que me di cuenta de que no llevaba paraguas. En ese segundo atroz, en ese exacto segundo, descubrí que el agua de la tormenta no me había mojado un pelo, que el agua de la baldoza no me había humedecido una hebra del jean, que mis pasos no habían sonado nunca en los huecos escalones de madera esa mañana, que nadie había escuchado mi salida y, sobre todo, que nunca me había podido despertar. Y es que ya me resultaba raro el hecho de que las paredes se hubiesen vuelto de humo.

9 de julio de 2009

Jane y el destino de lo imposible.

Cada mañana, todo iniciaba de nuevo. Sonaba el despertador, algún locutor poco positivo anunciaba con tono preocupante otra desgracia universal, su pie derecho bajaba previo al izquierdo de la cama y su mente prefería quedarse otros quince minutos reposando en la almohada. Abría la puerta entrando a ese congelador que su familia prefería nombrar baño y, entre bostezos y lagañas, trataba de despertarse antes de que algún pared lo hiciera por ella. Jane tardaba todas las mañanas un promedio de 40 minutos entre que se levantaba y salía al mundo real. Jane tardaba todas las mañanas un promedio de 2 horas entres que salía al mundo real y se despertaba.
Cada mañana, todo empezaba otra vez. Bajaba por la interminable escalera del subte, entraba al vagón, se sentaba frente a la envidiosa mirada de los otros y cerraba los ojos, rogando una plegaria insulsa frente a su contaduría de estaciones pasadas. Salía por la misma escalera atisborrada de gente y trataba de aislarse del mundo en su música, sabiendo que eventualmente algo o alguien le haría entender que su burbuja no era irrompible. Jane solía cantar durante todo el recorrido citadino temas de la más variada calaña, dejando de lado lo que cualquiera pudiera pensar, viviendo como si por fin el mundo no existiera.
Cada día, todo parecía repetirse inevitablemente. Las horas frente a la computadora, los siglos sentada en los bancos de madera, los innumerables intentos de personas que se le cruzaban simulando ser únicos y sólo volvían a contarle la historia que minutos antes había empezado otro (eventualmente, algunos parates entre hipocresía e inutilidad la entrecruzaban con compañeros de vida que era mejor no perder). Y finalmente, la misma familia, la misma casa, la misma comida, las mismas peleas, el mismo andar.
Jane empezaba todos los días tratando de que fuera distinto, y los terminaba sabiendo que nunca iban a cambiar. Jane imaginaba todos los días que algún día se iba a levantar y las cosas finalmente iban a ser distintas. Jane soñaba con la idea de que todo cambiara para finalmente cambiar. De hecho, durante años había estado cambiando la gente, los lugares, los estudios, su propio andar: siempre cambiando era la forma de saber que estaba viva, o eso le habían dicho. Ahora, Jane empezaba a temblar. Veía que los cambios no hacían otra cosa más que mantener todo en su lugar. La gente nueva repetía cíclicamente a la gente que había abandonado. Los lugares simplemente eran cada vez más grises y menos únicos. Ella misma se iba transformando cada vez más en una especie de mixtura incoherente de todo lo que había vivido. En vez de haber reforzado sus virtudes con tantos cambios, lo único que lograba cada día más era ser cada vez más inentendible.
Cada noche, todas las horas volvían a suceder sin descanso en el medio. Se acostaba a la medianoche, pasaba la primer mitad mirando el techo y buscando formas de salir de ese círculo vicioso, y la segunda mitad soñando con realidades absurdas de felicidad y compasión. Las seis horas que comprendían ese rélax del mundo real nunca le habían parecido necesarias, si al fin y al cabo sabía que al despertarse todo volvería a repetirse.
Esa mañana, Jane decidió volver a la jungla. Tomó un bolso, lo llenó hasta donde pudo con lo que le pareció importante, y dejó todo el resto atrás. Compensó los días que faltaban para seguir repitiendo la rutina con una carta generalizada y tomó el primer avión a Nueva York. Se bajó en el aeropuerto JFK sin saber realmente a qué había ido o cómo iba a seguir adelante. Lo único que sabía era que finalmente ahora tenía una página en blanco adelante: no iba a cambiar, iba a empezar desde cero.


6 de julio de 2009

La identidad de la valentía.

Tiempo atrás hubiese comprendido la importancia que la ignominia presenta en algunos casos, donde la falta de identidad es casi tan valiosa como lo que permite promover. Ideologías, procesos de cambio, posiciones minoritarias y deseos de mejorar se escondieron durante décadas en el anonimato de individuos que por saberse únicos promovían desde la fuerza de la sorpresa sus movimientos, o de grupos que de tan amplios que eran, entendían que sus fuerzas se dispersaban menos detrás de semejante herramienta de promoción.
En el siglo XXI, el anonimato se ha transformado en el medio principal de la cobardía absurda. Veo calumnias, injurias, agresiones y deshonras impresionantes escritas por desaparecidos en la web, que quedan registradas en línea y letras hasta que su receptor entienda que corresponde hacerlo desaparecer. No creo que el anonimato sea absurdo de por sí, pero como siempre, depende del uso de cada herramienta, el resultado que promueve en las distintas personalidades. Yo ya no puedo entender la necesidad de atacar o criticar las creaciones de otros (si quieren, simplemente opinar sobre ellas) desde esa posición. Desde chica aprendí que de lo único que no podemos escapar es de las consecuencias de nuestros actos. De grande aprendí que tampoco de las consecuencias de nuestras expresiones. La magia está en aprender y aprehender esa consigna, y desde allí hacerse responsable de nuestras ideas y posiciones aceptando lo afable y lo poco agradable que surja en respuesta a las mismas.
El anonimato ha logrado que la gente se olvide de la responsabilidad del pensamiento y la expresión de ideas. Proponer una respuesta ideológica a otra postura es casi tan desgastante como una pelea a 12 rounds. En las últimas palabras se puede expresar la debilidad o la fortaleza de quien se está proponiendo como competidor. Pero en cuanto el boxeador aparece en el ring con una máscara, todos las victorias y derrotas van a parar a la desaparición detrás de la máscara. Así, en las luchas ideológicas, son los grupos más expuestos los que ganan verdaderamente las batallas o finalmente terminan explotando en el dolor de la derrota más terrible.
Propongo, desde mi humilde posición, terminar con el anonimato ideológico. Propongo hacerse cargo primero de la visión de vida de cada uno, para después poder entender la importancia de nuestros actos. Propongo, sin más que mi propia postura, aceptar que lo que pensamos nunca va a estar mal hasta que lo confrontemos y tratemos de defender frente al blanco de nuestro negro. Propongo, que de ahora en más, se reivindique la magia de ser esclavos de nuestras palabras, pero dueños de nuestros silencios.

3 de julio de 2009

La costilla de Adán

1920. Miles de millones de mujeres entendieron en la última década que son más que simples máquinas de amasar y criar. Salieron a trabajar, movieron revoluciones, mantuvieron unidas a las familias, separaron a los que dañaban a los suyos y crearon desde cero su completo ser.
1930. Miles de millones de mujeres comienzan a pensar que quizás, solamente quizás, estaban erradas. ¿Qué más fácil que ser mamá, esposa o abuela? Después de todo, si te lo proponen, porqué no tomar el camino fácil para respirar.
1940. Miles de millones de mujeres ven como el mundo explota a sus pies. Y esta vez, a diferencia de las anteriores, no pueden lavarse las manos y asumir que simplemente la culpa es de los hombres: ellas se comprometieron, pero nunca pensaron que realmente tenían que tomar en sus manos las consecuencias y rogar que no fueran granadas a punto de explotar.
1950. Miles de millones de mujeres, agotadas de luchar por el más absoluto vacío y la más maravillosa de las parodias, deciden no ser más las valientes heroínas de la historia sin recibir a cambio más que mejores hornos y mayores responsabilidades.
1960. Miles de millones de hijas, mujeres, hermanas, madres, jóvenes, ven a sus madres, a sus abuelas, a sus profesoras, a sus tías, a sus referentes, y no se pueden ver. Se levantan, se entienden y se acompañan. Deciden que no sólo van a intervenir, no sólo se van a hacer responsables de las consecuencias, sino que además se van a quedar con los beneficios de lucha, de una vez por todas. Toman sus cuerpos, sus mentes y sus almas y deciden que les pertenecen, de modo tal que pueden utilizarlos cuando y como quieran.
1970. Miles de millones de mujeres, sudadas, sin dormir y perdidas en los logros y las pérdidas incalculables de la década del deseo, se pierden en todo lo que tienen y podrían tener. Y en todo lo que no tienen. La lucha interna y externa se refleja en la necesidad de ser fuertes e independientes, y ser felices. Difícil no saber que no iba a ser una guerra que duraría décadas.
1980. Miles de millones de mujeres no encuentran descanso para ser modernas. Libres, rebeldes y despeinadas. Acordes a una etapa en la que todo se reduce a ser destellante, el neón y la sobrepoblación excéntrica ocupa las calles de cualquier población más o menos abuindante.
1990. Miles de millones de mujeres se sienten empresarias. La economía se cae, se reconstruye y las deja ubicadas como el ícono de la contemporaneidad. Y la sociedad les deja al alcance de la mano la posibilidad que siempre desearon, la de ser hombres.
2000. Miles de millones de mujeres sienten que ganaron. Tienen derechos y obligaciones. Las mismas que décadas atrás solamente tenían los hombres. Saben que pueden acceder a las mismas posiciones y a los mismos beneficios que los hombres. Entienden que son iguales a los hombres.
2010. Con suerte, miles de millones de mujeres van a poder ver lo que yo. No somos iguales, no estamos paradas en el mismo lugar, no vivimos igual. Las mujeres tenemos las obligaciones de las primeras décadas del Siglo XX, con las del XXI, a cambio de obtener regulaciones que simplemente dejan aún más en claro lo diferentes y especiales que somos. La igualdad jamás llegó. Seguimos siendo las que nacieron de la costilla de Adán, las accesorias y las dependientes. Asumimos que algún hombre siempre va a estar para defendernos: nuestro papá, nuestro hermano, nuestro tío, nuestro mejor amigo. Preferimos dejarnos estar en la realidad de creernos iguales. Dejamos de lado la posibilidad de cambiar. Las luchadoras de la revolución revolucionan el planeta por la igualdad de los trabajadores, pero siguen usando tacos sólo porque la imagen lo pide. Cuando se enfrentan a otra mujer, luchan por la edad y la posición de poder y no por sus capacidades. Tienen miedo de quedar en descubierto, en lo débiles que muestran no ser y que realmente son.

Estamos criadas para tratar de ser hombres. Lo que tenemos que entender es que no lo somos ni debemos serlo. No creo en la igualdad marcada por los valores actuales. No creo en la discriminación positiva. No creo en la visión masculina de la sociedad para decirme cómo necesito que me ayuden. Creo en que no hay nadie mejor para decidirlo que las mujeres que ven las cosas como son. La igualdad proviene del hecho de que somos personas. Todos, todas. Hombres, mujeres, travestis, transexuales, hermafroditas. Heterosexuales, homosexuales, bisexuales, asexuales. Somos personas, con diferencias que nos hacen únicos y que obviamente requiere que nos tratemos con discresión. Pero no voy a dejar que decidan por mí qué necesito o hasta dónde puedo llegar. No lo permito con la política, con la ideología, con la moral, con la religión, con lo académico. Tampoco quiero permitirlo con mi posibilidad de vivir y soñar. Cada vez que tuve que tropezar o luchar por algo, pocas veces fueron las que un hombre se interpuso en el camino. La mayor parte de las oportunidades, fueron mujeres o yo misma y mi ideal de agradar, ser sensible y acatar mi posición de mujer en la sociedad. Por suerte, recordé que yo nací de un útero, como cualquiera, y que nadie me creó de ninguna costilla. Por suerte. O por mí.

18 de junio de 2009

Revolución

Suena un teléfono. Un hombre escucha su porvenir. Otro hombre ejecuta su destino y el de tantos otros. Un tercer hombre desata la tormenta.
Suena una alarma. Una voz amenaza a la muerte. Otra voz se alza por la muerte. Una tercera voz toma los silencios abandonados y bajo el manto tenue de la noche comienza a hacerlos sonar.
Suena un timbre. Una mano alza una bandera y la acompaña por la ciudad. Otra mano aparece por abajo y le roba la banderapara quemarla. Una tercer mano surge de los oscuro y enarbola el símbolo de la pacificación.
Suenan los truenos. Un par de ojos bien abiertos atraen todo el paisaje a sus retinas. Otro par se cierra para evitar cualquier posibilidad de ser heridos. Un tercer par pestañea con la única finalidad de aclarar la visión y comprender el panorama.
No suena nada más. Un hombre se levanta. Otro hombre lo acompaña. Un tercer hombre entiende que la Revolución ha comenzado.

14 de junio de 2009

Capricho*

Tengo algo para contarte: ayer descubrí lo que es el capricho. Es una mezcla de obsesión con ausencia, que con un poco de paciencia puede incluso parecer amor. Es como una semilla, que parece de rosal, pero que no es más que de potus. O de hiedra, si tuviera. También descubrí lo nefasto del capricho: su capacidad de pintar todo de negro. El capricho es un par de orejeras que nos enfocan detrás de una liebre que, si tenemos suerte de alcanzar, nunca entenderemos para qué la perseguimos alguna vez. Desaparecen nuestros planes y deseos, nuestros ideales, nuestros instintos asesinos, nuestros frenos de mano; desaparece todo lo que hasta el momento de que nos acribillara ese capricho parecía absolutamente primordial.
El capricho es la neblina de la madrugada. Con suerte y un poco de viento a favor, por la tarde no queda rastro de ella sobre nosotros. Y está en cada uno aprender durante ese período de paz el camino que trazamos, porque es probable que en cuanto nos levantamos, vuelva a cubrirnos esa espesa neblina, dejándonos cegados y encaprichados.

8 de junio de 2009

Cuando dejó de llover (y comenzó a granizar)

Te dejé mientras me iba, aunque me decías que no.

Me rogaban tus ojos que me quedara siempre.
Escuchaba tu voz agotando mis oídos por piedad.
Corrí escapando de tu pedido de misericordia.
Te dejé mientras te quedabas, tan simple.
Sentía tu corazón quebrarse por la espalda.
Me alejé con el miedo a lo desconocido en mis hombros.
Suspiré por lo imposible y así te dejé, por primera vez.
Te dejé miles de veces, te dejé de pie, de rodillas.
Repetimos la escena cientos de veces
y cada vez más, esos imaginarios encuentros
se convertían en táctiles para los dos.
Te dejé una mañana de lluvia con la tormenta detrás.
Te dejé mientras no estabas, mientras escapabas.
Te dejé sin dejarte, cuando nunca te enterarías.
Te dejé como no se puede: sin dejar de quererte.

5 de junio de 2009

La imposible tarea de juzgar a un libro por su portada

Cómo creer en lo que se ve si al final, por detrás, aparece un nuevo halo que demuestra que todo no es lo que parece. Viví intentando confiar en lo que el mundo decidía mostrarme, pero ni siquiera se tomó el trabajo de mentirme con su disfraz. Imposible juzgar a un libro por su portada en esta sociedad, porque esas portadas, la mayor parte de las veces, no tienen nada que ver con el contenido del libro.
Ribetes de oro, gráfica impecable y letrística digna del medioevo cubren por completo conjuntos de hojas que muchas veces serían más fructíferas como hojas en blanco.
El problema no surge de aquellos libros necios, reiterativos, funcionales a la sordera moderna. El problema resalta y se define, volviéndose un cartel de neón en una noche en el desierto, cuando la mentira "portil" se subyace en los libros que acompañan la esperanza, la libertad, el cambio. Miles y miles de páginas llenas de tinta y vacías de realidad predican e inspiran en hombres y mujeres ansiosos de felicidad, una serie de máscaras aislantes, que tras sus brillantes cristales de revolución, duermen los sentimientos más ideales e imaginativos del sistema actual.
Entonces, nosotros, los intrépidos, los mágicos, los soñadores, abrimos estos libros con la intención de sumergirnos en tan maravilloso océano. En en cuanto logramos la profundidad, que notamos que el agua cristalina es más bien petróleo frío; la vegetación colorida, chatarra de pintura; la fama maravillosa, burbujas de sumisión. Y una vez tan profundo, ya no podemos salir y nos resignamos a hundirnos lentamente, ahogándonos en la tristeza.
 

2 de junio de 2009

Si...

Si pudieras aparecer ahora,

serías sordera.
Si quisieras salvarme ahora,
serías ceguera.
Si estuvieras a mi lado,
serías la muerte.
Si supieras cómo revivirme,
serías amnesia.

Crees que sabes quién eres.
Crees que sabes quién soy.
Crees que sabes lo que necesito.
Crees que lo sabes, pero
si lo creyeras, serías mi alma.

30 de mayo de 2009

Su perfume

Cuando me arremetió nuevamente aquella mañana, me tomó por sorpresa y no me dio siquiera tiempo para rearmarme y contraatacar. Desde mi derecha, aquel acompañante ocasional de subterráneo me atacó de golpe mientras mediaba un sueño pseudo conciliado entre la realidad y yo. No sé cómo se llamaba, de qué color eran sus ojos, no recuerdo ni siquiera bien el color de su pelo. Pero si inspiro profundo mientras con los ojos cerrados trato de ver, puedo rememorar la esencia que no pude dejar de lado. Esa mezcla entre red de pesca y trampa de cazador, hicieron en mi mente soñolienta una especie de solución inseparable, donde cada una de las partículas que se acercaban a mí no hacían otra cosa más que agrandar mi confusión. Sin que se diera cuenta, y con la sutileza de una cascabel, retome esa inspiración, ahora tratando de que todos los sistemas que componían ese perfume alcanzaran lo más profundo de mi alma. Entre la ilusión y la certeza de lo imposible, todas las sensaciones de esperanza y tristeza se alojaron en mi espíritu, llenando mi corazón de insoportable turbación. Y es que era, sin lugar a dudas, la primera vez que sentía que mis pulmones, otrora tan potentes, no eran lo suficientemente amplios para recoger toda su magnificencia; la primera vez que mi sentido del olfato no era lo suficientemente perfecto como para entender cada una de sus cualidades, de sus respuestas a mis preguntas, de sus intespestivas aclaraciones y, sin lugar a dudas, de su inevitable significado.
Diez estaciones más tarde, el perfume se fue. Mientras la estela que lo hacía inmortal tanto en el vagón como en mi mente, oscilaba entre el placer de saberse invencible y la desidia del amor que no requiere esfuerzo alguno, su imagen vino a mi mente y la confusión que reinaba en ella se volvió aún más tormentosa, si eso pudiera ser posible. La moral, las buenas costumbres, la religión y el sentido de la culpa atacaron cada una de mis células y sintiendo que el piso se movía bajo mis pies, una agradable mujer me ofreció su asiento. Un caramelo surgió desde algún alma caritativa y mientras las cien personas que compartían ese viaje conmigo creían que mi problema era físico, yo repasaba cada una de las sensaciones que ese aroma había producido en mí. Es que en el fondo, más allá de mi insalvable muralla, yo sabía que ya no podría dejar de invocar su imagen frente a su perfume, su sonrisa frente a su carcajada, su canto frente a su voz, nuestra incoordinación frente a mi sentir. Porque en ese momento entendí que era su perfume el que siempre, siempre, me llevaría a él en todo momento, en todo lugar. 

24 de mayo de 2009

La similitud de llamarse Paula.-

Caminó hasta el subte como cada vez. Bajó a la terminal y subió al vagón. Miró cómo cambiaba el paisaje inerte y guardó esas imágenes en la retina de sus ojos miel. Sin contar las estaciones, supo dónde bajarse y porqué, aunque hacía rato que dormía como no había podido dormir en toda la noche. Cruzó el pasillo que la separaba del siguiente andén, y una vez allí se paró en el borde, segura de sentir el viento en su pelo suelto, una de las pocas cosas que la hacían sentir viva. Incluso si el subte jamás llegaba, los sábados la hacían sentir una persona completamente distinta. Las puertas automáticas se abrieron y caminó hacia el tren que con la más hogareña comodidad la esperaba en esa cálida mañana de mayo. La música cruzaba sus sienes dejando a su paso la paz que sólo la brisa otoñal esparce sobre las ramas de los ejemplares arbóreos mientras se deshacen felizmente de las ya marchitas y obtusas hojas cobrizas. Justamente, quizás como una parodia del destino, todo su camino había simulado un atardecer permanente, detrás de los antojos de sol marrones que la acompañaban a todos lados y que la proveían de la fachada de mujer dura que la escoltaba a donde fuera. Las puertas automáticas se bajaron a la orden de “You don’t love me/Baby, You’ve hurt me” y Paula pisó la nueva plataforma con los ojos de los pasajeros clavados en su nuca, que más allá de su conocimiento, jamás correspondía. Caminó a paso seguro por el pasillo que la separaba de la calle y subió por la escalera fija que acompañaba paralelamente vacía a los cientos de personas que avanzaban en su quietud cada vez más retardada por la escalera mecánica. “Los porteños no cambian más – pensó -. Al final, tardo menos yo con mis piernas cortas…”.

Caminó desde el subte como cada vez. Pero esta vez, todo era distinto. Él ya no estaba allí, en su mente no existían ni podrían existir más príncipes ni sapos. El azul se desteñía con cada paso que daba, tiñendo todo a su alrededor, mientras abandonaba su propio corazón. Parecía una mañana de cuento, de primavera, casi casi de mentira. Sonrió para sus adentros, escondiendo allí también una lágrima. Levantó la mirada para encontrarse con la de él, el nuevo extraño que durante una fracción de segundo cambiaría el mundo con sus ojos. Él la volvió al piso, ella la mantuvo en el horizonte que la ciudad le negaba. Siempre aparecería otra, y se repetiría la escena, y lo sabía. En el entretiempo, simplemente bastaba con seguir caminando. Porque lo que Paula finalmente no podría ya evitar era su negación a confiar, a creer, a amar. Él se había llevado sus cualidades más preciadas, y aunque la vida parecía vacía sin ellas, su cobardía y delicadeza eran demasiado grandes como para dejarla desaparecer. En ese camino, como cada mañana, el horizonte invisible le permitía seguir avanzando, con la certeza de su frialdad, de su inteligencia y de su atracción. Y junto a él, saber que nunca podría abandonarlo, porque como alguna vez había escuchado “no se deja a quien se ama. Cuando uno lo abandona, es porque ya no lo ama”. Ella jamás lo iba a abandonar, pero difícil era estar a su lado si él prefería matarla en vida. 

16 de mayo de 2009

El desatino del destino

Terminó de hablar pero realmente no lo noté. Dos horas habían pasado desde la última vez que había mirado el reloj, y aunque mi costumbre era chequearlo cada cinco minutos más o menos, durante ese rato no existió un segundo en el cual me acordara que existía ese reloj en mi muñeca, que existían esos segundos pasando, ni siquiera de que esos momentos en realidad eran momentos de otra, momentos que no me correspondía tener. Le sonreí contestándole algo que sin lugar a dudas tenía sentido respecto de lo que había estado diciendo, pero no respecto de lo que yo sentía.  Él se rió de mi torpeza para respirar, mientras yo me reía de su brillantez y de lo simpático que se veía con su bufanda bohemia y su sentido de la pasión inextinguible. 
Retomó su discurso del conocimiento, y mientras recorríamos juntos culturas que me eran claramente desconocidas, pero que le eran claramente propias, yo sentía que tomaba mi mano y me guiaba con su fuerte andar, mostrándome paso a paso cada una de las baldosas a pisar, para evitar mojarme con el agua acumulada debajo de las piezas flojas. Veía cuadros, escuchaba canciones, desentrañaba pensamientos y filosofías con la facilidad de quien conoce un idioma de nacimiento o de quien es ungido con cualquiera de los dones que un ser humano puede tener. Recorríamos pasillos angostos poblados de personajes fantásticos y reales, reconocía a todos aquellos que le hablaban en ruso mientras los valores de religiones que me eran extrañas se inmiscuían en su relatar. Llegó a mostrarme Rusia, China, Japón, Kazajstán, Italia, Francia, Arabia, Israel, Estados Unidos y su propio planeta. 
Otra vez se rió de mi fascinación, una fascinación inocultable e indescriptible, de aquellas que sólo los más valiosos hombres y mujeres pueden recibir de cualquier ser que las rodee, por más pequeño que sea. Se sorprendió cuando finalmente mi raciocinio volvió a tomar control de mis actos, y en un sorpresivo movimiento de manga leía mi reloj de pulsera, cada vez más blanco, cada vez más molesto. No creo que le haya molestado mi obsesión por el tiempo perdido, sino su inoperancia ficticia para lograr mantener mi atención eternamente en su ser. Lo que él no entendía, no sé si por su juventud, su ignorancia sobre mi persona o su avasallante necesidad de entender todo lo que lo rodeaba, era que jamás podría ya perder la atención que de mi parte había atrapado. 
Lo único que lograría apartar de él mi decisión de no perder su compañía era el conocimiento de la existencia de ella. La que siempre destruye todas mis intenciones y hacer desvanecer cada una de mis ideas. Ella, que me antecede, me anticipa y me gana de mano en cada uno de los mano a mano que tenemos. Ella es indiferente a mis necesidades y constante en leer mis deseos para adelantarse y deshacerlos cuando yo los creía posibles. Ella, la que no es otra más que la inoperancia del destino, la falta de ubicación de mi sexto sentido, la ignorancia de mi corazón. 
Mi mente volvió a funcionar como se suponía. Dejé de reír  y sonreír a sus historias y conocimientos y comencé a verlo como a cualquier otro profesor. Miré ahora varias veces mi reloj, cinco veces en media hora de hecho. Creo que él no lo notó, se había abandonado a saberme confluida en su soberbia. Finalmente, hizo una pausa. Tomó aire. Llenó sus pulmones con todo el aire que parecía no existir a mi alrededor y con la más calma gesticulación se quedó en silencio. Y es que, los velorios nunca son entretenidos, y menos cuando la difunta es la esperanza de volver a amar. 

12 de mayo de 2009

La era del hielo

Me encuentro sentada omnubilada frente a la pantalla de mi computadora pensando en que falta una milésima de segundo para que mi cerebro explote, no sé si por el dolor de cabeza o por la falta de coherencia que la vida me hace observar. La gripe me ataca de la manera más feroz. El peligro de estar seriamente siendo burlada por Cupido creo que es más virulenta aún. 
La nariz tapada, los ojos hinchados, la cabeza tamborileante, el silencio atosigante. Todo me hace creer que puedo estar contrayendo la peor de las pestes habidas y por haber en la historia de la humanidad pero, claro está, sólo la etapa sintomática (y la más dolorosa) va a poder resolver esta duda.
Leo anonadada que el amor aparece como parte del léxico de la persona que no puede amar. Y aún más sorprendida me doy cuenta de que yo, la diosa del romanticismo sin sentido tiene que ver al mismísimo Adán hablar filosóficamente de amor y sacrificio en la era del hielo. No entiendo porqué yo soy la que tiene que soportar semejante ataque a mi idolatría por los sentimientos más dulces, mientras a mi alrededor se construyen miles y miles de castillos llenos de hadas, princesas y príncipes que más que caballeros parecen adoradores de las emperatrices que los adoran. 
Mientras en mi mirada se confunden los miedos, la ignorancia, la sorpresa, el dolor y el rencor más extenso. Yo ya no sé si pienso, siento o escupo dolor. Me cruzo con la sorpresa de ver que el amor me esquiva. Y para colmo, osa burlarse de mí, como si Dios hablara con un Obispo por medio de la más poseída de las mujeres. Sonrío, como si alguien me viera, pero nadie me ve. En cuanto recuerdo que nadie me ve, las lágrimas se escapan, más allá de mis intenciones. En el recorrido que llevan, en el placer que descubren a su paso dejo un milenio más de la vida de mi corazón. 

Ya no hay más que hacer. La última palabra está dicha. No hay misterio en ser la encargada de perder el amor. 

8 de mayo de 2009

MANIFIESTO POR UNA NUEVA REALIDAD

Me rehúso a creer que la Era Dorada de la Inventiva Post Moderna ha terminado. No puedo entender que todos y cada uno de los presentes en este momento en el Planeta se instalen en la facilidad de la ignorancia, la ignominia y la delicadeza del no ver. Acobardados detrás de los escritorios de su permanente reiteración de estupidez encuentro agazapados sueños, poesías, actuaciones, milagros de la bohemia súbitamente abandonada por la juventud contemporánea. El siglo XXI ha decidido que lo importante viene en frasco etiquetado, y simplemente nuestras vidas se han transformado en una gran caja registradora, por la que nuevos y cada vez más sorprendentes productos que agotan lo poco que residía en nosotros de la antigua y abandonada “imaginación”. No hay lugar en nuestras asediadas agendas para convertir lo que queda en ellas de ocio en producción real: leer, escuchar y observar cada vez más internamente, cada vez más consciente y oníricamente, es la salida y el escape de nuestras rutinas y nuestros calmos y organizados procesos de existencia. Y sobre todo, especialmente, crear.

Las mentes modernas, que completan y construyen el espacio de sobrevivencia de este Mundo y en particular de esta sociedad, han contribuido por su experiencia, su existencia o su planificación y evolución, a destruir la posibilidad de formar un sistema de valores reales, basados en la felicidad de todos, más allá de la egoísta idealización de sus objetivos. La revolución del éxito se contrapuso con la rebelión del arte y las almas libres, y la empresa conservadora de mantenernos inocuos al cambio se llevó a cabo sin ninguna baja, sin ninguna piedra que siquiera la hiciera temblar.

Creo que somos las víctimas de esta manipulación mental y sentimental que llamamos “evolución”. Creo que somos los vividores de un excremento social que nos presentan como milagro u oasis urbano. Creo que somos los que fabricamos nuestra propia identidad de muñecos de trapo. Creo que somos muchos más de los que creemos ser: alcanza con mirar por la ventana del colectivo, por la retina del ojo que transportamos, por la voz del que pide una moneda, por la insensibilidad de quien ocupa una realidad que no le es propia y que robó sin pensarlo dos veces. Creo que somos los que pintamos las canciones del futuro, los que cantamos los poemas del misterio a venir, los que escribimos las líneas que perfilan los senderos que recorreremos, los que cada vez con más énfasis dejamos estampado en el corazón de esta publicidad circular llena de individuos la necesidad de recuperar lo que alguna vez nos convirtió en seres distintos y nos paró en dos patas: la necesidad de desarrollarnos. Estoy convencida de que los bohemios, los artistas y los reos; los abogados, los médicos y los contadores; los nuevos, los de siempre y los viejos; los milagrosos, los adictos y los ineptos; los astutos, los zarpados y los abandonados; los que saben qué hacen en esta vida y sobre todo los que todavía no, les importe mucho o no tanto; todas las personas que acompañan el andar de la que se cruzan en la calle son responsables de cambiar esta realidad, de crear una nueva realidad. Una realidad de pensamientos, entendimiento, igualdad, comprensión y destreza creciente.  Somos. 

23 de abril de 2009

Si te acordás.

Si te acordás, todo parece tan lejano. Y es que, detrás de tu imagen no queda más nada. Y delante, el vacío más absoluto. 
Si te acordás, preferís dejarlo en la nebulosa. Ahogado detrás de los miedos y las verdades, detrás de todas las cosas que no podés dejar atrás.
Si te acordás, lo sentís tan cierto que asusta. Rompés todos los límites llegando a sentir el Napalm sensible en tu miocardio.
Si te acordás, mi querido, verás allí el destino perdido. No quedará otra opción que intentar recuperar el tiempo dormido.
Si te acordás, te sorprenderás de encontrarlo. Debería haber desaparecido, pero no existe droga para olvidar semejante dolor.
Si te acordás.

No importa cuánto lo intentés, el amor no existe si no te acordás.